Un año después de su muerte, su fiel secretario recuerda la figura del inolvidable cardenal Pablo Noguera: "Fue un regalo de Dios aprender de fray Carlos Amigo, gran maestro, buen padre e inigualable hermano"

El cardenal Amigo falleció el 27 de abril de 2022
El cardenal Amigo falleció el 27 de abril de 2022

"El amor de don Carlos a Dios era patente para propios y extraños, en su carrera vital veíamos de una manera palpable y contundente su entrega al evangelio, el servicio a la Iglesia, la gran fe que profesaba con su misma vida, hasta el extremo…"

"La mirada de don Carlos siempre estaba puesta en su Señor, aún en el lecho de la muerte tenía sus ojos fijos en su Señor, esperando su misericordia"

"El eco de la voz de don Carlos suena hoy en el corazón de las personas que le conocieron… las que le conocieron bien, las que sintieron su mediación por los gestos o palabras que aliviaron penas, o arrojaron luz a la tiniebla de la zozobra, o las que procuraron el beneficio de sentirse dignos como criaturas; o aquellos que bebieron la Sabiduría de la Escritura a través de la doctrina impartida"

Poco más de un año después de su muerte, acaecida el 27 de abril de 2022, la voz del cardenal arzobispo emérito de Sevilla, Carlos Amigo, volvió a escucharse limpia, nítida, profunda, convincente, durante la presentación en la que fue su diócesis de su libro póstumo, Al encuentro con Dios (PPC), una especie de testamento espiritual de quien fue figura señera de la Iglesia en España de los últimos tiempos.

Fue cuando el hermano Pablo Noguera, su sombra durante años como fiel secretario, ofreció a los asistentes al acto la última grabación del cardenal Amigo, una oración muy querida por él. Fue un momento de profunda emoción que ahora franciscano de la Cruz Blanca comparte en esta entrevista con Religión Digital.

“Te amo, mi Dios. Y sólo deseo amarte hasta el último respiro de mi vida. Si mi lengua no pudiera decir que te amo en cada instante, quiero que mi corazón te lo repita tantas veces cuantas respiro. Te amo, oh mi Dios salvador, porque has sido crucificado por mí y me tienes acá, crucificado por ti, Dios mío. Dios mío, dame la gracia de morir amándote, y sabiendo que te amo. Amén”.

Un año después de su marcha, Sevilla volvió a escuchar en esta oración la inconfundible voz del cardenal Amigo, haciendo lo que siempre hacía: alabar a Dios. ¿Cómo fue ese momento?

Este texto es del Santo cura de Ars, San Juan María Vianney, a quien don Carlos profesaba gran devoción. Eran palabras muy queridas por él y las repetía con mucha frecuencia, al sentirse muy identificado con esa espiritual meditación. Fue gracia de Dios el que las hubiera grabado antes de su fallecimiento y pudiéramos oírlas, precisamente en el acto de la presentación de un libro suyo. En este acto escuchábamos las palabras de los intervinientes en la mesa, y qué mejor e imprescindibles palabras que las del autor, palabras por demás contenidas en el propio libro que sonaban a “testamento espiritual”, sin quizás haberlo pretendido.

Amigo y el hermano Pablo
Amigo y el hermano Pablo

Nadie puede negar que don Carlos no murió amándolo… ¿Pudo recitarle él mismo esta oración que dejó helados a quienes la escucharon hace unas semanas en Sevilla?

El corazón e interior de las personas, solo los conoce Dios. El amor de don Carlos a Dios era patente para propios y extraños, en su carrera vital veíamos de una manera palpable y contundente su entrega al evangelio, el servicio a la Iglesia, la gran fe que profesaba con su misma vida, hasta el extremo… La muerte es un paso para todos y para quienes viven de la fe es “nuestra particular pascua”. Su “elegancia espiritual” le acompañó hasta el último hálito de vida. La mirada de don Carlos siempre estaba puesta en su Señor, aún en el lecho de la muerte tenía sus ojos fijos en su Señor, esperando su misericordia. Durante toda su vida, desde que le conocí hasta que se despidió de ella, recitó esta oración.

Pero en ese acto no sólo sonó su voz. También se leyó su palabra, en un nuevo libro a modo de testamento espiritual. ¿Qué nos ha dejado el cardenal Amigo que podamos reconocer como intrínsecamente suyo, como una aportación genuina de su forma de ser y de creer?

El deseo de respetar a la persona como tal, siempre, pero, sin claudicar ni un ápice de los principios fundamentales de fe y pertenencia a la Iglesia Santa de Dios, la católica, con todo lo que esto conlleva. La persona la consideraba como santuario que no se podía profanar con la maledicencia, pero al mismo tiempo las verdades de la fe le urgían a ayudar a la persona con el depósito de la misma fe, y con los principios que de ella derivaban, sin ambigüedades, considerando esta forma como el mejor servicio de caridad hacia la misma persona.

El Papa, con el cardenal Amigo
El Papa, con el cardenal Amigo

Y a quién ha sido su sombra durante las últimas décadas, ¿qué se le ha quedado enganchado para siempre del ese fraile vestido de cardenal?

Sería muy pretensioso, por mi parte, considerarme sombra de un creyente de la categoría de don Carlos. Fueron una porción de años, sí, pero solo intenté acompañarle en esta peregrinación y ministerio de “Oficium amoris” al que la Iglesia a través de los diversos papas le habían encomendado. Fue un regalo de Dios para mí aprender de tan gran maestro, de tan buen padre e inigualable hermano. En mí ha quedado impreso su gran amor a Dios y el deseo de darlo a conocer a todos repitiendo a tiempo y destiempo las palabras de Cristo, su Hijo, y sintiéndose siempre animado por el Espíritu, así como su gran sensibilidad por el que sufre de cualquier forma o causa.

La voz del cardenal Amigo fue siempre percibida como ‘voz autorizada’ en medio de una sociedad que ya comenzaba a darle la espalda a la voz que sonaba desde la Iglesia. ¿Cómo lo explicaría?

Todo pastor, pienso yo, desde su ministerio ha de sentirse urgido por la Caridad de Cristo, y ello le hace hablar con su propia vida a “sus fieles”, sí, pero también al mundo entero que quiera oírle, sin imponer ciertamente, pero proponiendo siempre. Teniendo en cuenta de que quien es testigo antes, se hace maestro con su testimonio.

Para Dios no hay espalda, hay corazones y vidas, tantas veces rotas a quienes los evangelizadores, y en este caso los pastores, han  que acercarse con más celeridad por el mismo apremio del mandato de Cristo.

Cardenal Amigo Vallejo
Cardenal Amigo Vallejo

¿Qué cosas lograban quebrar la voz del cardenal?

La pobreza, la tristeza de las personas y la falta de piedad. Aunque las convertía en acicates para emplearse en ellas y cambiarlas en todo lo contario.

¿Y qué la convertía en atronadora?

Es posible que don Carlos tuviera carisma. Buen predicamento, pero no le gustaba lo espectacular, lo atronador… como franciscano solía acordarse del nacimiento del Hijo de Dios en un portal. Nunca mejor voz, ni mayor repercusión… en la humanidad

¿Dónde resuena hoy su eco?

En el corazón de las personas que le conocieron… las que le conocieron bien, las que sintieron su mediación por los gestos o palabras que aliviaron penas, o arrojaron luz a la tiniebla de la zozobra, o las que procuraron el beneficio de sentirse dignos como criaturas; o aquellos que bebieron la Sabiduría de la Escritura a través de la doctrina impartida.

El hermano Pablo vela el féretro de don Carlos Amigo
El hermano Pablo vela el féretro de don Carlos Amigo

¿Todavía escucha, ahí al lado, su voz quien fue también el guardián de muchas de sus palabras y también de sus silencios?

Escucho su vida siempre, más que la voz escucho la ejemplaridad de su vida que junto a otras personas se convierten en un susurro permanente, en dulce melodía que habla siempre de las cosas de Dios. Las cosas de Dios son imperecederas. Resuenan en el ser, más que en el oído y no están sujetas al espacio ni al cómputo del tiempo. En cuanto al silencio, me gusta situarme en él, siguiendo el ejemplo de fray Carlos, que decía:

"En la escuela del silencio habla Dios cie Él mismo, de su Hijo Jesucristo y de nuestros hermanos; en el silencio nos acercamos al altar llevando gozos y fatigas, y en el silencio sentimos también la soledad, pero acompaña de la Madre".

La voz de fray Carlos, la mayoría de las veces, no era sonora, se oía en el silencio.

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