PREPUBLICACIÓN: Prólogo de 'El Manual del silencio', de Miguel Hurtado (Planeta) "Es la hora de la acción. Si tocas a un niño una vez, te vas a la calle"

El Manual del Silencio (Planeta)
El Manual del Silencio (Planeta)

"Los obispos de todo el mundo, siguiendo las instrucciones de Roma, utilizaban desde hacía décadas el mismo manual del silencio; un manual que ordenaba gestionar internamente como pecados, castigados con penas de oración y penitencia, lo que en realidad eran graves delitos sexuales contra la infancia"

"Cuando hablamos de pederastia en la Iglesia, todos los caminos llevan a Roma. La Santa Sede había creado el problema y en su mano estaba solucionarlo"

"Si tocas a un niño una vez, te vas a la calle. No queremos curas pederastas en Estados Unidos, Irlanda o Chile, pero tampoco en España, África, Asia o América Latina"

(*Prólogo de 'El Manual del Silencio' Planeta)

Roma, febrero de 2019

Se podía cortar la tensión con un cuchillo. Había demasiado dolor y resentimiento acumulado entre esas cuatro paredes. Demasiada impotencia e indignación.

No iba a ser una reunión sencilla ni agradable. Víctimas y verdugos compartiendo mesa de negociación. En un lado, los altos representantes del Vaticano, príncipes de una Iglesia en avanzado estado de descomposición, enlodada por los escándalos de pederastia que estallaban sin cesar por todo el mundo y que ahora cercaba el pontificado del papa Francisco. Al otro lado, doce víctimas de pederastia clerical.

Habíamos viajado a Roma desde todos los rincones del mundo para relatar la misma historia: cómo habíamos sido agredidos sexualmente por «hombres de Dios» que aprovecharon su poder, prestigio y elevada posición en la comunidad católica para robarnos la infancia y destrozarnos la vida; cómo la traición más dolorosa no había sido la de los depredadores, lobos con piel de cordero, sino la de sus encubridores, más preocupados por mantener el poder, la reputación y el patrimonio de la institución que por proteger a los niños. El motivo: la cumbre antipederastia que había organizado el papa Francisco en Roma, del 21 al 24 de febrero de 2019, y a la que había invitado tanto a los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo como a los superiores de las principales congregaciones religiosas. La maquinaria de relaciones públicas del Vaticano tenía claro el titular que quería dar: «Por primera vez en la historia, la Santa Sede recibe a representantes de las asociaciones de víctimas».

No era casualidad que todos denunciáramos el mismo patrón de encubrimiento. Los obispos de todo el mundo, siguiendo las instrucciones de Roma, utilizaban desde hacía décadas el mismo manual del silencio; un manual que ordenaba gestionar internamente como pecados, castigados con penas de oración y penitencia, lo que en realidad eran graves delitos sexuales contra la infancia que en cualquier país del mundo civilizado se castigan con largas penas de prisión.

Germá Andreu

La mayor crisis de la Iglesia en varios siglos no era fruto de una campaña global de desprestigio orquestada por sus enemigos para manchar su buen nombre. Tampoco fue provocada por una epidemia de negligencia o crueldad entre los episcopados nacionales de docenas de países de los cinco continentes, que curiosamente actuaron de idéntica manera. Los causantes del desastre no eran ni enemigos externos ni subordinados poco diligentes: el cáncer se había originado en el Vaticano, en la cúpula de la organización, y desde allí había metastatizado hasta alcanzar todos los rincones de la Iglesia católica. Cuando hablamos de pederastia en la Iglesia, todos los caminos llevan a Roma. La Santa Sede había creado el problema y en su mano estaba solucionarlo.

La escena era tan sorprendente como previsible. Aquellos representantes de Dios en la Tierra estaban a la defensiva. A fin de cuentas, lo que allí nos reunía era el conocimiento de que, mientras de forma pública enseñaban a los fieles la importancia de practicar los Evangelios, de forma privada protegían a violadores de niños, permitiéndoles delinquir con total impunidad, suministrándoles nuevas víctimas de las que abusar. Difícilmente podía defenderse una negación tan absoluta de la vida y obra de Jesús de Nazaret, la prostitución de los valores esenciales del cristianismo.

Es cierto que, como toda organización humana, la Iglesia tiene deslumbrantes luces y alargadas sombras. Sin embargo, también lo es que las sombras siempre tienen el mismo origen: una querencia excesiva y enfermiza por el poder terrenal. Ya lo advirtió Jesucristo: «Den al césar lo que es del césar, y a Dios, lo que es de Dios. Ningún siervo puede servir a dos señores, porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y a las riquezas». No le hicieron caso y nosotros sufrimos las consecuencias.

¿Había esperanza de que la jerarquía católica dejara de lado su soberbia habitual para postrarse con humildad ante Dios y hacer examen de conciencia? ¿De que reconocieran honestamente sus innumerables pecados y dejaran de escatimar esfuerzos a la hora de reparar el daño causado? ¿De que cumplieran a rajatabla con su tantas veces proclamado —y tan pocas veces practicado— propósito de enmienda? La reunión nos sacaría de dudas.

El Papa Francisco cerró la cumbre antipederastia
El Papa Francisco cerró la cumbre antipederastia

El jesuita Federico Lombardi, moderador de la cumbre, había explicado a los medios que el objetivo del encuentro era «conocer sus opiniones, esperanzas y deseos a la vista de este momento importante». No habíamos coordinado cuál iba a ser nuestra respuesta. Sin embargo, aunque con diferentes matices, estábamos de acuerdo en los puntos fundamentales:

—Todo lo que vamos a explicar ya lo sabéis, porque os lo han dicho en innumerables ocasiones tanto otras víctimas como gobiernos, comisiones judiciales de investigación e incluso las Naciones Unidas. También sabéis ya cuáles son las soluciones, porque os las hemos repetido hasta la saciedad. El problema no es que no haya soluciones, o que no las conozcáis, es que no tenéis agallas para implementarlas. ¿Por qué deberíamos creer que esta vez va a ser diferente?

Decidimos cambiar las tornas.

—Ahora nos toca a nosotros escuchar. Queremos que nos expliquéis qué pensáis hacer. ¿Tenéis un plan de acción contundente contra la pederastia clerical, con medidas concretas, con un calendario de implementación, con mecanismos transparentes para comprobar que se llevan a la práctica y procesos disciplinarios para castigar a aquellos que bloqueen las reformas?

Su falta de respuesta nos confirmó que, una vez más, el Vaticano solo tenía un plan de oración y de comunicación. Como si un puñado de bellas palabras fueran capaces de proteger a los niños de los depredadores sexuales con sotanas.

La Red Laical de Chile, con las víctimas de abusos en la Iglesia
La Red Laical de Chile, con las víctimas de abusos en la Iglesia

Se hacía tarde. La reunión se había alargado en exceso. Un periodista de confianza me envió una foto de nuestros compañeros, con pancartas, rodeados por un enjambre de ávidos periodistas. «¿Os queda mucho? El circo mediático os está esperando fuera.»

No había más que decir. Educadamente, nos despedimos. Ahora tocaba dar la batalla del relato. La batalla entre un Vaticano que necesitaba con urgencia apuntarse un éxito mediático para intentar reflotar el pontificado de Francisco y un movimiento por los derechos de la infancia que no iba a desaprovechar la oportunidad de marcar la agenda política y mediática y que contaba con un ambicioso programa reformista para solucionar el problema en cinco años, no cinco siglos.

—Ha sido una reunión honesta, no nos hemos mordido la lengua. La pederastia en la Iglesia es una pandemia mundial. Por eso se necesita un plan de acción global creíble, con un calendario claro, con medidas específicas y con un régimen sancionador para los obispos que no las cumplan. Si la Iglesia hubiera tomado medidas hace treinta años, cuando surgieron las primeras denuncias, algunas víctimas, entre ellas yo mismo, no habríamos sido abusadas. No vamos a tolerar que algo parecido les pase a las futuras generaciones en Asia, África o América Latina. Se acabó el tiempo de las palabras. Es la hora de la acción. Se tiene que establecer la tolerancia cero no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Si tocas a un niño una vez, te vas a la calle. No queremos curas pederastas en Estados Unidos, Irlanda o Chile, pero tampoco en España, África, Asia o América Latina. Le he explicado al Vaticano que van a tener mucho trabajo en España para hacer limpieza. Porque no es que los obispos no avancen, es que van en dirección contraria.

Nuestras palabras dieron la vuelta al mundo. No en sentido figurado, sino literal. Una amiga me mandó una foto, publicada por la CNN, en la que salía rodeado de micrófonos: «Imagen sorprendente. Mientras los obispos se reúnen a puerta cerrada, los supervivientes están fuera, en las calles, explicando sus historias a los periodistas», rezaba el pie.

Federico Lombardi
Federico Lombardi Vatican News

Estábamos participando en un acontecimiento histórico. Como activista, intentaba comportarme de forma profesional; a nivel humano, era el primer sorprendido por lo que estaba sucediendo. «¿Cómo demonios he llegado hasta aquí?»

Esos días en Roma comprendí que mi historia personal era una gota en un océano, pero es una historia que merece la pena ser contada no ya por comprobar lo mucho que se ha logrado, sino por todo lo que aún queda por hacer.

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