(Ataque al poder).- Querido Xabier,
Hoy es tu cumpleaños y quiero escribirte desde el corazón, no solo para felicitarte, sino para agradecerte profundamente todo lo que has sembrado en tantos de nosotros a lo largo de tu vida. Porque sí, celebrarte hoy no es solo un gesto simbólico: es rendir homenaje a una trayectoria luminosa, a una existencia dedicada al amor, a la búsqueda honesta de la verdad, al diálogo incansable y al pensamiento libre.
Tú no has vivido para ti, Xabier, has vivido para los demás. Has hecho de tu palabra un puente, de tus libros un hogar, de tu estudio una forma de servicio. Cada página que escribes, cada conferencia que das, cada conversación que sostienes está impregnada de esa pasión que no se apaga, de esa fe crítica que no excluye, de ese amor por la vida que contagia y transforma.
A lo largo de los años, te has convertido en mucho más que un teólogo o un filósofo. Eres un maestro de humanidad. Has demostrado que se puede ser riguroso sin ser rígido, profundo sin ser oscuro, libre sin ser arrogante. Has caminado por los pasillos de la academia con la misma humildad con la que te acercas a cualquier lector que se acerca a tu mesa con un libro en la mano y preguntas en el alma.

Tú nos enseñaste que la fe no se impone, se propone; que Dios no se define, se descubre; que el amor no se predica, se vive. Y lo haces sin gritos, sin dogmatismos, sin pretensiones. Con tu mirada serena y tu sonrisa abierta, con tus palabras justas y tu corazón inquieto. Por eso, tus libros no se leen: se escuchan, se dialogan, se sienten. Y eso, Xabier, no lo consigue cualquiera.
Gracias por no haberte rendido cuando te cerraron puertas. Gracias por no haber respondido con odio a quienes no comprendieron tu libertad. Gracias por haber seguido escribiendo, enseñando, compartiendo. Porque con cada libro nuevo que publicas, con cada línea que nos regalas, nos das el permiso de pensar, de dudar, de creer de otra manera, de amar más allá de los límites.
En tus textos, la Biblia no es una reliquia, es un espejo. Y tú no nos das respuestas cerradas, sino preguntas que nos despiertan. En cada reflexión tuya hay una invitación a crecer, a arriesgar, a construir juntos una fe más humana y una humanidad más abierta a lo divino.
Lo que más admiro de ti es esa forma tuya de unir pensamiento y vida. No hay en ti separación entre lo que dices y lo que haces. Esa coherencia tuya es cada vez más rara, y por eso, más valiosa. Y más aún en este mundo que grita y divide, que corre sin pensar, que cree sin amar. Tú, en cambio, te detienes, escuchas, respetas, dialogas. Y así nos enseñas que la sabiduría verdadera siempre viene acompañada de humildad.
No solo te leen teólogos o religiosos, Xabier. Te leen jóvenes que buscan, personas heridas que dudan, creyentes cansados que necesitan reencantar su fe. Te leen quienes ya no creen en nada, pero sienten que tus palabras les abren un horizonte. Te leen quienes no te entienden del todo, pero intuyen que hay algo verdadero en tu mirada. Y todos, sin excepción, encontramos algo nuestro en ti.
Por eso hoy, en tu cumpleaños, no quiero desearte solo salud o felicidad —que también—. Quiero desearte algo más hondo: que sigas sintiendo que tu vida tiene sentido, que tu palabra es fecunda, que tu paso por este mundo está dejando una huella imborrable. Porque lo está haciendo, Xabier. Tú has tocado muchas más vidas de las que imaginas.

Gracias por tu generosidad incansable. Gracias por tu sabiduría viva. Gracias por tu amor sin dogmas. Gracias por haberte mantenido siempre fiel a ti mismo, aun cuando eso implicara pagar precios altos. Gracias por ser un faro para tantos de nosotros.
Feliz cumpleaños, querido Xabier. Que este nuevo año de vida te traiga la paz que mereces, el reconocimiento que no siempre se dice en voz alta, y el amor inmenso de todos los que te seguimos, te leemos y te llevamos dentro. No dejes nunca de escribir, de enseñar, de inspirar. El mundo necesita más que nunca voces como la tuya. Y nosotros, que hemos aprendido tanto contigo, solo podemos decirte, con gratitud profunda y corazón abierto: gracias por existir.
En un mundo marcado por la prisa, la superficialidad y la desinformación, tu figura se alza como un faro de profundidad, sabiduría y honestidad intelectual. Has dedicado tu vida al estudio riguroso de las Sagradas Escrituras, al diálogo interreligioso y a la reflexión sobre el sentido profundo de la existencia. Tu obra es un puente entre la fe y la razón, entre la tradición y la libertad, entre el conocimiento académico y la vida cotidiana.
Tu camino no ha sido fácil. Formado como sacerdote en los años del postconcilio, cuando la Iglesia católica atravesaba una etapa convulsa, encontraste muy pronto que tu libertad intelectual era vista con recelo. Y sin embargo, nunca renunciaste a ella. Cuando te apartaron de la docencia en Salamanca, lejos de callar, encontraste una nueva voz: más libre, más tuya, más fecunda.
Has publicado decenas de libros que no solo instruyen, sino que acompañan. Nos ayudas a mirar la fe con nuevos ojos, a acercarnos a Dios sin miedo, a asumir nuestras dudas como parte del camino. En cada una de tus obras hay un hilo común: la certeza de que el amor está en el centro de todo, y que sin amor no hay Dios posible.
Tu reciente Ejercicio de amor no es solo un libro. Es una confesión, una invitación, un gesto valiente. Con él nos recuerdas que la fe no es otra cosa que amar con toda el alma, con todo el cuerpo, con toda la historia. No se trata de repetir fórmulas, sino de vivir con verdad. No se trata de tener razón, sino de ser compasivos.
No importan las etiquetas. Te leen creyentes y no creyentes, académicos y buscadores, católicos y personas de otras religiones. Porque en el fondo, todos reconocemos en ti algo que no es tan frecuente: una voz sincera, profunda, abierta. Una voz que no pretende dominar, sino compartir.
Hoy, querido Xabier, este texto es un pequeño homenaje, un “gracias” enorme. Por todo lo que nos diste y nos sigues dando. Por cada pregunta que abriste, por cada límite que cruzaste, por cada página donde sembraste luz. Que tu vida siga siendo larga, fecunda, serena. Y que nunca olvides cuántos estamos agradecidos por ti.
Con admiración, cariño y todo el respeto del mundo: feliz cumpleaños, maestro.