'La despedida de un traidor': El profesor nos sorprende con una publicación autobiográfica Gregorio Delgado: "Jamás pensé que me vería impulsado a 'contar a otros la historia de mi vida'"

Gregorio Delgado
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Gregorio Delgado nos sorprende con otra publicación, 'La despedida de un traidor. La búsqueda personal de Dios' que, en este caso, reviste un cierto carácter autobiográfico

"Consideré que mi propia peripecia personal podía ser de utilidad a otros muchos creyentes con problemas de convivencia en una Iglesia tan contestada y apartada del evangelio", afirma

"Había sido víctima de la manipulación de la conciencia mediante el argumento de la voluntad divina, transmitida e interpretada por el clericalismo al uso. Debía, en consecuencia, cambiar la orientación, la perspectiva, y el rumbo de mi propia vida"

"Jesús entendía la religión y lo sagrado a través de lo humano. Todo el evangelio nos muestra cómo el mensaje de Jesús 'no fueron preocupaciones relacionadas con la religión, sino con la condición humana'"

"Hay que prescindir de la ya vieja y superada escolástica… No veo cómo puede el creyente aspirar a realizar el proyecto evangélico si no es a partir de su autonomía y libertad radicales. ¿Por qué se ha de renunciar a ellas?"

"El cristianismo actual no tiene futuro. No puede consistir en asistir a un rito el fin de semana y el resto de la misma vivir como paganos"

Nuevamente el Prof. Delgado nos sorprende con otra publicación. En este caso, 'La despedida de un traidor. La búsqueda personal de Dios' reviste un cierto carácter autobiográfico. Explica, en primer término, el por qué de ciertas decisiones que, en un momento dado, le llevaron por un camino diferente y orientaron su vida en otra dirección de la ya iniciada.

El camino diseñado -la búsqueda personal de Dios- le llevó a fijar, desde la anterior perspectiva lo que entiende como identidad evangélica. Muy en concreto, su nuevo estilo de vida iba a girar en torno al misterio definidor del cristianismo: la encarnación y humanización en Jesús de Nazaret.

-¿Cómo surgió la idea del relato que nos ofrece en La Despedida de un traidor. La búsqueda personal de Dios?

-Con más razón, sin duda, que Stefan Zweig, jamás había pensado que me vería impulsado a ‘contar a otros la historia de mi vida’. Efectivamente, también en mi caso pasaron muchísimas cosas, y no gratas, para que surgiese, en un momento dado, la idea de un libro, especie de testamento, en el que mi persona y mi vida fuesen, de una forma u otra, su centro. La idea se impuso de modo definitivo al considerar que mi propia peripecia personal, sus razones y motivaciones más profundas, podían ser de utilidad a otros muchos creyentes con problemas de convivencia en una Iglesia tan contestada y apartada del evangelio.

-¿A qué responde tan sorprendente título del libro?

-Hubo un momento en el tiempo en el que, frustrado y decepcionado ante la inviabilidad cierta del proyecto personal concebido y comprometido en el pasado, decidí cambiar el rumbo y la orientación de la vida. Ello me facilitó la obtención del honorífico título de ‘traidor’, que llevó aparejado el consabido ‘borrado de la memoria’. Eso sí, no faltaba más, en nombre de la verdad, que muchos parecían atesorar en exclusiva y que solían arrojarte a la cara.

-¿Cuál fue su reacción ante semejante desplante institucional?

-Me costó Dios y ayuda acomodarme y aceptar semejante trato. ¡Qué contradición! Le dediqué la flor de la vida y, a cambio, no recibí ni tan siquiera la debida formación humana y espiritual. Me encontré solo y tirado en la calle, con el único bagaje, como decía uno de mi pueblo, de ‘cuatro catecismos’, profundamente humillado y decepcionado. Aunque me sentía traicionado por la institución, en adelante sería yo quien estaría marcado para siempre por mi supuesta ‘traición’.

-¿Qué fue lo primero que advirtió al reflexionar sobre su complicada situación personal?

-Sin duda alguna, caí en la cuenta cierta que había dejado mi vida en manos de otros, que no había sido dueño de mi destino, que nunca tomé las decisiones de mi vida en plena libertad, que había sido víctima de la manipulación de la conciencia mediante el argumento de la voluntad divina, transmitida e interpretada por el clericalismo al uso. Debía, en consecuencia, cambiar la orientación, la perspectiva, y el rumbo de mi propia vida. Fue entonces cuando recordé que la vida, como nos había dicho Ortega, ‘nos es dada’, pero no como realidad hecha y completa, sino ‘como quehacer’ personal, ‘con su circunstancia’.

"Caí en la cuenta cierta que había dejado mi vida en manos de otros"

-¿Qué solución ve al problema de la falta tan alarmante de vocaciones, sacerdotales en la Iglesia?

-No poner más trabas. Esto es, que se puedan casar (celibato libre) y que se admita a la mujer al sacerdocio. Tales medidas ya deberían haberse puesto en práctica.

-En su relato, se muestra muy crítico con la formación humana y espiritual recibidas. ¿Qué diría ahora a la vista de la gran crisis de los seminarios en la Iglesia?

-A mi entender, el problema es de enorme complejidad. Me parece muy importante atender a la formación humanista del futuro sacerdote así como a conocer el proceso que han seguido las ideas que, a lo largo de la historia, han conformado la civilización en la que vivimos. No sirve de mucho la teología y la moral elaboradas al dictado del Magisterio o sin atender a la realidad existente en el mundo a evangelizar. Hay que prescindir de la ya vieja y superada escolástica. Se trata de priorizar el evangelio marginado, cuyo conocimiento es esencial y, a partir del mismo, cambiar el estilo de vida a fin de abrazar una ‘forma de vida con sabor a Evangelio’, plenamente humanizadora.

"Se trata de priorizar el evangelio marginado, cuyo conocimiento es esencial y, a partir del mismo, cambiar el estilo de vida a fin de abrazar una 'forma de vida con sabor a Evangelio', plenamente humanizadora"

-¿En qué consistió básicamente el nuevo camino emprendido en su vida?

-El nuevo camino se concretó en un muy largo proceso, en permanente cambio y adaptación, siempre en movimiento como la vida misma. Lo hice solo, sin más compañía que el relato evangélico, que ahora me atraía incluso como valor cultural. Esto es, viendo la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret como superación manifiesta de la tradicional idea de entender la religión —creencia, jerarquía y rito—. Preferí verla como la realización de la humanización de la vida y de las realidades de aquí abajo -religión como experiencia y conducta de vida-.

-En su relato, se advierte que es muy crítico con el postconcilio. ¿Por qué tal actitud si la Iglesia contó con grandes líderes, como Juan Pablo II y Benedicto XVI?

-Creo sinceramente que el Concilio defraudó, en muchos aspectos, las expectativas abiertas por el buen papa Juan. El dominio de la todopoderosa Curia romana impuso su criterio en más cuestiones de las deseadas. Pero, sobre todo, aprendí y comprobé que llevaba razón Jean Guitton cuando señaló que ‘el periodo más duro de un Concilio es el periodo que le sigue’.

La verdad es que, aunque sea negado por tantos fundamentalistas existentes en la Iglesia, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI se esforzaron demasiado en neutralizar el espíritu reformador del mismo. Tres papas restauracionistas que no aplicaron en serio ni pusieron en el lugar preferente que le correspondía al gran Concilio Vaticano II. Se impulsó de hecho la polarización y el enfrentamiento entre diferentes tendencias. Se hizo patente que ni el concilio ni el evangelio eran prioritarios en la Iglesia. La consecuencia era cada día más evidente a todo aquel que quisiera verlo: se agudizó aún más la profunda crisis moral y de fe que la Iglesia venía padeciendo. La situación, en el momento de la renuncia de Benedicto XVI, era insostenible. El cambio era absolutamente necesario.

-Volviendo a su peripecia personal, ¿cuál sería el testimonio que podría compartir ahora?

-Mi testimonio podría formularse así: difícilmente puede entenderse que el creyente en Jesús, por serlo, no pueda en estos tiempos que corren ser autónomo, no pueda ser plenamente consecuente con la libertad de conciencia, no pueda diseñar su propio camino en la ‘libertad de los hijos de Dios’, y no pueda, en consecuencia, ser dueño de su destino. No veo, por el contrario, cómo puede el creyente aspirar a realizar el proyecto evangélico si no es a partir de su autonomía y libertad radicales. ¿Por qué se ha de renunciar a ellas? La llamada e invitación de Jesús es siempre individual.

-A partir de su entendimiento del cristianismo como religión de experiencia y conducta de vida, ¿cómo se posicionó y encauzó su vida personal, social y profesional?

-Desde una perspectiva muy diferente a como tradicionalmente lo ha venido entendiendo la Iglesia. Jesús humanizó la religión. Esto es, «la sacó de ‘lo sagrado’ y la puso en el centro de ‘lo humano’» . La duda respecto a una concepción del cristianismo como algo estático y pasivo, ya dado -ritos, creencias, doctrina, jerarquía, poder, sumisión-, la resolví negándole totalmente su carácter prioritario y esencial en el mensaje de Jesús. Al contrario, Jesús entendía la religión y lo sagrado a través de lo humano. Todo el evangelio nos muestra cómo el mensaje de Jesús «no fueron preocupaciones relacionadas con la religión, sino con la condición humana» (Castillo ). Toda su vida pública muestra su «empeño por humanizar este mundo».

"Jesús entendía la religión y lo sagrado a través de lo humano. Todo el evangelio nos muestra cómo el mensaje de Jesús 'no fueron preocupaciones relacionadas con la religión, sino con la condición humana'"

-¿Cuál es, desde su nueva perspectiva, la clave que explicaría el nuevo rumbo y estilo de vida del seguidor actual de Jesús?

-Subrayaría con trazos gordos que el cristianismo actual no tiene futuro. No puede consistir en asistir a un rito el fin de semana y el resto de la misma vivir como paganos. La clave, para mí, radica en entender y aceptar que “Jesús es la Palabra que tenemos que escuchar y la que tenemos que seguir. Solamente eso, nada más y también, ‘nada menos’. Nos queda Jesús solo” (Castillo, 2021). «Escuchadlo» (Mc 9, 7; Mt 17, 5: Lc 9, 34). Supuesta tal prioridad, la nueva religiosidad o, si se prefiere, la nueva espiritualidad se ha de concretar en intentar vivir como vivió Jesús. Lo cual, por cierto, está, según mi personal visión adquirida con el tiempo, en las antípodas de la concepción del cristianismo en su forma católica como religión de creencias, objeto, por otra parte, de resistencias múltiples y hasta de su abandono por muchos.

-Vemos que en su libro realiza multitud de referencias a la Humanización de Dios. ¿En qué consiste o a que se refiere exactamente?

-Dios es el Trascendente e inaccesible. ¿Dónde y cómo podemos, entonces, conocer a Dios?. Solamente en lo ‘humano’. Por tanto, cuanto más humanos seamos, más ‘divinos’ nos hacemos (Castillo). Dicho de otro modo, lo que nos lleva a Dios no es la religión, entendida según el modo tradicional —religión de creencias—. Lo que nos lleva a Dios es vivir como vivió Jesús e imitar su estilo de vida. Esto es, aliviando el sufrimiento humano, cualquiera sea su causa; sanando y acompañando a enfermos y dolientes; paliando el hambre de los necesitados; perdonando los pecados y errores de los demás; mejorando las relaciones humanas; siendo tolerantes y amando y respetando a todos, aunque sean adversarios, enemigos o piensen de manera diferente a nosotros, etc.

Hay que abrir el espíritu, dejarse inundar de lo nuevo y entender que lo primordial para Jesús, si hemos de seguir los relatos de su vida pública, fue la vida misma de sus seguidores, de sus escuchantes, de la gente. Siempre la antepuso a los preceptos religiosos oficiales. Para Jesús la mediación para encontrar a Dios no radica en la observancia de los ritos de la religión oficial sino en la atención y la lucha por sanar y dar vida, aunque, en muchos casos, lo enfrentase con los hombres de la religión oficial.

Espíritu

-Pero, este modo de entender el cristianismo no parece que esté integrada en la concepción oficial del mismo. ¿Realmente es ésta la gran novedad, la gran aportación definitoria, aunque bastante olvidada y marginada, del cristianismo?

-Es obvio que las cosas han discurrido, históricamente, por un camino muy diferente. Camino que, desde mi humilde perspectiva, está pendiente de un radical revisionismo. Jesús propuso un estilo de vida muy distinto. Creo que es posible seguir a Jesús, ser su discípulo, sin tener que pasar necesariamente por la aceptación de doctrinas y creencias, interpretaciones y reinterpretaciones doctrinales; por las múltiples ideologías, puestas en circulación en la Iglesia para someter al creyente; por los ritos y liturgias, por las jerarquías y poderes, por la sumisión y la obediencia totales. Esto es, sin tener que someter la propia espiritualidad al nada recomendable, en principio, dirigismo clerical y sin tener que aceptar una concepción de la propia Iglesia, que no fue enseñada por Jesús y que, por tanto, no aparece en el evangelio.

"Creo que es posible seguir a Jesús, ser su discípulo, sin tener que pasar necesariamente por la aceptación de doctrinas y creencias, interpretaciones y reinterpretaciones doctrinales"

Esta otra manera de ver y entender el mensaje de Jesús, muy sólidamente enraizado en el testimonio de los relatos evangélicos canónicos, se centra, por supuesto, en la persona misma de Jesús y en la actitud y el comportamiento en su vida pública, objeto prioritario de su contenido. No hay por qué estremecerse y menos en base, como vengo subrayando, a las interpretaciones y reinterpretaciones de sus enseñanzas, pura ideología, a veces supersticiosa, y manipulación del creyente, de la que, históricamente, ha hecho gala el cristianismo en su forma católica. Hay que abrir el espíritu, dejarse inundar de lo nuevo y entender que lo primordial para Jesús, si hemos de seguir los relatos de su vida pública, es la vida misma de sus seguidores, de sus escuchantes, de la gente. Siempre la antepuso a los preceptos religiosos oficiales. Para Jesús la mediación para encontrar a Dios no radicaba en la observancia de los ritos de la religión oficial sino en la atención y la lucha por sanar y dar vida.

-¿Existe algún texto evangélico que pueda aducir, como concluyente y definitivo, a favor de su visión e interpretación?

-Existe, en efecto. Se trata de Mt 25, 31-46. Según este texto, el criterio del bien y del mal, en el juicio final, no es puesto en nuestra relación con Dios a través de los rituales y ceremonias en que hayamos participado, ni en las doctrinas que hayamos abrazado, ni en la sumisión y obediencia a los líderes religiosos, ni en el cumplimiento riguroso de los preceptos religiosos. El criterio estará en función de lo que hayamos hecho con los demás, y especialmente con los más necesitados, con los enfermos, los marginados y despreciados de este mundo. «Dios, se funde y confunde con lo humano» (Castillo). Por tanto, «solo se tendrá en cuenta la humanidad de cada uno» (Ibidem). Merece la pena volver a leerlo de nuevo y reflexionar sobre el mismo.

Libro de Gregorio Delgado
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