Antonio Martín

Nací el 1926 en Santana, pequeño pueblo de Palencia. En 1936 empecé los cursos del Seminario de León que continué después en la Universidad de Comillas (Santander). Después de padecer una larga tuberculosis, fui ordenado sacerdote en León en 1959, con la dolorosa ausencia de mi padre muerto hacía cinco años y de mi madre, fallecida sólo mes y medio antes de mi ordenación.

En la Universidad de Salamanca terminé la Licenciatura en Teología. Aquel verano varios compañeros, integrados en una organización estudiantil internacional que colaboraba en la reconstrucción de Alemania, fuimos a Colonia a trabajar en la construcción.

A la vuelta me quedé dos años en París donde hice el curso de Doctorado y pude captar el creciente malestar en el mundo intelectual y estudiantil.

A mi regreso a Palencia el hecho que más me marcó (y aún dura) fue mi incorporación a la HOAC. La HOAC me pareció algo conocido. Su calidad evangélica-vital me resultó cercana a la espiritualidad que habíamos recibido en el Seminario de León. Y es que el impulsor espiritual básico en ambas realidades había sido el mismo: D. Eugenio Merino, responsable espiritual del Seminario de León y primer consiliario general de HOAC.

Y ese dinamismo es el que me ayudó después, en los años de mi labor con los trabajadores emigrantes españoles que fueron a trabajar a Alemania.

Ojalá sea ésa la orientación y la calidad de cuanto aparezca en este blog.

Me parece bueno terminar este perfil con otro acontecimiento de alto calibre: la celebración del Concilio VATICANO II.

En parte por avatares y en parte por fuerte cansancio dejé Alemania. Dada esta oportunidad, me fui a Roma. El motivo declarado fue terminar mi tesis doctoral. Y efectivamente la terminé y la defendí, siendo aprobada. Y a la vez yo mismo decidí no publicarla. La consideré y la sigo considerando de corto valor.

En realidad necesitaba rehacer mis fuerzas maltrechas y consideré providencial la oportunidad de vivir de cerca un Concilio Ecuménico.

Varios compañeros nos propusimos entrevistar a obispos de todas las regiones y países. Nos resultó fácil vernos con obispos de diócesis grandes y pequeñas.

Pudimos asistir también a sesiones y debates.

Fue sorpresa para nosotros encontrar dos bares en el interior de la sala conciliar. Uno tenía por nombre Bar-Jona (hijo de Juan =Pedro) y el otro Bar-rabás. Por supuesto ninguno era nombre “oficial”. Pero todos sabíamos qué línea prevalecía en cada uno de ellos.

Nosotros veíamos muy positiva las conversaciones abiertas y sosegadas de quienes, en medio de la sesión general, creían conveniente dialogar sobre cuestiones serias y contrapuestas.Y valoramos mucho que nunca nos impidieran estar presentes en ninguna de las conversaciones.

La barra del bar era libre, pero hay que señalar que “el gasto” lo hacíamos casi exclusivamente los visitantes.
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