Para conocer a Dios, contemplar al hombre

Nuestra existencia, a poco que se la mire, presenta enigmas. ¿Quién puede contemplar nuestra realidad sin asombro?
Sin embargo somos inconsistentes. Nuestro ayer ¿qué fue? Ni tampoco el después, ni siquiera el hoy está sólo en nuestras manos. Al contemplarnos, vemos maravillas en nosotros.

Sí, maravillas. No estoy haciendo poesía, ni hablo de ensueños. Ahí están, con su realismo, el asombroso organismo, los ojos luminosos, la sonrisa, la libertad, la ternura, la paciencia, la amistad...

¡Cuántas maravillas y tan inconsistentes! Esta realidad, esta paradoja, nos cura de pesimismos, de suficiencias y de vanidad.

Y nos abre hacia el encuentro con Dios. Ante el agua corriente en el río ¿cómo no buscar la Fuente oculta? Ante maravillas inconsistentes ¿cómo no adivinar el Soporte agradecido?

El camino hacia El

Si Dios fuera artesano, productor de mundos, quizá estuviera lejano sin dejar sentir su pálpito, ni su mano de artista. Admiraríamos su arte, su imaginación, su poder. Nada más.

Jesús nos presenta a Dios como Padre, como amor. No sólo que nos ama, sino que su ser es ser AMOR. Y así, nosotros no somos “producto” de taller. Somos criaturas frágiles sostenidas continuamente. Y esto ¡ya lo podemos experimentar!.

¿Dónde? Allí donde El se manifiesta: en la grandeza de sus criaturas, donde El está creando con amor.
Resulta así que el camino más rápido y fiable para llegar a Dios, es precisamente el ¡HOMBRE! Y podemos formular una conclusión importante:

* primer paso para conocer a Dios: contemplar al Hombre

* primera pregunta para conocer al Hombre: ¿Quién es Dios?

Cualquiera de nosotros es camino real para contemplar maravillas de Dios. La atalaya privilegiada, sin embargo, es el HOMBRE cabal: Jesucristo.
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