Más que sagrados, deificados

Jesús en persona toma la iniciativa y lo hace dentro de una cena o banquete. Esta consagración carecería de sentido si nadie asistiera a la “cena” o la celebrara con motivos distintos a los de Jesús. (1Cor. 11, 17-34)

Sin Jesús no hay Eucaristía. Sin nosotros, tampoco.

Jesús nos da su amistad, sus criterios ante la realidad, la fuerza de su vida y de sus obras con que podamos construir en plenitud nuestro ser hijos del Padre Dios.

En esta ocasión, en la consagración de la Eucaristía, lo que pretende es que nos incorporemos a su Hijo. No es que seamos una cosa o una persona a quien Dios considera como suya. Quiere que participemos de su divinidad todo lo que alcance nuestro ser limitado. Más que sagrados, nos quiere deificados.

Somos participantes activos. No sólo “recipientes”. Nuestra presencia en la celebración genera (como la de Jesús) gratitud, alegría y convivencia de calidad evangélica. En la medida en que me sitúe en esa línea, será eucarística mi celebración.
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