Conmemoración de 800 años de historia de la catedral “Edifica nuestra casa, Señor”

Catedral de Mondoñedo, 800 años
Catedral de Mondoñedo, 800 años

Homilía en el aniversario de la Dedicación de la S.I.B. Catedral de Mondoñedo

"Hoy hacemos votos para que se disipen las tinieblas de la hipocresía, de la condena, del rechazo, de la división, de la indiferencia, de la soberbia, de la violencia, de la persecución. Abrimos nuevos vitrales en los viejos muros para que entre a raudales la luz"

Homilía en el aniversario de la Dedicación de la S.I.B. Catedral de Mondoñedo, 19 de octubre de 2019.

Hermanos en el episcopado;
cabildo catedral;
excelentísimas e ilustrísimas autoridades;
sacerdotes;
miembros de Vida Consagrada;
matrimonios y familias;
hermanos y hermanas en Cristo.

Dice la nota necrológica de don Martín I, compostelano, obispo de Mondoñedo, que “construyó, acabó y consagró esta iglesia catedral”. Tres verbos de acción que nos invitan a imaginar la figura y el ministerio episcopal de este obispo que logra el establecimiento definitivo de la sede de la diócesis en Villamayor de Bría, nuestro Mondoñedo.

Con todo ello, fue don Martín instrumento de Dios para continuar dando impulso a la evangelización en estas tierras a comienzos del siglo XIII, armonizando fe, cultura y gobierno para construir una historia que superara momentos procelosos y se proyectara hacia un futuro en paz y prosperidad. Lo que nuestra fe cristiana entiende como avance hacia el Reino de Dios y su justicia.

La misión que Dios confió a Martín y comparte con su Iglesia no se agota en la construcción de este templo, ni en los límites diocesanos, ni en el tiempo. Va más allá porque es una misión de alcance universal, parte del cuerpo místico de Cristo: una misión que ensancha nuestra casa de oración para reunir a los dispersos de todos los pueblos; una misión que llega a muchos porque la alianza de Dios es una propuesta abierta para cuantos estén dispuestos a guardar el derecho y practicar la justicia desde la misericordia; una misión que se prolonga porque ha de fecundar nuestra tierra cada día y para siempre.

Por todas estas razones, sabemos que el don y la tarea que Dios confió al obispo Martín nos los confía también hoy a nosotros: construir, acabar y consagrar la misión de la Iglesia que peregrina en estas tierras y en estos tiempos. Una misión que nos impulsa a salir de lo conocido y acostumbrado durante siglos, adoptando medios de evangelización diferentes y afrontando una necesaria conversión misionera. Es tiempo, pues, de remodelación y restauración, reconociéndonos como piedras vivas en Cristo vivo.

En esta “catedral arrodillada”, humilde y majestuosa, acercándonos al Señor, la gran piedra viva y angular –rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa para Dios–, tanto nuestros predecesores en la fe como nosotros somos y nos sentimos piedras vivas. De este modo, seguimos construyendo un templo espiritual a través de un sacerdocio santo –común a todos los fieles–, consagrado a la misión.

Desde dicha misión, que es una y única, la Iglesia que hoy formamos se compromete de lleno en el servicio a Dios y a los hombres y, hundiendo sus raíces en el Señor, se alza con belleza hoy como ayer para testimoniar en medio de las gentes la vida abundante que engendra la fe en Cristo Jesús. Así, como esta catedral que permanece firme por los siglos, también nosotros somos en nuestros días testigos de las grandezas a las que Dios nos llama, por las cuales podemos pasar de las tinieblas a su luz admirable. Luz que queremos poner en lo alto para disipar las sombras de muerte que nos acechan en este momento de la Historia: despidos y cierres, despoblación y envejecimiento, crispación y discordia, prejuicios y exclusión, falta de fe, esperanza y caridad.

Como nuestra catedral, de piedra vista y contrafuertes ocultos, todo bajo un mismo techo, queremos arrodillarnos ante Dios y ante los hombres para ver más de cerca, desde abajo, el misterio del Salvador y de la salvación de los más pequeños. Él ha venido de lo alto para liberar con libertad de hijos de Dios a cuantos vivimos encadenados, de suerte que todos podamos conocer la dicha de los justos en su casa santa y gustar las primicias del Reino. Por eso, hoy hacemos votos para que se disipen las tinieblas de la hipocresía, de la condena, del rechazo, de la división, de la indiferencia, de la soberbia, de la violencia, de la persecución. Abrimos nuevos vitrales en los viejos muros para que entre a raudales la luz admirable de la verdad, de la justicia, de la misericordia, de la unidad, de la caridad, de la humildad, de la paz, de la libertad, de la filiación y de la fraternidad que hemos recibido del Padre en el Hijo por medio del Espíritu Santo y nos permite ser bautizados y enviados, artífices de una Iglesia en estado permanente de misión.

Así pues, he aquí nuestra ofrenda, que somos nosotros mismos. Hombres y mujeres sencillos que, como piedras vivas, anhelamos que el Señor edifique una Iglesia viva y luminosa con nosotros. Un santo Pueblo fiel Suyo en el que experimentemos la fuerza transformadora del amor misericordioso de Jesús, el supremo Pastor; pueblo de Dios en el que poder vivir sirviéndonos los unos a los otros, con especial predilección por los más débiles y necesitados, hacia quienes el Señor nos encamina para dejar atrás el temor propio de la oscuridad y acercarnos a la audacia de su luz. En ellos y con ellos, aquí, de rodillas ante el misterio de Dios encarnado, queremos adorar al Padre en espíritu y en verdad. Lo adoramos en Jesucristo, su templo definitivo: aquel en quien encontramos la esperanza de la humanidad que es buscada, ansiada y realizada en plenitud.

Si este templo de piedra nunca estará terminado y necesitará cuidados y restauraciones hasta ahora impensadas, igualmente la Iglesia que peregrina en Mondoñedo-Ferrol habrá de continuar edificándose siempre bajo la guía del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Dios uno y trino, arquitecto, constructor, artesano de una Iglesia misionera de comunión que sigue siendo antorcha encendida para los peregrinos de la fe: los que hacen el Camino y los que viven a su vera. Por eso, hoy, como hace 800 años, oramos diciendo:

Edifica nuestra casa, Señor; construye, acaba y consagra nuestra misión de discípulos y peregrinos en esta tierra. Tú eres quien mejor sabe engarzar las piedras vivas y enviar a los discípulos misioneros para que den fruto hasta que tu Reino llegue definitivamente, hasta que alcancemos la meta de la Mondoñedo celeste. Amén.

Espíritu Santo

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