Homilía en la Misa Crismal Sacerdotes, Hijos y Hermanos

Luis Ángel de las Heras, en la misa crismal
Luis Ángel de las Heras, en la misa crismal

"Los sacerdotes, como servidores de Dios y de los hombres, estamos llamados a cultivar y acrecentar la filiación divina y la fraternidad sacramental, eclesial y humana"

Sacerdotes, Hijos y Hermanos


(Homilía en la Misa Crismal. Concatedral de san Julián. Ferrol, 16 de abril de 2019)

Gracia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Salvador nuestro (Tit 1,4) a vosotros, queridos sacerdotes, seminaristas, consagrados, matrimonios y fieles laicos aquí presentes. Recordamos fraternalmente a los sacerdotes que por enfermedad u ocupación no nos pueden acompañar esta mañana. Hacemos memoria orante de los hermanos del presbiterio diocesano que han sido llamados a la casa del Padre desde la Misa Crismal del año pasado.

El Señor ha elegido hombres para ungirlos como sacerdotes, hijos de Dios y hermanos de cada uno de los miembros del Pueblo de Dios que acompañan. Hijos y hermanos para servir. Cristo nos ha hecho sacerdotes a su imagen, sacerdotes de Dios, su Padre. Demos gracias por tanto don.

El sacerdote es hijo de Dios elegido y ungido. Somos hijos y coherederos en Cristo. Como tales podemos descubrir cada mañana que el Espíritu del Señor está sobre nosotros y nos impulsa a clamar «Abbá, Padre». El Espíritu del Hijo nos unge para ser enviados a dar la Buena Noticia a los que sufren, a vendar los corazones desgarrados. Porque el Padre, primeramente, nos ha permitido conocer la Buena Noticia de la salvación y ha vendado las heridas de nuestro propio corazón.

Precisamente su amor de Padre es el que nos unge para proclamar la amnistía a los cautivos y trabajar por que los esclavos queden libres y los ciegos recobren la vista. Para anunciar días de gracia que contrarresten tanta desgracia. También en todo ello hemos sido escogidos, sin mérito nuestro: liberados de nuestras esclavitudes humanas y curados de las cegueras espirituales que nos aquejan en algunas ocasiones. Cegueras de acedia, de mediocridad, de envidia, de abatimiento, de sospecha y desconfianza… que el Señor quiere desterrar para siempre de nuestra vida. Pues «Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas para entrar en su luz maravillosa» (1Pe 2,9).

Además de hijos de Dios Padre, los sacerdotes somos hermanos de Cristo por el Espíritu. Es Jesús mismo quien nos llama y nos capacita para compartir su misión, para llevar su consuelo a quienes viven tristes, de modo que también ellos puedan cambiar su traje de luto en perfume de fiesta. El Padre misericordioso nos da fielmente su salario y hace una alianza con cada uno de sus sacerdotes a través de Cristo. ¿Cuáles son el salario y la alianza que gozamos los sacerdotes? Justamente, la fraternidad que compartimos con Jesús y, desde Él, con todos los hombres: el pan partido y repartido de la eucaristía.

Esta fraternidad que nace y se vive en el cenáculo nos procura sosiego para tanta inquietud, justicia y misericordia frente a tanto juicio sumarísimo, paz y perdón entre tanta violencia y tanta venganza, solidaridad en un mundo fratricida. Desde esta paga que el Señor nos dispensa podemos cantar agradecidos sus misericordias eternamente, incluso cuando la cruz nos hace difícil el camino.

Con esta conciencia de sacerdotes bendecidos y ungidos en Cristo, hijos de Dios Padre, somos enviados a nuestros hermanos para edificar la fraternidad sacerdotal, eclesial y universal. En medio del pueblo de Dios renovamos nuestras promesas para vivir felizmente entregados en tiempos difíciles y favorecer el cumplimiento de las esperanzas de nuestras gentes, que tenemos como principal preocupación.

Por eso renovamos en esta eucaristía nuestra promesa de vivir fuertemente unidos a Cristo, aquella que nos permite crecer como sacerdotes, hijos y hermanos, renunciando a nosotros mismos y, por tanto, superando cualquier rivalidad y vanagloria.

Igualmente actualizamos nuestro compromiso en la misión de ser dispensadores de los misterios de Dios. Una misión sin fronteras ni edades, que nos permite anunciar la Buena Nueva incluso a los que no la esperan, aunque la buscan. Y nos exige cuidar con esmero la celebración de la Eucarística, superando su reducción a un acto social externo, incomprendido y aburrido, cuando hay en ella un tesoro que desborda todas las dimensiones del ser humano y nos permite recorrer cada día el camino del misterio pascual que Cristo comparte con nosotros. Descubramos que la Iglesia es comunidad eucarística; que nosotros y nuestros hermanos somos comunidad eucarística en Mondoñedo-Ferrol.

Nuestro ministerio nos compromete también a seguir formándonos como discípulos misioneros, para ser predicadores de la Palabra con palabras que lleguen a tocar y transformar el corazón. Sin buscar recompensa alguna, conscientes de que solo el que lo entrega gratuitamente todo lo recibe todo.

Hermanos sacerdotes, hermanos y hermanas. Somos hijos de Dios en Cristo y hermanos entre nosotros. Los sacerdotes, como servidores de Dios y de los hombres, estamos llamados a cultivar y acrecentar la filiación divina y la fraternidad sacramental, eclesial y humana.

Nos encomendamos a la Virgen María, Madre del Cenáculo, para que la Palabra de Dios que escuchamos y el pan eucarístico que nos une en comunión se hagan vida en nuestras vidas para los hermanos, especialmente para quienes están necesitados de nuestra ayuda, para quienes no conocen el año de gracia de nuestro Dios, para quienes no tienen vida y la merecen en abundancia.

Mons. Luis Ángel de las Heras Berzal, CMF,
Obispo de Mondoñedo-Ferrol

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