40 días navegando hacia la conversión sinodal - Domingo de Ramos 40º Día: Abrir el oído, dejar que la voz de Dios penetre en nuestro interior y nos convierta

40 días de conversión sinodal
40 días de conversión sinodal

Reconfortar al fatigado con una palabra de aliento, a tantas personas que necesitan de nuestra presencia, de nuestra compañía, de estar ahí y simplemente mostrar una sonrisa de complicidad en tantos momentos en que la vida nos hace tambalearnos

Sería triste que reciban de nosotros un código de doctrinas o un imperativo moral, pero no el gran anuncio salvífico, ese grito misionero que apunta al corazón y da sentido a todo lo demás

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Petición permanente por la conversión sinodal al inicio de cada día

Que el Dios Trinitario, ejemplo de vida en comunión, nos ayude a soñar con una Iglesia sinodal, donde sepamos descubrir los signos de los tiempos, y la presencia de un Dios encarnado de diferentes modos, en distintos lugares. Un Dios que nos ayude a discernir su presencia y a anunciarle en todos los rincones, también entre los que más lejos se encuentran; a ser una Iglesia en salida, que va al encuentro, que escucha y dialoga con todos. Que busquemos el bien para todos los que nos encontramos cada día y sepamos traer de vuelta a la Amazonía y a todos los lugares donde estemos, todo lo vivido en el proceso sinodal, y así hacer realidad aquello que Dios espera de nosotros.

Fragmento de una Lectura del día (cada uno es invitado a profundizar en las lecturas completas según su propia necesidad y criterio)

El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. (Isaías 50,4-7)

Reflexión desde la perspectiva del proceso sinodal amazónico

Reconfortar al fatigado con una palabra de aliento, a tantas personas que necesitan de nuestra presencia, de nuestra compañía, de estar ahí y simplemente mostrar una sonrisa de complicidad en tantos momentos en que la vida nos hace tambalearnos. Es tiempo de escuchar, de abrir el oído, de dejar que la voz de Dios penetre en nuestro interior y nos convierta, nos haga hombres y mujeres nuevos. No te dejes amedrentar, no dejes que nada te impida ser presencia del Dios de la Vida.

Seamos esa Iglesia en salida, que llega a quienes nos necesitan, confiemos en que el Señor está con nosotros, que Él nos ayuda a superar las dificultades del camino, a seguir, a confiar en que podremos salir adelante, renovados, resucitados. Recorramos los caminos del mundo, naveguemos los ríos de la Amazonía, lleguemos hasta la cabecera, hasta donde se encuentra quien nos espera de brazos abiertos y aprendamos juntos a encontrar el camino de mañana.

Captura de pantalla (21)


Contemplación

Contemplemos la imagen de este día y dediquemos un momento a reconocer nuestra propia vida y experiencia en la Iglesia y al servicio de la Amazonía para pedir luz en esta Palabra de Dios y así traer de vuelta todo lo vivido. Escribir mis peticiones particulares y permanecer en ellas durante este día. Hacemos una invitación a llevar un registro de todo lo que el Espíritu suscite en nosotros como preparación interior para poder asimilar mejor el proceso sinodal.

Cita para meditación de cierre


La auténtica opción por los más pobres y olvidados, al mismo tiempo que nos mueve a liberarlos de la miseria material y a defender sus derechos, implica proponerles la amistad con el Señor que los promueve y dignifica. Sería triste que reciban de nosotros un código de doctrinas o un imperativo moral, pero no el gran anuncio salvífico, ese grito misionero que apunta al corazón y da sentido a todo lo demás. Tampoco podemos conformarnos con un mensaje social. Si damos la vida por ellos, por la justicia y la dignidad que ellos merecen, no podemos ocultarles que lo hacemos porque reconocemos a Cristo en ellos y porque descubrimos la inmensa dignidad que les otorga el Padre Dios que los ama infinitamente. (Querida Amazonía, 63) 

Querida Amazonía 6

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