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Fuerte y valiente testimonio de la presidenta de la CLAR
Algunos no entienden la importancia de la misión de las mujeres en la Iglesia, pero para ello es necesario aprender con Jesús, su disposición para “ver y sentir a las mujeres, levantarlas, dignificarlas, enviarlas”, como recalcó Liliana Franco en la abertura de los trabajos del tercer Módulo, que habla sobre el ser corresponsables en la Misión, algo de lo que las mujeres saben mucho, a pesar de los muchos desplantes y palos recibidos, pues son ellas las que sostienen la fe en muchas comunidades en todo el mundo.
No podemos olvidar que “la verdadera reforma viene del encuentro con Jesús, al eco de su Palabra, en el aprendizaje de sus actitudes y criterios, en la asimilación de su estilo”. Eso es algo que se concreta en mujeres comunes, como doña Rosa, que, a sus 70 años, todas las tardes sale a visitar a los enfermos del barrio, cuida de que tengan alimentos y vida digna. Alguien que durante muchos años también les llevaba también la comunión, ya no lo hace porque el nuevo párroco le ha dicho que la comunión la llevarán los ministros de la Eucaristía, varones a los que se ha equipado con un vistoso uniforme. A pesar de todo, sigue recorriendo las calles de su barrio, visitando a los enfermos, siendo autentico consuelo para los más frágiles.
Una situación sangrante, que también vive Martha que terminó su doctorado en Teología, con calificaciones mejores que las de sus compañeros varones, pero la Universidad Pontificia en la que se graduó, decidió, que no le podía dar un título canónico porque ella es mujer, que el suyo sería un título civil. Pero es un logro, porque hasta hace pocos años, las mujeres en su país no podían estudiar Teología, sólo Ciencias Religiosas.
Son escenas que se repiten, pues muchas mujeres no tienen sitio en el Consejo parroquial o diocesano, a pesar de que sus diversos y valiosos trabajos pastorales. El motivo es que “la misión de las mujeres es muy maternal, básica y pastoral, y los objetivos de los Consejos son para ellos, más administrativos y estratégicos”.
Desde ahí la presidenta de la Confederación de Religiosos y Religiosas de América Latina y el Caribe hizo una fuerte denuncia: “la andadura de la mujer en la Iglesia está llena de cicatrices, de coyunturas que han supuesto dolor y redención, trama pascual, en el cual lo evidente y definitivo ha sido el amor de Dios; amor que permanece más allá del empeño de algunos por invisibilizar la presencia y el aporte de las mujeres en la construcción de la Iglesia”.
Eso llevó a la religiosa a afirmar que “la Iglesia tiene rostro de Mujer”, citando múltiples ejemplos de eso. De hecho, “la Iglesia que es madre y maestra, es también hermana y discípula, es femenina, y eso no excluye a los varones, porque en todos, varones y mujeres, habita la fuerza de lo femenino, de la sabiduría, la bondad, la ternura, la fortaleza, la creatividad, la parresia y la capacidad de dar la vida y enfrentar las situaciones con osadía”.
De ahí su llamado a que “todos, mujeres y varones estamos llamados a ser vientre, casa, caricia, abrazo, palabra… Una Iglesia femenina tiene la fuerza de la fecundidad. Esa que le viene dada por la Ruah”. La religiosa, que participó del equipo que elaboró el informe de la Etapa Continental en América Latina y el Caribe, mostró cinco perspectivas del rostro de “una Iglesia misionera, que late al ritmo de lo femenino” es una Iglesia con estas perspectivas: la Persona de Jesús y el Evangelio son quienes convocan; por el Bautismo todos y todas portadores de la misma dignidad; la opción por el cuidado de toda forma de vida es la opción por el Reino; un nuevo modo de establecer las relaciones hace posible una renovada identidad: más circular, fraterna y sororal; se cree en el valor de los procesos, se prioriza la escucha y se reconoce que la fecundidad es fruto de la gracia, de la acción del Espíritu.
La religiosa dejó claro que “al fondo del deseo y el imperativo de una mayor presencia y participación de las mujeres en la Iglesia, no hay una ambición de poder o un sentimiento de inferioridad, tampoco una búsqueda egolatría de reconocimiento, hay un clamor por vivir en fidelidad el proyecto de Dios, que quiere, que en el pueblo, con el cual Él hizo alianza, todos se reconozcan en condición de hermanos”, reclamando la llamada a la participación y a la igual corresponsabilidad en los discernimientos y en la toma de decisiones, desde la dignidad común que a todos da el bautismo.
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