Han muerto solos, y, sin ni siquiera ser velados, se les ha enterrado casi clandestinamente Sábado Santo: un frío sepulcro que nos interpela

El dolor de la muerte en tiempos de coronavirus
El dolor de la muerte en tiempos de coronavirus

Alguien yace en un frío sepulcro, consecuencia de una situación que todavía nadie entiende

Aprender con María,  con la fe de quien se ha abandonado en Dios y en Él confía por encima de toda apariencia y circunstancia

Dios sigue ahí, aunque por momentos eso nos parezca inverosímil

Hay momentos en los que solo nos queda esperar y confiar, no porque toca y sí porque sabemos que hay Alguien que nunca falla, que siempre ha sido fiel a su promesa y que de nuevo lo va a ser

Sepulcro de Jesús
Son pocos los elementos que aparecen en los relatos evangélicos sobre aquella parte de la historia que recordamos durante el Sábado Santo, algo que nos ayude a entrar en los sentimientos de los más próximos a Jesús, que yace en un frío sepulcro. Es tiempo de sentimientos encontrados, probablemente dominados por un clima de fracaso, de que no hay futuro, de qué va a ser de nosotros, de que todo lo construido hasta aquel momento se ha ido a pique, consecuencia de una situación que todavía nadie entiende.

Son sentimientos que también deben estar presentes en muchas familias, en mucha gente, en estos últimos días y semanas. Se ha ido, de manera rápida e inexplicable, un esposo, una esposa, un padre, una madre, un hijo, una hija, alguien que hasta hace poco alegraba y daba sentido a la vida de su familia, de sus amigos. Han muerto solos, y, sin ni siquiera ser velados, se les ha enterrado casi clandestinamente. La frialdad del sepulcro les domina y eso es algo que no sale de la cabeza. Son crueles los relatos que uno va leyendo, en los que se narra como esas personas han vivido estos momentos, que siempre son difíciles, pero que ahora provocan un sentimiento de dolor todavía mayor.

Pensar en eso es algo que asusta y que nos lleva a reflexionar. En estos días, hablando con mi abuela, que a sus 91 años ya ha vivido muchas cosas y que hoy aguanta estoicamente, y sola, el encierro forzoso al que el coronavirus nos ha sometido, decía que ella no quiere morirse, pero sobretodo ahora, porque a uno le entierran como a un perro. Sus palabras, ciertamente duras y difíciles de asumir, nos remiten a situaciones presentes en la vida de mucha gente, dominadas por un sentimiento que siempre nos supera.

Ancianos en casa

El Cántico de Isaías, que acompaña la oración de Laudes del Sábado Santo, muestra estos sentimientos tan humanos, que nos llevan a pensar que somos privados del resto de nuestros años, que nos cortan la trama con la que cada uno va devanando su vida. Ante ellos, en quien confía en Dios, brota una súplica para que el Señor sea su fiador, para que le libre de la tumba vacía y fría, siempre movido por la confianza.

En esa tesitura, somos llamados a aprender a ver el futuro con esperanza, la misma que uno imagina en las mujeres que más de cerca habían acompañado a Jesús, las únicas que, en el momento de su muerte, permanecieron al pie de la Cruz. Especialmente pienso en María, su madre, el mejor ejemplo de confianza en Dios, quien desde el principio había dicho que podía contar con ella. En esa madre, para la que tanto había significado su hijo, se debían entremezclar sentimientos encontrados. De un lado, la duda, la desconfianza, siempre presente en todo ser humano, de otro, la fe en quien se ha abandonado en Dios y en Él confía por encima de toda apariencia y circunstancia.

Esa esperanza, esa apuesta por la vida, tan presente en quien se sabe pequeño y necesitado, también se ha dejado traslucir en personas que en estos días están viviendo todo aquello que supone la muerte de alguien cercano. Su testimonio de confianza, de fe, tiene su fundamento en sentir cercano al Dios que nunca falla. Desde ahí se comprende que se puede apostar por la vida, que siempre continúa, inclusive ante esa muerte que nos interpela y constantemente nos cuestiona, llegando por momentos a atormentarnos.

No desesperarse, confiar en que Dios sigue ahí, aunque por momentos eso nos parezca inverosímil. Ese es el camino que nos permitirá descubrir que la Vida está de vuelta, que ella tiene la última palabra. Hay momentos en los que solo nos queda esperar y confiar, no porque toca y sí porque sabemos que hay Alguien que nunca falla, que siempre ha sido fiel a su promesa y que de nuevo lo va a ser. El cuando y el como es algo que se nos escapa, pero del que no podemos dudar, inclusive ante ese frío sepulcro que nos interpela.

Entierros coronavirus

Volver arriba