Aprender a ser agradecidos siempre Los mismos que aplaudieron a Jesús fueron quienes después gritaron que le crucificasen

Aplaudiendo en la ventana
Aplaudiendo en la ventana

Se viven momentos duros, de mucho dolor, pero también se están experimentando situaciones que probablemente van a provocar cambios drásticos

Hay gente que dice, entre ellos el Papa Francisco, que esta situación que estamos viviendo nos hará mejores como sociedad y como personas. También hay quienes afirman que en estos momentos aparece lo peor que tenemos dentro

Aplaudir ahora debería llevar a aprender a valorar para siempre a aquellos a quienes hoy se les vitorea

Lo importante es que todo lo que vivamos nos enseñe a ser mejores personas

No queramos crucificar el día de mañana a quienes hoy aplaudimos

Domingo de Ramos
Desde la distancia, uno va siguiendo los acontecimientos que se están viviendo en España, a veces con el corazón apretado. Se viven momentos duros, de mucho dolor, pero también se están experimentando situaciones que probablemente van a provocar cambios drásticos en una sociedad, por qué no decirlo, en que muchos se acostumbraron a vivir por encima de las posibilidades, muchas veces a costa de quienes hoy se les niega hasta el ser atendidos en un hospital, simplemente porque ya perdieron las fuerzas para seguir produciendo.

Uno de los muchos gestos que uno sabe que se están haciendo todos los días, a las ocho de la tarde, es salir a la ventana para aplaudir. Con el paso de los días la gente va mostrando diferentes posturas sobre eso, los que aplauden y los que son aplaudidos, pero uno es consciente de que para gustos se hicieron los colores. Inclusive, entre los que mandan, parece que a algunos les molesta que se aplauda a quienes se están dejando la vida para que esto pase. A mí, que conste de antemano, que me parece un buen gesto.

Al respecto de estos aplausos mi mente ha viajado hasta aquel momento que celebramos en el Domingo de Ramos, la entrada de Jesús en Jerusalén. La multitud le aclamaba y le reconocía como un profeta, como un héroe, como el Hijo de David. De él se decía que había salvado a mucha gente, y por eso le admiraban y aclamaban. Pero serán esos mismos los que no tardarán en gritar que le crucifiquen. Eso de Vicente va donde va la gente o arrimarse al sol que más calienta siempre se ha estilado.

Hay gente que dice, entre ellos el Papa Francisco, que esta situación que estamos viviendo nos hará mejores como sociedad y como personas. También hay quienes afirman que en estos momentos aparece lo peor que tenemos dentro, el egoísmo desenfrenado que nos lleva a pensar única y exclusivamente en nosotros mismos. A lo largo de las últimas semanas estamos viendo claros ejemplos de las dos cosas, aunque prefiero quedarme con los pequeños ejemplos de gratuidad y generosidad con los que gente anónima está actuando.

Médicos

Desde señoras que con ochenta y tantos se pasa el día haciendo mascarillas en la máquina de coser hasta quien dice que ya ha vivido suficiente y que le den el respirador a otra persona. Pero también hay quien sólo piensa en su bienestar, lo que se demuestra en los pequeños detalles, que a algunos les llevan, por ejemplo a ir tres veces al día al supermercado. Puede ser que algunos de estos inclusive aplaudan, pero dudo que esto les cambie la vida.

Aplaudir ahora debería llevar a aprender a valorar para siempre a aquellos a quienes hoy se les vitorea. Pero habrá muchos que seguirán yendo al médico y no dejarán de protestar, saliendo de la consulta sin ni siquiera agradecerle. También seguirá habiendo quien querrá que crucifiquen al policía o al guardia civil que le paró y le multó por saltarse un semáforo en rojo, por ir sin cinturón o por pasar el límite de velocidad. En el supermercado nos encontraremos con quien no deje de reclamar porque quien está en la pescadería tarde mucho en atender o porque la cajera no vaya tan rápido como le gustaría a quien siempre ha vivido con prisa. Y así podríamos seguir con una lista interminable de situaciones...

Lo importante es que todo lo que vivamos nos enseñe a ser mejores personas, que nada nos resbale, que todo lo que hagamos no sea de cara a la galería, o porque todos lo hacen. No nos cansemos de hacer las cosas bien, eso es lo que cambia el mundo. Hubo un pequeño grupo, principalmente formado por gente que para la mayoría no contaba, a quienes el ejemplo de Jesús les cambió, y con su testimonio de vida cambiaron el mundo.

Los aplausos son buenos, sin duda un gesto de agradecimiento, pero es todavía mejor aprender a agradecer siempre a esos mismos a quienes hoy, merecidamente, se les pone en un pedestal. Ellos van a continuar haciendo su trabajo, nadie puede olvidarse de eso. No queramos crucificar el día de mañana a quienes hoy aplaudimos. Que lo que pasó con Jesús, pueda ayudarnos a reflexionar y, quien sabe, a cambiar. Es lo que muchos esperamos y deseamos... Si es para ser mejores y más agradecidos, que sigan los aplausos.

Domingo de Ramos 1

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