Las circunstancias desafían a la Iglesia a buscar nuevos modos de presencia Un funeral por zoom: todo lo que ayude a reconfortar al que sufre, es de Dios

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La muerte de alguien cercano siempre nos deja un sentimiento de desamparo, aumentado hasta el extremo cuando la distancia física nos impide estar a su lado en los últimos momentos de su vida y en la despedida definitiva

Todos los días celebro la Eucaristía a través de Facebook, creo que hemos logrado tener un sentimiento de Iglesia, de comunidad que se encuentra cada día para rezar juntos

Las circunstancias históricas han llevado a la Iglesia a ir buscando alternativas que hagan posible ese servicio, asumiendo formas que en otros tiempos resultarían sorprendentes, inclusive inaceptables

Entierro coronavirus
Creo que nos reconfortaría, esas fueron las palabras que una amiga de mi familia me dijo cuando después de la muerte de su madre por coronavirus, les ofrecí la posibilidad de celebrar un funeral por su madre a través de la aplicación zoom, que da la oportunidad de que los participantes se vean y todo mundo pueda hablar.

Era la primera vez que usaba ese instrumento para comunicarme, pero también para mostrar cercanía y conforto para con quienes vieron como su madre, suegra, abuela, se moría sola y era incinerada en la frialdad con la que miles y miles de personas está recibiendo su último adiós en las últimas semanas.

La muerte de alguien cercano siempre nos deja un sentimiento de desamparo, aumentado hasta el extremo cuando la distancia física nos impide estar a su lado en los últimos momentos de su vida y en la despedida definitiva. La sensación de desgarro es tan grande que buscamos algo que nos reconforte, que nos ayude a seguir contemplando la vida con esperanza, confiando, en la medida en que tenemos fe, en ese Dios que siempre nos cuida y que en Jesucristo nos promete un lugar en su Casa.

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Todos los días celebro la Eucaristía a través de Facebook, es abierta para todo el que quiere participar, pero es verdad que hay un grupo más o menos fijo que, religiosamente, están al otro lado de la pantalla. Creo que hemos logrado tener un sentimiento de Iglesia, de comunidad que se encuentra cada día para rezar juntos. No es mi misa, es la Eucaristía de la comunidad, donde muchos participan con sus respuestas, intenciones y peticiones, que aparecen pasando en la pantalla para que todos se sientan, nos sintamos, partícipes. Cada día, una de las personas que participa de la celebración hace las lecturas, que previamente ha grabado y enviado para ser reproducida.

Son momentos en los que pedimos especialmente por tanta gente que lo está pasando mal en estos momentos, por quienes están enfermos, aislados de todo mundo en una cama de hospital o en la habitación de su casa, por aquellos que han muerto y por sus familias, pero también por quienes sufren por tantos otros motivos, por el hambre, porque han perdido o pueden perder su trabajo, por problemas de depresión derivados de una situación que les supera. Lo importante es que sentimos que lo hacemos como Iglesia, como comunidad que en la distancia física se siente unida, tal vez más que nunca, y comprometida en una oración en común.

Como Iglesia y como pastores estamos viviendo un tiempo de grandes desafíos, en el que también se hacen presentes algunas tentaciones, que inclusive nos pueden llevar a creernos salvadores de la patria. Lo que debemos preguntarnos es hasta qué punto buscamos reconfortar a aquel que sufre, o simplemente satisfacer una obligación, una necesidad o un gusto personal.

Ser sacerdote tiene que llevarnos a ser servidores, a saber, o al menos intentar, consolar a aquel que sufre en el alma, pero también en el cuerpo. Las circunstancias históricas han llevado a la Iglesia a ir buscando alternativas que hagan posible ese servicio, asumiendo formas que en otros tiempos resultarían sorprendentes, inclusive inaceptables, pero también renunciando, al menos momentáneamente, a lo que siempre se ha hecho.

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Volviendo al funeral, me atrevo a decir que en circunstancias similares a las que estamos viviendo, puede ser una buena oportunidad para poder reconfortar, que siempre debe ser una de las misiones fundamentales de todo bautizado, pero especialmente de los ministros ordenados. Fue una celebración en que todo mundo tuvo la oportunidad de rezar, de hecho era algo que veía y escuchaba, en que existía la posibilidad de verse, de participar, de agradecer a Dios por la vida de alguien que se ha ido, y juntos rezar al Dios de la misericordia para que la acoja a su lado.

Es verdad que el funeral lo hice por la cercanía que me une a esa familia, a quienes hubiese acompañado el mes pasado en el bautizo de un nieto, si las circunstancias nos lo hubiesen permitido. Ya se lo he ofrecido a otras familias que también han pasado por situaciones de muerte en las últimas semanas, y reconozco que lo haría con quien me lo pidiese, si eso ayudase a alguien a sentirse reconfortado.

A quienes tanto pelean por la presencia física en la Iglesia, por poder celebrar los sacramentos presencialmente, desde esta Amazonía, en la que tantas comunidades se ven privadas de ello, a veces durante un año, o inclusive más, les digo que Dios siempre nos desafía a buscar nuevos caminos, que nos ayuden y ayuden a los otros, especialmente a quienes sufren, a ser consolados, reconfortados. Las formas son secundarias, pero no podemos olvidar que todo lo que ayude a reconfortar al que sufre, sea en el cuerpo o en el alma, es de Dios. Sí, de ese Dios que por encima de todo es Bueno y Misericordioso con todos.

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