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Un nosotros que nos haga más valientes para llegar más lejos
Sinodalidad es caminar juntos y eso supone pasar del “yo” al “nosotros”, del individualismo a la comunión, de pensar única y exclusivamente en mí, desde mí y para mí, a pensar en nosotros, desde nosotros y para todos y todas. Una tarea complicada, pero en la que con este Sínodo sobre la Sinodalidad se están dando pasos importantes, inclusive podríamos decir que irreversibles, sin vuelta atrás.
El Papa Francisco insiste constantemente en que Sínodo es el modo de ser de la Iglesia, un caminar juntos que supone un cambio de mentalidad, una conversión personal, pero también una conversión de estructuras, un pasar de una organización piramidal a un ser y estar en modo circular, en mesas redondas, donde los avances se van poniendo en el centro, donde todos ven desde la misma distancia aquello que es fruto de la comunión, del nosotros.
El nosotros también tiene que llevarnos a reflexionar sobre las tentativas de idolatrar a personas concretas, gente que quiere, sirviéndose de él, opacar al propio Dios, ocupar el lugar del Señor. Un nosotros que se construye con mayor facilidad en la medida en que nos aproximamos de Dios y sintonizamos con él para poder descubrir su voz en el otro. El discernimiento comunitario, la conversación espiritual, modos no nuevos, pero sí poco comunes para mucha gente de Iglesia, ayudan a avanzar en el nosotros, en lo consensos.
Es la voz del Espíritu, que es el protagonista del Sínodo, el que se manifiesta a la comunidad, a la Iglesia, lo hizo en Pentecostés a aquel pequeño grupo de discípulos medrosos, lo ha venido haciendo a lo largo de la historia, y hay señales de que está presente en el Aula Pablo VI, en medio de esos bautizados y bautizadas que en su diversidad están construyendo un nosotros eclesial, reflejo del nosotros Trinitario que revela la identidad de Dios.
Esa necesidad de ser comunidad, ese nosotros, es lo que hace que, en medio de las tensiones, los círculos menores y la Asamblea Sinodal como un todo consigan avanzar. Desde un compartir una experiencia personal se va moldeando con el cincel de la oración y del Instrumentum Laboris una pieza común, fruto del hecho de encontrar en la palabra del otro, de la otra, una novedad que me confronta, que me interpela, que nos lleva a salir de uno mismo y nos abre a lo común, al nosotros.
Las posiciones distintas, que existen y es bueno que existan, vistas desde el nosotros adquieren un sentido que enriquece y lo hace porque es fruto de una creatividad común. Es tiempo de ser valientes, y uno gana en valentía cuando se siente arropado por un nosotros que sentimos a nuestro lado, una valentía que lleve a la Iglesia a dejar de poner remiendos, y entrar en la dinámica del Espíritu, que como muchas veces ha dicho Francisco resuelve las situaciones, inclusive los conflictos, por desborde, algo no fácil de llevar a cabo y que demanda mayor contundencia a la hora de dar algunos pasos.
Ese es el camino para superar los miedos y limitaciones, que empequeñecen a la Iglesia, que la mundanizan, que la dejan ser guiada por ese Espíritu que desborda y abre nuevos caminos. Es en los temas complejos donde la Asamblea Sinodal es desafiada a jugársela, a apostar como un nosotros en cambios sean irreversible, un deseo muy presente en Francisco.
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