La Amazonía, con toda su vida, está llegando al Vaticano Un torrente de vida, surgido en la periferia, está llegando al centro

Sínodo para la Amazonía, nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral
Sínodo para la Amazonía, nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral

La importancia de la Amazonía está en la mente de Francisco desde el inicio de su pontificado

Este es el primero en asumir una metodología nueva, más sinodal, porque para caminar juntos, para entenderse, hay una actitud que resulta imprescindible, escuchar

Nada ni nadie puede parar la fuerza de Dios... no es una novedad que haya quienes se empeñen en suplantar al propio Dios e interponerse a sus profetas, sobre todo por parte de los detentores del poder, de cualquier tipo que éste sea

Esta vida, nacida en la periferia, está llegando al centro, para ser fuente de discernimiento que genere más vida para el mundo y para la Iglesia

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Salvar la Amazonía y sus pueblos se han convertido en una necesidad cada vez más urgente. Muchos son o somos conscientes de eso, pocos se han implicado de forma tan decisiva como Francisco de Roma, el primer Papa en elegir el nombre de aquel que en Asís descubrió y alabó a Dios en su obra creadora.

La importancia de la Amazonía está en la mente de Francisco desde el inicio de su pontificado. No en vano, en su encuentro con los obispos brasileños en la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, a los pocos meses de asumir la cátedra de Pedro, les advirtió sobre la importancia de la región y sobre cómo la Iglesia está o debería estar en la Amazonía.

En la vida de todo jesuita, algo que uno no pierde por el hecho de ser Papa, existe un elemento fundamental, el discernimiento, que se va concretando en actitudes y hechos concretos, siempre con una dirección clara y un objetivo final, que todo sea para mayor gloria de Dios.

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A los dos años de pontificado, Francisco sorprendió a la Iglesia y al mundo con una encíclica de puertas para fuera, que proponía una reflexión que ultrapasaba los muros de una Iglesia muchas veces más preocupada con las cosas de la sacristía que con lo que pasaba en la calle, con el sufrimiento del Planeta.

Laudato Sí se convirtió en texto de consulta para quien se preocupa con el futuro del Planeta, de la casa común, como empezó a llamarse desde entonces. Un escrito papal que tenía más adeptos y admiradores fuera que dentro de una Iglesia en la que algunos todavía piensan que lo único importante es la doctrina pura y dura, siendo el resto cosas con las que no debería preocuparse. Pero eso necesitaba concretarse, Francisco quería dar un nuevo paso, y el 15 de octubre de 2017 convocó un Sínodo que sorprendió a propios y extraños, el Sínodo para la Amazonía. Quería que la Iglesia descubriese cómo se ha de implicar, a través de nuevos caminos, en defender la vida en la región.

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No es el primer sínodo que la Iglesia postconciliar celebra, evidentemente, pero sí podríamos atrevernos a decir que es el primero en asumir una metodología nueva, más sinodal, porque para caminar juntos, para entenderse, hay una actitud que resulta imprescindible, escuchar, a todos, también a quienes nunca fueron escuchados. Y como a Francisco le gusta dar ejemplo, se fue a la Amazonía a encontrarse con aquellos que al convocar el Sínodo dijo que serían los principales destinatarios e interlocutores, los pueblos originarios, para escucharlos, para que le enseñasen esa forma particular de relación con el ambiente que les rodea, con la Madre Tierra, no sólo a él, también a tantos hombres y mujeres que ejercen su misión entre ellos.

El encuentro con los pueblos indígenas en Puerto Maldonado, en enero de 2018 fue el pistoletazo de salida de este kairós que está llegando a su asamblea sinodal. Y éste ha sido, sobre todo tiempo de escucha, de descubrir una vida que en la Amazonía brota a borbotones, pero que cada vez está siendo más amenazada. El agua de la vida ha ido surgiendo, juntándose en pequeños riachos, que poco a poco, al irse uniendo a otros, ha ido creciendo y creciendo, hasta convertirse en imagen del río que continuamente desborda una gran cantidad de vida en el océano.

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Nada ni nadie puede parar la fuerza de Dios, aunque ésta haya sido una tentativa desde el primer hombre y la primera mujer. Siempre ha habido seres humanos que han querido ocupar su lugar y determinar la vida según su propio interés. No es una novedad que haya quienes se empeñen en suplantar al propio Dios e interponerse a sus profetas, sobre todo por parte de los detentores del poder, de cualquier tipo que éste sea.

Esta vida, nacida en la periferia, está llegando al centro, para ser fuente de discernimiento que genere más vida para el mundo y para la Iglesia. Está siendo cargada por muchos hombres y mujeres que en su cotidianeidad han descubierto los signos de un Dios encarnado en la naturaleza, en sus conciudadanos, con quienes comparten fe, sueños y esperanzas. Centrémonos en eso, hay mucha vida para ser defendida, y una vez más, a la Iglesia se la llama a eso.

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