El mismo Jesús estaba confundido, con dudas y en una crisis de vocación. Ya no sabía quién era ni cuál era su misión. Aprender a dar vida.

Aprender a dar vida.
Aprender a dar vida.

"El Mesías era un enviado de Dios, que venía con poder religioso y social para liberar a Israel y restaurar la alianza".

"La profecía de Jesús amenazaba el sistema de la religión más que directamente el propio poder político. No se trataba sólo de deslegitimar las normas de pureza".

"Jesús tuvo que enfrentarse a esta crisis y éste fue el drama de los discípulos e incluso de las primeras comunidades cristianas".

En este vigésimo cuarto domingo ordinario del año (B), el Evangelio de hoy, Marcos 8,27-35, nos trae el punto central desde el que Marcos comienza la segunda parte de su relato evangélico.

El contexto es el de la llamada crisis de Galilea. Jesús cuestiona su misión y hace una profunda revisión de su viaje. Les pregunta a sus discípulos: ¿Quién cree la gente que soy? Y luego les pregunta: Y para ti, ¿quién soy yo?

Jesús no hizo estas preguntas sólo para comprobar que le habían entendido. La cuestión no era sólo una estrategia. El mismo Jesús estaba confundido, con dudas y en una crisis de vocación. Ya no sabía quién era ni cuál era su misión. La duda no era tanto sobre su identidad personal (el yo) como sobre su misión. Ya no sabía lo que Dios le pedía.

Por su amor a la gente había ido más allá de la ley mosaica, de la cultura judía e incluso de la tradición profética. Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Consagrado de Dios”. Y Jesús acepta que es el Mesías. Sin embargo, no se conformó con ese título y esa función. Sintió que debía subvertir incluso esta misión.

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Pedro y la tradición judía de la época lo concibieron como una misión religiosa de intervención divina en el mundo. El Mesías era un enviado de Dios, que venía con poder religioso y social para liberar a Israel y restaurar la alianza. Pero Jesús no se identificó con esto. Se negó a dar señales del cielo. No habla de un Dios que castiga a los malvados y se venga de los opresores.  No divide a la gente en piadosos e impíos, puros e impuros.  La gente ya no puede compararlo con Elías en su rígida y violenta defensa de Dios. Ya no pueden considerarlo en la misma línea que Juan el Bautista, que proclamó la justicia divina para juzgar al mundo. ¿Quién era realmente? ¿Cuál era su misión?

Jesús reveló a Dios como el padre y la madre amorosos de todas las personas, independientemente de que sean religiosas o no. Reunió a hombres y mujeres en su grupo y esto no fue bien recibido por los religiosos del templo y la sinagoga. Jesús curó a la gente que sufría. Sanaba cualquier día de la semana, especialmente el sábado, y esto era un pecado. Sanaba gratuitamente y la gente no tenía que pagar a los sacerdotes la cuota estipulada para la curación. Jesús vio que, casi siempre y para la mayoría de la gente, la religión tendía a valorar las apariencias. No hizo que la gente fuera más cariñosa, más capaz de amar.

Cuanto más observaba Jesús esto, más dejaba claro que no podía estar de acuerdo con la religión establecida sobre la base del poder. Según Marcos, cuanto más se aleja de Jerusalén y del templo, más buenas y amistosas son las relaciones. Cuanto más se acerca a Jerusalén y al templo, más se intensifica el conflicto. Jesús asume este conflicto con la religión no como alguien que tiene poder frente al otro poderoso, sino como un pobre galileo de las afueras, laico y sin poder. Sólo con su profecía.

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La profecía de Jesús amenazaba el sistema de la religión más que directamente el propio poder político. No se trataba sólo de deslegitimar las normas de pureza. Tampoco se trataba sólo de estar en contra del patriarcado y de combatir la religión basada en cultos y sacrificios. Lo que hizo Jesús fue mucho más grave y peor que eso. Jesús liberó a Dios de la jaula de las instituciones religiosas. Los sacerdotes enseñaban que había que rezar en las sinagogas o en el templo. Jesús se muestra siempre yendo a rezar a la montaña en contacto con la naturaleza y en la intimidad del Padre durante toda la noche. ¿Cómo pudieron aceptarlo los sacerdotes? ¿Cómo pueden aceptar que enseñe a los discípulos a rezar en arameo y no en la lengua sagrada del hebreo bíblico y a llamar a Dios Abba, Padre, Padre nuestro?  Cómo pueden entender los religiosos de cualquier religión cuando Jesús dice: "Dios hace salir el sol sobre los buenos y los malos". Hace llover por igual sobre justos e injustos". ¿Cómo pueden entender la parábola del Padre que celebra porque su hijo perdido ha regresado y aceptar que los trabajadores que sólo han trabajado una hora cobren lo mismo que los que han trabajado todo el día?

Esto es muy difícil para los religiosos y los responsables de cualquier institución eclesiástica. Y Jesús sabía que esas cosas no quedarían impunes. Por ese crimen de liberar a Dios de la religión no hay perdón posible. Cualquiera que haya hecho eso en la historia ha tenido que morir. Los profetas de la Biblia fueron asesinados y el mismo Jesús lo dice. En la historia de la Iglesia, desde el siglo IV hasta hoy, la mayoría de los hermanos y hermanas martirizados no han sido asesinados por ateos o por impíos, sino condenados por la autoridad religiosa. 

Jesús tuvo que enfrentarse a esta crisis y éste fue el drama de los discípulos e incluso de las primeras comunidades cristianas. El Evangelio dice que Pedro reprendió a Jesús, pero luego es Jesús el que reprende a Pedro: Quítate de encima, Satanás. Satanás es el tentador. Me estás provocando para cambiar la misión. Vuelve a ser mi discípulo. Asume la cruz como misión para dar tu vida por los demás. Como explicó Pablo, la cruz es un escándalo para los judíos y una tontería para los paganos. Para la gente que lo ve desde el punto de vista de la religión, la cruz es un escándalo. El Dios de la cruz es el Dios débil, la víctima que, como dijo Etty Hillesum, no puede ayudarnos. No es el Dios de la religión, el Todopoderoso que garantiza los privilegios de los que le aman y castiga a los que no obedecen a los sacerdotes del templo y a los pastores ávidos de poder y dinero. Ese es el camino que nos abre Jesús: aprender a dar la vida.

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