"Pero un cristianismo sin cruz es mundano y se vuelve estéril" Papa: "Cuántas veces aspiramos a un cristianismo triunfador que tenga relevancia e importancia, que reciba gloria y honor"

Misa del Papa en Eslovaquia
Misa del Papa en Eslovaquia

"El curso  de los acontecimientos en el mundo no se modifica: a los buenos se los quita del medio y los malvados  vencen y prosperan"

"Para salvar a cualquier persona que esté desesperada quiso rozar la  desesperación"

"No reduzcamos  la cruz a un objeto de devoción, mucho menos a un símbolo político, a un signo de importancia religiosa  y social"

"El testigo que tiene la cruz en  el corazón y no solamente en el cuello no ve a nadie como enemigo, sino que ve a todos como hermanos  y hermanas por los que Jesús ha dado la vida"

"Personas humildes, sencillas, que han dado la vida  amando hasta el extremo. Ellos son nuestros héroes, los héroes de la cotidianidad, y sus vidas son las que  cambian la historia"

"Abrir el libro de la cruz" y "ser testigos que llevan la cruz en el corazón y no sólo en el cuello", sin aspirar "a un cristianismo triunfador". Éste fue uno de los mensajes que el Papa Francisco quiso lanzar al mundo desde la plaza del Metská sportova hala en la ciudad eslovaca de Presov. Porque la cruz no se puede reducir a "un objeto de devoción y, mucho menos, a un símbolo político".

Presov es el epicentro de la Iglesia bizantina. Francisco es el primer Pontífice en celebrar este rito especial bizantino. Entre las lenguas utilizadas se encuentran también el paleoeslavo y las oraciones en romaní.

La misa realmente colorida en rito bizantino, según la Divina Liturgia Bizantina de San Juan Crisóstomo con los obispos revestidos con sus vistosas casullas de color rojo y sus tiaras doradas. El altar, con estética totalmente oriental, está adornado por tres bellos iconos bizantinos, en el frontal de una enorme explanada repleta de fieles, que lucen los colores vaticano y eslovaco. Y la liturgia totalmente cantada en todo su desarrollo, incluso por parte del pueblo. Una ceremonia larguísima, que el Papa aguanta bien, a pesar de su reciente operación quirúrgica. A su lado, su maestro de ceremonias, monseñor Marini, en una de sus últimas apariciones junto al Papa, porque le acaba de nombrar obispo de una diócesis italiana.

El Papa en el papamóvil en Eslovaquia

Homilía del Santo Padre 

«Nosotros —declara san Pablo— proclamamos a un Mesías crucificado […], fuerza y sabiduría de  Dios». Por otra parte, el Apóstol no esconde que la cruz, a los ojos de la sabiduría humana, representa  todo lo contrario: es «escándalo» y «locura» (1 Co 1,23-24). La cruz era instrumento de muerte, y sin  embargo de allí ha venido la vida. Era lo que nadie quería mirar, y aun así nos ha revelado la belleza del  amor de Dios. Por eso el santo Pueblo de Dios la venera y la liturgia la celebra en la fiesta de hoy. El  Evangelio de san Juan nos toma de la mano y nos ayuda a entrar en este misterio. El evangelista, de  hecho, estaba justo allí, al pie de la cruz. Contempla a Jesús, ya muerto, colgado del madero, y escribe:  «El que lo vio da testimonio» (Jn 19,35). San Juan ve y da testimonio.  

Ante todo está el ver. Pero, ¿qué ha visto Juan al pie de la cruz? Ciertamente lo que han visto los  demás: Jesús, inocente y bueno, muere brutalmente entre dos malhechores. Una de las tantas injusticias, uno de los tantos sacrificios cruentos que no cambian la historia, la enésima demostración de que el curso  de los acontecimientos en el mundo no se modifica: a los buenos se los quita del medio y los malvados  vencen y prosperan. A los ojos del mundo la cruz es un fracaso. Y también nosotros corremos el riesgo de  detenernos ante esta primera mirada, superficial, de no aceptar la lógica de la cruz; de no aceptar que Dios  nos salve dejando que se desate sobre sí el mal del mundo. No aceptar, sino sólo con palabras, al Dios  débil y crucificado, es soñar con un Dios fuerte y triunfante. Es una gran tentación. Cuántas veces  aspiramos a un cristianismo de vencedores, a un cristianismo triunfador que tenga relevancia e  importancia, que reciba gloria y honor. Pero un cristianismo sin cruz es mundano y se vuelve estéril. 

Papa, en Eslovaquia

San Juan, en cambio, vio en la cruz la obra de Dios. Reconoció en Cristo crucificado la gloria de  Dios. Vio que Él, a pesar de las apariencias, no era un fracasado, sino que era Dios que voluntariamente  se ofrecía por todos los hombres. ¿Por qué lo hizo? Hubiera podido conservar la vida, hubiera podido  mantenerse a distancia de nuestra historia más miserable y cruda. En cambio, quiso entrar dentro, ahondar  en ella. Por eso eligió el camino más difícil: la cruz. Porque no debe haber en la tierra ninguna persona  tan desesperada que no lo pueda encontrar, aun allí, en la angustia, en la oscuridad, en el abandono, en el  escándalo de la propia miseria y de los propios errores. Precisamente allí, donde se piensa que Dios no  pueda estar, Dios ha llegado. Para salvar a cualquier persona que esté desesperada quiso rozar la  desesperación, para hacer suyo nuestro más amargo desaliento gritó en la cruz: «¡Dios mío, Dios mío!,  ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46; Sal 22,1). Un grito que salva. Salva porque Dios hizo suyo  incluso nuestro abandono. Y nosotros, ahora, con Él, ya no estamos solos, nunca. 

¿Cómo podemos aprender a ver la gloria en la cruz? Algunos santos han enseñado que la cruz es  como un libro que, para conocerlo, es necesario abrir y leer. No basta adquirir un libro, darle un vistazo y  colocarlo en un lugar visible de la casa. Lo mismo vale para la cruz: está pintada o esculpida en cada rincón de nuestras iglesias. Son incontables los crucifijos: en el cuello, en casa, en el auto, en el bolsillo.  Pero no sirve de nada si no nos detenemos a mirar al Crucificado y no le abrimos el corazón, si no nos  dejamos sorprender por sus llagas abiertas por nosotros, si el corazón no se llena de conmoción y no  lloramos delante del Dios herido de amor por nosotros. Si no hacemos esto, la cruz se queda como un  libro no leído, del que se conoce bien el título y el autor, pero que no repercute en la vida. No reduzcamos  la cruz a un objeto de devoción, mucho menos a un símbolo político, a un signo de importancia religiosa  y social. 

Altar del Papa en Eslovaquia

De la contemplación del Crucificado brota el segundo paso: dar testimonio. Si se ahonda la mirada  en Jesús, su rostro comienza a reflejarse en el nuestro, sus rasgos se vuelven los nuestros, el amor de  Cristo nos conquista y nos transforma. Pienso en los mártires, que testimoniaron el amor de Cristo en  tiempos muy difíciles de esta nación, cuando todo aconsejaba callar, resguardarse, no profesar la fe. Pero  no podían dejar de dar testimonio. ¡Cuántas personas generosas aquí en Eslovaquia sufrieron y murieron a  causa del nombre de Jesús! Un testimonio realizado por amor a Aquel que habían contemplado  largamente. Tanto, hasta el punto de asemejarse a Él, incluso en la muerte.  

Pero pienso también en nuestro tiempo, en el que no faltan ocasiones para dar testimonio. Aquí,  gracias a Dios, no hay quien persiga a los cristianos como en tantas otras partes del mundo. Pero el  testimonio puede ser socavado por la mundanidad o la mediocridad. La cruz en cambio exige un  testimonio límpido. Porque la cruz no quiere ser una bandera que enarbolar, sino la fuente pura de un  nuevo modo de vivir. ¿Cuál? El del Evangelio, el de las Bienaventuranzas. El testigo que tiene la cruz en  el corazón y no solamente en el cuello no ve a nadie como enemigo, sino que ve a todos como hermanos  y hermanas por los que Jesús ha dado la vida.

El testigo de la cruz no recuerda los agravios del pasado y  no se lamenta del presente. El testigo de la cruz no usa los caminos del engaño y del poder mundano, no  quiere imponerse a sí mismo y a los suyos, sino dar la propia vida por los demás. No busca los propios  beneficios para después mostrarse devoto, esta sería una religión del doblez, no el testimonio del Dios  crucificado. El testigo de la cruz persigue una sola estrategia, la del Maestro, que es el amor humilde. No  espera triunfos aquí abajo, porque sabe que el amor de Cristo es fecundo en lo cotidiano y hace nuevas  todas las cosas desde dentro, como semilla caída en tierra, que muere y da fruto. 

Liturgia bizantina en Eslovaquia

Queridos hermanos y hermanas, ustedes han visto testigos. Conserven el amado recuerdo de las  personas que los han amamantado y criado en la fe. Personas humildes, sencillas, que han dado la vida  amando hasta el extremo. Ellos son nuestros héroes, los héroes de la cotidianidad, y sus vidas son las que  cambian la historia. Los testigos engendran otros testigos, porque son dadores de vida. Y así se difunde la  fe. No con el poder del mundo, sino con la sabiduría de la cruz; no con las estructuras, sino con el  testimonio. Y hoy el Señor, desde el silencio vibrante de la cruz, te dice también a ti: “¿Quieres ser mi  testigo?”. 

Con Juan, en el Calvario, estaba la Santa Madre de Dios. Nadie como ella vio abierto el libro de la  cruz y lo testimonió por medio del amor humilde. Por su intercesión, pidamos la gracia de convertir la  mirada del corazón al Crucificado. Entonces nuestra fe podrá florecer en plenitud, entonces los frutos de  nuestro testimonio madurarán.  

Misa en Eslovaquia

Palabras de agradecimiento de S.E. Mons. Ján Babjak, S.I., Arzobispo Metropolitano de Prešov para los católicos de rito bizantino

Querido Santo Padre Francisco, ha visitado a tus hijos espirituales, los católicos de rito bizantino en Eslovaquia, aquí en Prešov, en la sede de la Metropolia greco-católica sui iuris. Estamos inmensamente satisfechos con su visita, durante la cual presidió esta Divina Liturgia, y con la Buena Noticia que nos proclamó.

Reflexionaremos sobre la palabra de Dios que ha salido de tu boca y de tu corazón y la inculcaremos en nuestros corazones, para que nos inspire un amor y una fidelidad aún mayores por Jesucristo, por la Santísima Virgen Madre de Dios, por la Cruz de Jesús y por ti, querido Santo Padre.

Misa en Eslovaquia

Rezamos por ti y por tu labor apostólica que realizas en todo el mundo, fortaleciendo a tus hermanos en la fe. Sabemos con qué amor te preocupas por los marginados, cuánto los amas precisamente porque sufren, configurado a Jesucristo que nos redimió por su muerte en la Cruz y por su gloriosa resurrección.

La Cruz de Cristo es el mejor púlpito del mundo, porque "en la Cruz aprendemos los rasgos del rostro de Dios...". La cruz es la cátedra de Dios", como dijo en una Audiencia General hace un año. Luego, usted dijo: "Nos hará bien mirar el Crucifijo en silencio y ver quién es nuestro Señor: es Aquel que no señala con el dedo a nadie, ni siquiera a los que lo crucifican, sino que abre sus brazos de par en par a todos"

¡Gracias, querido Santo Padre! Rezamos por usted, para que el Señor le conserve muchos años más al timón de la barca de su Iglesia. ¡Alabado sea Jesucristo!

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