"Hay que perder el miedo, que es el principal aliado de los abusadores" Martin Scheuch: "No guardo ninguna esperanza de que vaya a haber un resarcimiento económico para las víctimas del Sodalicio"
Martin Scheuch, autor de 'Las líneas torcidas. 30 años en el Sodalicio de Vida Cristiana', asegura que "los abusos psicológicos y físicos, efectuados a la vista de los miembros de las comunidades, no los veíamos como tales, sino como medidas necesarias para forjar el carácter y configurarnos con el Hombre Nuevo"
"Mi fe maduró no a través del Sodalicio, sino a pesar de él...y pude escaparme sin perder ese tesoro personal"
"Había un control obsesivo del pensamiento —e incluso del lenguaje— que llegaba hasta el extremo de querer controlar las emociones y los sentimientos, haciendo de los sodálites seres robotizados cortados con una misma tijera"
"El Sodalicio terminaba siendo una moledora de carne, donde la propia personalidad era deconstruida, todos los aspectos de nuestra vida debían depender y estar al servicio del monstruo"
"La historia de mi vida está plasmada en las más de 90 canciones que he compuesto hasta ahora"
"Había un control obsesivo del pensamiento —e incluso del lenguaje— que llegaba hasta el extremo de querer controlar las emociones y los sentimientos, haciendo de los sodálites seres robotizados cortados con una misma tijera"
"El Sodalicio terminaba siendo una moledora de carne, donde la propia personalidad era deconstruida, todos los aspectos de nuestra vida debían depender y estar al servicio del monstruo"
"La historia de mi vida está plasmada en las más de 90 canciones que he compuesto hasta ahora"
"La historia de mi vida está plasmada en las más de 90 canciones que he compuesto hasta ahora"
Conoció al 'monstruo' por dentro y por fuera. Martin Scheuch (Lima, 1963) formó parte del Sodalicio durante 30 años. Lo conoció (y lo sufrió) y, tras abandonarlo, denuncia con conocimiento de causa la vida y la dinámica de una organización sectaria en su libro 'Las líneas torcidas. 30 años en el Sodalicio de Vida Cristiana'. En entrevista exclusiva con RD, asegura que el Sodalicio era "una moledora de carne" al "servicio del monstruo", con un "control obsesivo del pensamiento, del lenguaje e, incluso, de los sentimientos".
Reconoce, asimismo, que su fe "maduró no a través del Sodalicio, sino a pesar de él...y pude escaparme sin perder ese tesoro personal", al tiempo que asegura que "hay que perder el miedo, que es el principal aliado de los abusadores". Aunque, conociendo los manejos económicos del Sodalicio, advierte: "No guardo ninguna esperanza de que vaya a haber un resarcimiento económico para las víctimas del Sodalicio". Por último, pide a los buscadores de la fe que escapen de las organizaciones del "elitismo y del fascismo católico".
¿Cuáles fueron las primeras señales de que el Sodalicio funcionaba más como una organización sectaria que como una comunidad espiritual auténtica, y cómo las viviste personalmente durante tus años de pertenencia?
Las señales que apuntaban a que el Sodalicio funcionaba como una secta se dieron desde el principio. Sin embargo, la labor proselitista y el condicionamiento mental que se practicaba impedía a los que fuimos captados identificar esas señales como propias de una secta, más aún cuando la inmensa mayoría de los que nos unimos a esta institución éramos adolescentes en el momento en que entramos en contacto con el Sodalicio. He descrito esta experiencia en el capítulo “Los abusos que no vimos” de mi libro Las líneas torcidas. Los abusos psicológicos y físicos, efectuados a la vista de los miembros de las comunidades, no los veíamos como tales, sino como medidas necesarias para forjar el carácter y configurarnos con el Hombre Nuevo que era el Señor Jesús. Por supuesto, según la interpretación del fundador Luis Fernando Figari.
Los ojos se me comenzaron a abrir recién después de emigrar a Alemania a fines del año 2002. Algunos textos críticos sobre los Legionarios de Cristo y el Opus Dei a los cuales tuve acceso me permitieron identificar algunas semejanzas tóxicas con el Sodalicio, y la lectura del libro del psicólogo estadounidense Steven Hassan 'Cómo combatir el control mental de las sectas' terminó por darme una comprensión más amplia de las características sectarias propias del Sodalicio. Aún así, todo fue un proceso lento que recién culminaría en el año 2008, cuando tomé la decisión de desvincularme de la institución que, durante 30 años, había sido el centro de mi vida y de mi fe cristiana.
El libro revela la evolución de tu fe a lo largo de treinta años. ¿Cómo logró sobrevivir tu fe cristiana pese a los episodios de control, dependencia e incluso abusos dentro del grupo?
A pesar de haber sufrido un acondicionamiento mental similar a lo que se conoce como “lavado de cerebro”, en el fondo de mi ser siempre sobrevivió un cierto espíritu de independencia y de rebeldía. Y si bien yo compartía la interpretación sodálite del contenido de la fe, solía estar abierto a otros puntos de vista, a lo que se sumó una sólida formación teológica a través de mis estudios en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. Además, esta fe afincada en experiencias personales me ayudó a sobrevivir y salir adelante en los momentos de crisis. Fue una fe que maduró no a través del Sodalicio, sino a pesar de él.
Señales dinámicas de obediencia y jerarquía rígida. ¿Qué mecanismos específicos de control o manipulación te resultaron más evidentes y cómo moldearon la vida comunitaria?
Es algo que explico largamente en mi libro. Había un control obsesivo del pensamiento —e incluso del lenguaje— que llegaba hasta el extremo de querer controlar las emociones y los sentimientos, haciendo de los sodálites seres robotizados cortados con una misma tijera. Algunas inquietudes intelectuales mías eran respondidas con alusiones personales, señalando que provenían de mi hombre viejo de pecado y aplicando castigos si persistía en ese tipo de preguntas. La vida comunitaria se convertía en un espacio aislado psicológicamente del mundo exterior, al que se consideraba un enemigo del estilo de vida sodálite. Y todo terminaba dependiendo de los superiores, quienes manejaban a su antojo la vida de sus subordinados.
¿En qué momento identificas la decadencia irreparable del Sodalicio y cuáles fueron los factores decisivos que te llevaron a desvincularte definitivamente?
En la segunda mitad del año 2007 ocurrieron dos hechos que me tocaron profundamente y que afectaron a dos sodálites que yo conocía personalmente y a los cuales les tenía mucho afecto. Primero, la expulsión de Germán McKenzie, quien había sido superior regional del Perú, dada a conocer públicamente y por motivos que nunca fueron aclarados. Segundo, la detención por parte de la policía de Daniel Murguía en un hotelucho del centro de Lima junto con un niño de la calle (de 11 años de edad) que estaba semidesnudo. Ambos hechos fueron las gotas que rebalsaron el vaso de unas reflexiones que había estado madurando durante mi estadía en Alemania y terminaron de convencerme de que el Sodalicio tenía un problema serio.
Tras varios meses de crisis personal, tomé la decisión de desvincularme definitivamente del Sodalicio, pero aún seguía creyendo que la institución era susceptible de reforma si tomaba las medidas del caso. Fue con la revelación de los abusos más graves durante los siguientes años —que llegó a un punto culminante con la publicación de 'Mitad monjes, mitad soldados' de Pedro Salinas y Paola Ugaz— que comprendí que la decadencia era irreversible y que la enfermedad del Sodalicio era endémica y terminal.
En un pasaje se menciona que el Sodalicio canalizaba “ansias rebeldes” y ofrecía una experiencia vibrante de fe. ¿Cómo era ese primer “encanto” que despertó en tantos jóvenes y por qué terminó desencantando a muchos?
Un grupo de jóvenes que se distanciaba del estilo aburguesado de las comunidades parroquiales, pero que sin embargo proclamaba su adhesión a la fe católica y al deseo de ser santos, resultaba muy atractivo para jóvenes que comenzábamos a cuestionar el estilo aburrido y descafeinado de los católicos que nos rodeaban. Sin embargo, ese primer “encanto” se convirtió en una trampa, pues muchos quedamos atrapados entre las redes de una organización que, en el fondo, no era distinta de las sectas destructivas que ha conocido la historia.
El Sodalicio terminaba siendo una moledora de carne, donde la propia personalidad era deconstruida, todos los aspectos de nuestra vida debían depender y estar al servicio del monstruo, y del cual era muy difícil escapar. Había que dejar el pellejo en el intento de superar un lavado de cerebro, que varios de los que han dejado el Sodalicio no han podido remontar hasta ahora. Siguen encerrados en esa “jaula invisible” (según la expresión del exsodálite Martín López de Romaña), cuyos barrotes se erigen dentro del alma. Y muchos de los que logran escapar, dejan caer en el camino esa fe católica que siguen identificando con el Sodalicio. Yo pude escaparme sin perder ese tesoro personal.
Tras la supresión del grupo por parte del Vaticano, ¿qué mensaje considera más urgente transmitir a la Iglesia sobre los riesgos de estas experiencias institucionales abusadoras y fallidas?
La raíz de todo esto se halla en un cierto elitismo, que busca encandilar con la búsqueda de la santidad y la perfección, y que exige un sometimiento total de sus seguidores. Me hacer recordar la famosa frase de Goethe: «Donde hay mucha luz, hay sombra fuerte». Donde todo parece luminoso, suelen haber abismos insondables. Por eso habría que preferir las comunidades donde son evidentes las fragilidades humanas y se aceptan dentro de un ambiente comunitario donde priman el amor, la comprensión y la libertad de conciencia, según el espíritu del Jesús de los Evangelios. Mas bien, habría que desconfiar de aquellos grupos que ponen como meta una santidad preñada de intolerancia y rechazo hacia muchas de las actuales manifestaciones legítimas de lo humano.
El libro entrelaza memoria íntima y análisis crítico. ¿Qué lecciones pueden sacar otras personas o comunidades que han vivido situaciones similares de abuso físico, espiritual o psicológico en contextos religiosos?
Nunca he pretendido dar indicaciones de lo que debería hacerse, pues cada situación tiene peculiaridades individuales. Mi propia experiencia personal puede ser motivadora para muchos, que deben sacar sus propias conclusiones. En aquello en que quiero insistir es que nunca hay que dejar de luchar por liberarse de las cadenas y las consecuencias del abuso. Hay que perder el miedo, que es el principal aliado de los abusadores. Atreverse a narrar los abusos sufridos es parte de una terapia sanadora y una contribución a poner bajo los reflectores los sistemas tóxicos de pensamientos y disciplina que hay en ciertas comunidades, a fin de prevenir a posibles candidatos que pudieran caer en sus garras.
Mirando en retrospectiva, ¿qué tipo de Iglesia y espiritualidad cree que debería promoverse para evitar que historias como la del Sodalicio se repitan?
Lo importante es que haya una espiritualidad de inclusión en la Iglesia, donde se acepte a las personas tal como son y no se les presione para sean como supuestamente deberían ser, manipulándolas a través del sentimiento de culpa. Proponer un modelo de cristiano o católico, pretendiendo que los miembros de una comunidad encajen dentro de ese ideal, constituye una de las formas más sutiles de abuso espiritual. La Iglesia debe ser un espacio donde todos experimenten la acogida, donde los creyentes se sientan parte de lo que el Concilio Vaticano II llamaba el Pueblo de Dios, una Iglesia que esté abierta a que cualquiera pueda participar y asumir responsabilidades, sin discriminación de género, orientación sexual o situación familiar. En ese sentido, creo que todavía hay mucho camino que recorrer.
En su libro, tacha al Sodalicio de “fascismo católico”. ¿Hay otras organizaciones eclesiales a las que también podría adjudicársele este calificativo?
Ciertamente hay muchas. Toda organización que no respete la libertad de conciencia de sus miembros, exija una obediencia incondicional a sus autoridades, mantenga un esquema de pensamiento único, sea autoritaria y desconfíe de los valores democráticos —y sinodales a nivel de Iglesia—, desprecie los derechos humanos, defienda intereses de élite y desprecie a los creyentes de a pie, mucho más aún a los creyentes de otras religiones, debe ser considerada como fascista. A mí parecer, tanto los Legionarios de Cristo como el Opus Dei presentan estas características. Pero no son los únicos grupos. Menos conocidos son los Heraldos de Evangelio, el Instituto del Verbo Encarnado y Miles Christi. El fascismo católico no se restringe a estas instituciones, sino abarca incluso la manera de interpretar la fe cristiana por parte de muchos creyentes, sobre todo de aquellos que asumen sin ninguna vergüenza el lema que hizo suyo el fascismo italiano: «Dios, patria y familia».
¿Sigue componiendo y cantando, tras el dolor de ‘La guitarra rota’?
Siempre he seguido componiendo y cantando, aunque ya van varios años en que no compongo nada. Tengo una “Misa de cuerpo y sangre presente” inconclusa, con casi todas los temas que forman parte de una misa, excepto el Credo, que sé que algún día compondré con mucho dolor y lágrimas. En general, la historia de mi vida está plasmada en las más de 90 canciones que he compuesto hasta ahora, pues en cada una de ellas está presente una experiencia personal que buscaba expresarse a través del arte musical y de la poesía.
¿Cómo conseguir el resarcimiento económico para tantas víctimas del Sodalicio?
Quien causó el daño está en la obligación moral de repararlo. Lamentablemente, quienes siguieron formando parte o apoyando al Sodalicio hasta el final no han entendido —o no han querido entender— que hay una responsabilidad institucional, colectiva, porque fue el sistema mismo y todos los que fueron cómplices de él los que perjudicaron gravemente a las víctimas. Han querido individualizar las responsabilidades en unos cuantos abusadores, que no se hallan en situación de pagar ninguna reparación a las víctimas.
Por otra parte, los bienes que estaban a nombre del Sodalicio como sociedad jurídica son muy pocos, estando la mayoría de su patrimonio a nombre de terceros bajo el manto de sociedades civiles. Esta triquiñuela —también aplicada por los Legionarios de Cristo y el Opus Dei— permite que el dinero generado quede fuera del alcance de la Iglesia como institución. No guardo ninguna esperanza de que vaya a haber un resarcimiento económico para las víctimas, fuera de las indemnizaciones que pagó el Sodalicio con la esperanza de no ser disuelto. Ante eso, lo importante ahora es que haya reparaciones simbólicas, por las cuales se reconozca los abusos sufridos por las víctimas, se pida perdón y se tomen las medidas preventivas del caso para que ello no vuelva a ocurrir. No al silencio, sí a la memoria como un acto de justicia.
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