“La Iglesia, Francia, Europa necesitan la gracia de un nuevo salto de fe, de caridad y de esperanza” Papa: "De esto nos podemos enfermar en nuestra sociedad europea: el cinismo, el desencanto, la resignación, la incertidumbre, un sentido general de tristeza"

Papa, en Marsella
Papa, en Marsella

“Es la Madre que sube hacia los montes de Judá, para decirnos que Dios se pone en viaje hacia nosotros, para encontrarnos con su amor y hacernos exultar de gozo”

“Esta es la obra de Dios en nuestra vida: hace posible aun aquello que parece imposible, engendra vida incluso en la esterilidad”

“La experiencia de la fe, además de un salto ante la vida, genera también un salto ante el prójimo”

“La Iglesia, Francia, Europa necesitan esto: la gracia de un salto, de un nuevo salto de fe, de caridad y de esperanza”

"Está en vuestra  índole ser signos de la ternura de Dios, incluso en la actual 'epidemia de indiferencia'"

Tras la denuncia a favor de la 'justicia' para los migrantes por la mañana ante el presidente Macron, por la tarde, toca anunciar la buena nueva de la fraternidad y de la esperanza. Y el Papa Francisco lo hace glosando el pasaje de la visitación de María a Isabel. Cuando la Virgen nos dice que "Dios se pone en viaje hacia nosotros", para "hacer posible aun aquello que parece imposible".

Esa es, según el Papa, la experiencia de fe, que, "además de un salto en la vida, genera también un salto ante el prójimo". Ese doble salto interior y exterior es el que necesita "la Iglesia, Francia y Europa", "la gracia de un salto, de un nuevo salto de fe, de caridad y de esperanza”.

Tras la eucaristía, el Papa dijo llevar en el corazón a Marsella, recordó a las víctimas del atentado terrorista de Niza, pidió por la "martirizada Ucrania" y alabó, una vez más, la hospitalidad marsellesa: "Está en vuestra  índole ser signos de la ternura de Dios, incluso en la actual 'epidemia de indiferencia'"

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 Altar sencillo, de color blanco y azul y el velódromo abarrotado de decenas de miles de personas, para celebrar la eucaristía presidida por el Papa Francisco, que cerrará su visita a Marsella. Flanqueado por una imagen de Nuestra Señora de la Guardia. Y presidido por una gran cruz. Entre las autoridades, el presidente Macron y la gobernadora del banco europeo.

Francisco llega en papamóvil, acompañado por el cardenal Aveline. Aclamado en las calles por la gente que se agolpa en las aceras y le lanza gritos y vivas al Papa, con la banderita del Vaticano y la de Francia y otros países (como corresponde a una ciudad multirracial) en la mano. En un largo paseo que lo conduce hasta el velódromo.

 Y aclamado en el velódromo, que explota de alegría a la entrada del papamóvil. Un auténtico baño de masas. Tanta alegría que el Papa tiene dificultades para hacer callar a la gente y comenzar la eucaristía. Y comienza diciendo: Viva Marsella, viva Francia. Las autoridades calculan que en el estadio hay 50.000 personas y 100.000 a lo largo de todo el recorrido.

El Papa celebra en francés. Primera lectura de la carta a los Hebreos, seguida del canto del Magnificat.

Y tras el aleluya, el diácono proclama el Evangelio de Lucas: La visitación de María a su prima, Santa Isabel.

 Homilía del Santo Padre 

Dicen las Escrituras que el rey David, una vez establecido su reino, decidió transportar el Arca de la Alianza a Jerusalén. Entonces, después de haber convocado al pueblo, se levantó y partió para ir a traerla; luego, durante el trayecto, él mismo danzaba frente a ella junto con la gente, exultando de alegría por la presencia del Señor (cf. 2 S 6,1-15). Con esta escena de trasfondo, el evangelista Lucas nos relata la visita de María a su prima Isabel. También María, en efecto, se levantó y partió hacia la región de Jerusalén y, cuando entró en la casa de Isabel, el niño que tenía en su seno saltó de alegría al reconocer la llegada del Mesías, se puso a danzar como había hecho David frente al Arca (cf. Lc 1,39-45). 

María, por tanto, es presentada como la verdadera Arca de la Alianza, que introduce al Señor encarnado en el mundo. Es la joven Virgen que sale al encuentro de la anciana estéril y, llevando a Jesús, se convierte en signo de la visita de Dios que vence toda esterilidad. Es la Madre que sube hacia los montes de Judá, para decirnos que Dios se pone en viaje hacia nosotros, para encontrarnos con su amor y hacernos exultar de gozo. 

En estas dos mujeres, María e Isabel, se revela la visita de Dios a la humanidad: una es joven y la otra anciana, una es virgen y la otra estéril, y sin embargo ambas están encinta de un modo “imposible”.  Esta es la obra de Dios en nuestra vida: hace posible aun aquello que parece imposible, engendra vida incluso en la esterilidad. 

Hermanos y hermanas, preguntémonos con sinceridad de corazón: ¿creemos que Dios está obrando en nuestra vida? ¿Creemos que el Señor, de manera escondida y a menudo imprevisible, actúa en la historia, realiza maravillas y está obrando también en nuestras sociedades marcadas por el secularismo mundano y por una cierta indiferencia religiosa? 

Hay un modo para discernir si tenemos esta confianza en el Señor. El Evangelio dice que «apenas Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno» (v. 41). Este es el signo: saltar. El que cree, el que reza, el que acoge al Señor salta en el Espíritu, siente que algo se mueve dentro, “danza” de alegría. Y quisiera detenerme en esto: el salto de la fe. 

La experiencia de la fe genera sobre todo un salto ante la vida. Saltar significa ser “tocados por dentro”, tener un estremecimiento interior, sentir que algo se mueve en nuestro corazón. Es lo contrario de un corazón aburrido, frío, acomodado a una vida tranquila, que se blinda en la indiferencia y se vuelve impermeable, que se endurece, insensible a todo y a todos, aun al trágico descarte de la vida humana, que hoy es rechazada en tantas personas que emigran, así como en tantos niños no nacidos y en tantos ancianos abandonados. Un corazón frío y aburrido arrastra la vida de modo mecánico, sin pasión, sin impulso, sin deseo. Y de todo esto nos podemos enfermar en nuestra sociedad europea: el cinismo, el desencanto, la resignación, la incertidumbre, un sentido general de tristeza. Alguno las ha llamado “pasiones tristes”; es una vida sin sobresaltos.

En cambio, el que es generado en la fe reconoce la presencia del Señor, como el niño en el seno de Isabel. Reconoce su obra en la sucesión de los días y recibe ojos nuevos para observar la realidad; aun en medio de las fatigas, los problemas y los sufrimientos, descubre cotidianamente la visita de Dios y por Él se siente acompañado y sostenido. Frente al misterio de la vida personal y a los desafíos de la sociedad, el que cree da un salto, tiene una pasión, un sueño que cultivar, un interés que impulsa a comprometerse en primera persona. ¿Siento estas cosas? Sabe que el Señor está presente en todo, llama, invita a testimoniar el Evangelio para edificar con afabilidad un mundo nuevo, a través de los dones y los carismas recibidos. 

La experiencia de la fe, además de un salto ante la vida, genera también un salto ante el prójimo.  En el misterio de la Visitación, en efecto, vemos que la visita de Dios no se realiza por medio de acontecimientos celestiales extraordinarios, sino en la sencillez de un encuentro. Dios viene en la puerta de una casa de familia, en el tierno abrazo entre dos mujeres, en el encontrarse de dos embarazos llenos de admiración y esperanza. Y en este encuentro está la solicitud de María, la maravilla de Isabel, la alegría de compartir. 

Recordémoslo siempre, también en la Iglesia: Dios es relación y nos visita con frecuencia a través de los encuentros humanos, cuando sabemos abrirnos al otro, cuando hay un salto por la vida del que pasa cada día a nuestro lado y cuando nuestro corazón no permanece indiferente e insensible ante las heridas del que es más frágil. Nuestras ciudades metropolitanas y los numerosos países europeos como Francia, donde conviven culturas y religiones diferentes, son en este sentido un gran desafío contra las exasperaciones del individualismo, contra los egoísmos y las cerrazones que producen soledades y sufrimientos.

El Papa en Marsella
El Papa en Marsella

Aprendamos de Jesús a conmovernos por quienes viven a nuestro lado, aprendamos de Él que, ante las multitudes cansadas y exhaustas, siente compasión y se conmueve (cf. Mc 6,34), se estremece de misericordia ante la carne herida de aquel que encuentra. Como afirma uno de sus grandes santos, San Vicente de Paúl: «es preciso que sepamos enternecer nuestros corazones y hacerlos capaces de sentir los sufrimientos y las miserias del prójimo, pidiendo a Dios que nos dé el verdadero espíritu de misericordia, que es el espíritu propio de Dios», hasta reconocer que los pobres son «nuestros señores y nuestros amos» (cf.  Correspondance, entretiens, documents, París 1920-25, 341; 392-393). 

Hermanos, hermanas, pienso en tantos “saltos” de Francia, en una historia rica de santidad, de cultura, de artistas y de pensadores, que apasionaron a tantas generaciones. También hoy nuestra vida, la vida de la Iglesia, Francia, Europa necesitan esto: la gracia de un salto, de un nuevo salto de fe, de caridad y de esperanza. Necesitamos recuperar la pasión y el entusiasmo, redescubrir el gusto del compromiso por la fraternidad, de seguir corriendo el riesgo del amor en las familias y hacia los más débiles, y de reencontrar en el Evangelio una gracia que transforma y embellece la vida.  

Miremos a María, que se incomoda poniéndose en viaje y nos enseña que Dios es precisamente así:  nos incomoda, nos pone en movimiento, nos hace “saltar”, como le sucedió a Isabel. Y nosotros queremos ser cristianos que encuentran a Dios con la oración y a los hermanos con el amor; cristianos que saltan, vibran, acogen el fuego del Espíritu para después dejarse arder por las preguntas de hoy, por los desafíos del Mediterráneo, por el grito de los pobres, por las “santas utopías” de fraternidad y de paz que esperan ser realizadas. 

Papa. en Marsella
Papa. en Marsella

Junto con ustedes rezo a la Virgen, Nuestra Señora de la Guardia, que vele sobre vuestra vida, que cuide a Francia y a toda Europa y que nos haga saltar en el Espíritu. Quisiera hacerlo con las palabras de Paul Claudel: Está la Iglesia abierta. […] / Sin nada que pedirte, nada que darte. / Sólo he venido, Madre, para mirarte. / Mirarte, llorar de dicha, mostrar así / que soy hijo tuyo y que tú estás aquí. […] Estar contigo, María, donde tú estás. […] / Simplemente porque eres María / porque eres simplemente y siempre estás aquí, / Madre de Jesucristo, ¡gracias a ti!» (cf. «La Vierge à midi», Poëmes de Guerre 1914-1916, París, 1922). 

Al final, tras una alocución de saludo del Arzobispo de Marsella Card. Jean-Marc Aveline, y antes de la bendición, el Papa Francisco dirige un último saludo y unas palabras de agradecimiento a los fieles y peregrinos presentes. A continuación, se trasladó en coche al aeropuerto internacional de Marsella para la ceremonia de despedida.

Cardenal Aveline
Cardenal Aveline

Palabras de agradecimiento de Su Eminencia el Cardenal Jean-Marc Aveline, Arzobispo Metropolitano de Marsella

Santísimo Padre, ¡querido Papa Francisco!
¿Cómo podré agradecéroslo? No hay palabras para expresar la inmensa gratitud que brota de nuestros corazones en la tarde de este día inolvidable.

Ayer por la tarde, cuando, nada más llegar, subió a Notre-Dame-de-la-Garde, para hacer como hacemos los marselleses cuando subimos a encomendar nuestra vida a la Virgen María, ¡ya se bautizaba usted marsellés por este gesto! Y después, poco antes de la puesta del sol, usted se tomó este momento de meditación con todos los responsables religiosos de nuestra ciudad, en homenaje a los emigrantes que buscaban esperanza y sólo encontraron indiferencia y, en última instancia, la muerte en este gran cementerio en que se ha convertido nuestro mar.

En ese momento, querido Papa Francisco, comprendimos que, sin recorrer Francia, usted quería llamar la atención de nuestro país sobre el Mediterráneo y despertar nuestras conciencias sobre la responsabilidad que tenemos para con esta zona que forma parte de nuestra historia y de nuestra geografía.

Esta mañana, tras haber ido al encuentro de personas que viven en la extrema pobreza en el barrio de Saint Mauront, sin duda uno de los más pobres de Francia, usted se ha reunido con los obispos, los jóvenes, el Presidente de la República y todas las personalidades comprometidas al servicio de la paz en el Mediterráneo. Usted animó a nuestras Iglesias de las cinco orillas del Mediterráneo a proseguir el trabajo de concertación iniciado en Bari y Florencia y continuado aquí, en Marsella. Gracias por sus palabras fuertes y valientes.

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Y esta tarde, en este estadio, ¡qué celebración tan maravillosa! ¡Y qué ambiente! Ya habíamos visto antes a un Papa en un estadio. ¡Pero un Papa en el Stade Vélodrome nunca se había visto antes! Cuando vienes aquí, es como si vinieras a la casa de cada uno de los marselleses. ¡Si supierais lo orgullosos y felices que estamos! Creo que hasta la Buena Madre tiene una lágrima en los ojos esta noche.

Y al recibiros por primera vez para una misa en Francia, sentimos, una vez más, como decimos aquí, ¡que somos siempre los primeros!
¡Grazie, Santo Padre!

Marsella, y con ella toda Francia, no olvidará nunca el inmenso regalo que nos has hecho. Nos encomendamos a tus oraciones y, ten por seguro, que no olvidaremos rezar por ti.

Palabras de agradecimiento del Santo Padre al concluir de la Santa Misa 

Muchas gracias, Eminencia, por sus palabras, y también muchas gracias a todos ustedes, hermanos  y hermanas, por su presencia y oración: merci beaucoup! [¡muchas gracias!] 

Llegados al final de esta visita, deseo expresar mi gratitud por la calurosa acogida que me han dispensado, así como por todo el trabajo y los preparativos que llevaron a cabo. Agradezco al señor  Presidente de la República y, a través de él, dirijo un saludo cordial a todos los franceses y francesas. Saludo  también a las Autoridades presentes, en particular al señor Alcalde de Marsella. 

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Y abrazo a toda la Iglesia de Marsellesa, con sus comunidades parroquiales y religiosas, sus  numerosas instituciones educativas y sus obras de caridad. Esta arquidiócesis fue la primera del mundo en  ser consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, en 1720, durante una epidemia de peste; por eso está en vuestra  índole ser signos de la ternura de Dios, incluso en la actual “epidemia de indiferencia” ¡gracias por vuestro  servicio manso y decidido, que testimonia la cercanía y la compasión del Señor! 

Muchos de ustedes han venido desde distintas partes de Francia: merci à vous! [¡gracias a ustedes!].  Quisiera saludar a los hermanos y hermanas que han venido de Niza, acompañados por el obispo y el  Alcalde, y que han sobrevivido al terrible atentado del 14 de julio de 2016. Recordemos en la oración a  todos los que perdieron la vida en esa tragedia y en todos los actos terroristas perpetrados en Francia y en  todas partes del mundo. Y no nos cansemos de rezar por la paz en las regiones asoladas por la guerra,  especialmente por el martirizado pueblo de Ucrania. 

Macron en la misa del Papa
Macron en la misa del Papa

Un saludo lleno de afecto para los enfermos, los niños y los ancianos; y un pensamiento especial  para las personas necesitadas y para todos los trabajadores de esta ciudad; a propósito, en el puerto de  Marsella trabajó Jacques Loew, el primer sacerdote obrero de Francia. ¡Que la dignidad de los trabajadores  sea respetada, promovida y protegida! 

Queridos hermanos y hermanas, llevaré en mi corazón los encuentros de estos días. Que Notre Dame  de la Garde vele sobre esta ciudad, mosaico de esperanza, sobre todas vuestras familias y sobre cada uno  de ustedes. Je vous bénis. S’il vous plaît, n’oubliez pas de prier pour moi. Merci! [Los bendigo y por favor  no se olviden de rezar por mí ¡Gracias!]. 

Papa, en Marsella

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