Gracias por estos días vividos juntos. Con el corazón lleno de gratitud los bendigo" El Papa, a los religiosos: "Como profetas, no podemos quedarnos en una 'vida tranquila' para no ensuciarnos las manos"

El Papa, en la iglesia de Baharein
El Papa, en la iglesia de Baharein

"Es hermoso pertenecer a una Iglesia formada de historias y rostros diversos que encuentran armonía en el único rostro de Jesús"

"Esta es el agua viva de la que habla Jesús, esta es la fuente de vida nueva que nos promete: el don del Espíritu Santo, la presencia tierna, amorosa y revitalizadora de Dios en nosotros"

"Todo brota de la gracia, todo viene del Espíritu Santo. Permítanme, entonces, detenerme brevemente con ustedes sobre tres grandes dones que el Espíritu Santo nos da y nos pide que acojamos y vivamos: la alegría, la unidad y la profecía"

"A ustedes, que han descubierto esta alegría y la viven en comunidad, quisiera decirles: consérvenla, más aún, multiplíquenla. ¿Y saben cuál es la mejor manera? Dándola"

"¡Tratemos de ser custodios y constructores de unidad! Para ser creíbles en el diálogo con los demás, vivamos la fraternidad entre nosotros"

"Y, viendo que estas son las últimas palabras públicas que pronuncio, permítanme agradecer a Su Majestad el Rey y a las autoridades de este país por la exquisita hospitalidad"

El Papa Francisco se reunió, en un encuentro de oración, con obispos, sacerdotes, seminaristas y agentes pastorales en la iglesia del Dagrado Corazón de Nanama. Y les dió las gracias por ser una Iglesia diversa y realmente "católica", es decir universal, que intenta vivir del agua vida del Espíritu y de sus tres dones: la alegría, la unidad y la profecía.

Como fuente de alegría, el Espíritu es el Consolador. Y, por eso, el creyente tiene que vivir con alegría para dar y contagiar. Porque sólo así se multiplica. "A ustedes, que han descubierto esta alegría y la viven en comunidad, quisiera decirles: consérvenla, más aún, multiplíquenla. ¿Y saben cuál es la mejor manera? Dándola".

Papa en la iglesia del Sagrado Corazón
Papa en la iglesia del Sagrado Corazón

En segundo lugar, el Espíritu es fuente de unidad y de fraternidad contra todo egoísmo: "Desde Pentecostés las procedencias, las sensibilidades y las diferentes visiones se armonizan en la comunión, se forjan en una unidad que no es uniformidad". Por eso, "¡tratemos de ser custodios y constructores de unidad! Para ser creíbles en el diálogo con los demás, vivamos la fraternidad entre nosotros".

Y en tercer lugar, el Espíritu es fuente de profecía:"La profecía nos hace capaces de practicar las bienaventuranzas evangélicas en las situaciones de cada día".

Por último, el Papa dió las gracias a todos, especialmente a las autoridades de Bahrein: "Y, viendo que estas son las últimas palabras públicas que pronuncio, permítanme agradecer a Su Majestad el Rey y a las autoridades de este país por la exquisita hospitalidad".

El Papa llega a la iglesia del Sagrado Corazón y, en la entrada, es acogido por niños que le ofrecen flores, por el administrador apostólico monseñor Hinder y por el párroco. Recorre en silla de ruedas la nave central de la pequeña iglesia en medio de las ovaciones de los presentes y da comienzo al acto de oración, que se inicia con el saludo de monseñor Hinder.

HInder
HInder

Discurso de bienvenida de S.E. Mons. Paul Hinder, O.F.M. Cap, Administrador Apostólico del Vicariato Apostólico de Arabia del Norte

Santísimo Padre,
Bienvenido a la Iglesia del Sagrado Corazón de Manama (Bahréin), donde, de 1938 a 1939, el jeque Hamad bin Isa bin Salman Al Khalifa, emir de Bahréin, acogió a la comunidad católica, donando un terreno para la construcción de la primera iglesia a orillas del Golfo Arábigo.

Las personas que conocerán esta mañana son representantes de una Iglesia migrante, no sólo en Bahrein, sino también en Kuwait, Qatar y Arabia Saudí, todos ellos pertenecientes al Vicariato Apostólico de Arabia del Norte. Algunos de ellos también proceden de otras partes de la Península Arábiga. Estos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos representan a todos los agentes de la pastoral de esta región: párrocos, sacerdotes auxiliares, religiosas, catequistas, responsables de asociaciones y grupos de oración.

También reflejan la diversidad cultural y étnica de la Iglesia migrante en esta parte del mundo. Muchos de ellos luchan cada día, pero lo hacen con profunda fe, confiando en que todos estamos en manos de nuestro Padre celestial.

HInder
HInder

En el Vicariato Apostólico de Arabia del Norte hay actualmente unos 60 sacerdotes que trabajan entre unos 2 millones de católicos dispersos en cuatro países. Unos 1.300 catequistas enseñan el catecismo a más de 16.000 niños. Todos ellos trabajan como voluntarios, a veces en condiciones muy difíciles debido a las restricciones de algunos países en materia de libertad religiosa, permisos de trabajo y residencia.

Al mismo tiempo, aunque somos una Iglesia migrante en el desierto, estamos agradecidos por las diversas experiencias positivas y los encuentros en lugares inesperados, en los que hemos experimentado la presencia del Señor que está con nosotros.

Ahora escucharán a algunos testigos que nos darán su testimonio.
Santo Padre, te damos las gracias de todo corazón por estar hoy con nosotros, por fortalecer la fe de estos agentes de pastoral y por avivar la llama de su entusiasmo por servir a Jesucristo en la Iglesia católica de Arabia del Norte. ¡Shukran!

Chris
Chris

Testimonio de Chris Noronha

Con gran alegría me presento hoy ante Su Santidad en nombre de mis hermanos y hermanas en Cristo. Desde que se anunció la noticia de su visita al Reino de Bahrein, todos hemos estado esperando su llegada.

Como nací en Bahrein, me bautizaron aquí, en la Iglesia del Sagrado Corazón. Mis padres me pusieron el nombre de Chris porque estaban agradecidos a Dios y querían que estuviera más cerca de Él, ya que nací 10 años después de su matrimonio.

Lo que me fascinaba de niño era la devoción de todos los fieles, sin importar la raza, el color, la lengua o la nacionalidad; todos se reunían como una familia, cantando al unísono, en la Iglesia Madre, aquí en Manama, que estaba llena hasta la bandera. Con los años, la comunidad ha crecido. Con la construcción de la nueva iglesia del Sagrado Corazón, la comunidad siguió creciendo en número y fuerza, con la creación de varios grupos y ministerios. A pesar de todo, la devoción de los fieles se ha mantenido firme.

Chris
Chris

He sido testigo de las pruebas a las que se enfrentan muchos inmigrantes que han dejado a sus familias en su país para trabajar aquí, para poder mantener a sus seres queridos con sus escasos salarios. Trabajan durante horas y horas y su único consuelo al final del día es que han contribuido a la futura seguridad financiera de sus familias. Estar tan lejos de sus seres queridos, a veces durante años, es una verdadera prueba de fe y es aquí donde la Iglesia marca la diferencia. Nos reunimos aquí para rezar, pidiendo a Dios que nos dé la fuerza para superar estas pruebas. Muchos anhelan que alguien les escuche con empatía mientras expresan sus sentimientos más íntimos de inseguridad y miedo. Sé que encontramos nuestra paz en Jesús.

Ver crecer a la Iglesia del Sagrado Corazón en número y en fe a lo largo de los años es una lección de humildad al ver el compromiso, la dedicación y la energía que muchos gastan en el servicio a la comunidad. Nuestros pastores -los sacerdotes- han cambiado a lo largo de los años, pero una cosa permanece constante, el cuidado y la preocupación con que atienden a su rebaño. Sé que he tenido la suerte de crecer en el Reino de Bahréin, un país donde la tolerancia y la libertad religiosa son una forma de vida.

Gracias por su continuo compromiso, Santo Padre, en su viaje global como mensajero de paz y buena voluntad. Al igual que tú, todos podemos buscar la paz encendiendo velas de esperanza, por pequeñas que sean, con nuestras palabras, acciones y oraciones, esperando un futuro mejor y más brillante.

Sor Celine
Sor Celine

Testimonio de la hermana Rose Celine

Santo Padre, nuestro querido y atento pastor, quisiera expresarle mi profunda gratitud por el raro privilegio que me ha concedido en esta ocasión especial de su visita pastoral al Reino de Bahrein. Su amable visita demuestra su cuidado por el rebaño fiel de la región del Golfo y sentimos el calor del amor paternal de Dios a través de usted.

Yo, la Hermana Rose Celine, quisiera darles un resumen de nuestra vida y misión. Las Hermanas del Carmelo Apostólico, las primeras entre las carmelitas en ser una Congregación misionera activa, fueron pioneras en la educación de las niñas y en la formación de la fe. Comenzamos nuestra andadura misionera en el Reino de Bahrein el 3 de enero de 2003, tras nuestra fundación en Kuwait. Bahrein, conocido como el "país de las sonrisas", nos acogió calurosamente.

El Papa y Sor Celine
El Papa y Sor Celine

El amor compasivo y misericordioso del Padre nos impulsa a comprometernos al servicio de nuestro pueblo. Somos testigos de la abundancia de la misericordia de Dios, que calienta los corazones y reaviva la esperanza en la vida de muchos. También participamos en la pastoral penitenciaria. En particular, pasamos tiempo con las presas, orando con ellas, compartiendo la palabra de Dios y aconsejándolas.

Nuestra presencia aquí es un signo único de que Dios nos reúne allí donde estamos y nos conduce por caminos nuevos y desconocidos hacia nuestra meta, que se vive bajo el lema: "Sólo Dios basta". Las hermanas participamos en varios grupos de la Iglesia, entre ellos la Legión de María. Las reuniones semanales nos ofrecen una gran oportunidad para crecer en nuestra espiritualidad a través de la oración y el compañerismo. Junto con los legionarios visitamos hospitales, enfermos y familias necesitadas.

Sor Celine
Sor Celine

Vemos que el mundo que nos rodea está cambiando a pasos agigantados. Este rápido cambio está planteando nuevos retos y mucho de lo que nos era familiar se está volviendo ambiguo. Sin embargo, respondemos con creatividad a las necesidades actuales, siendo mediadores del cambio, la esperanza y la transformación tanto dentro como fuera de nuestra comunidad.

Para ayudar a los jóvenes de hoy, nos hemos comprometido con la pastoral catequética, ayudando a los estudiantes en su formación en la fe para que puedan estar equipados para responder a los rápidos cambios que les rodean y para afrontar cualquier desafío que se presente. Les ofrecemos oportunidades mediante la organización de concursos, concursos de talentos y otras actividades diversas para mejorar sus habilidades de liderazgo, comunicación y pensamiento creativo. Cada año preparamos a estudiantes y adultos para recibir los sacramentos de la Sagrada Eucaristía y la Confirmación.

Nuestra fundadora, la Venerable Madre Verónica, nos dejó un legado que nace de su experiencia de Dios como su Todo. Siguiendo sus pasos, las hermanas nos esforzamos por alimentar una mayor fe y compromiso con Jesús en los miembros de Carmel Flowers (una asociación de laicos para nuestros estudiantes). Enseñamos y compartimos el carisma del Carmelo Apostólico a través de diversas actividades y fraternidades, educando las mentes jóvenes para vivir y transformar el mundo según los valores de la verdad, la justicia, el amor, la paz y la excelencia.

Sor Celine
Sor Celine

Además de todas estas actividades con personas de diferentes nacionalidades, participamos en las reuniones del Consejo Parroquial y en todos los actos de la Iglesia. Durante la pandemia, ayudamos a los sacerdotes que celebraron la Eucaristía en diferentes idiomas.

Nuestra Santísima Madre, Reina y Hermosa del Carmelo, es nuestro modelo y nos anima a ponernos al servicio de la Iglesia y del pueblo de Dios. En la medida de lo posible, irradiemos la alegría del Evangelio en nuestro interior y en nuestro entorno.
Santo Padre, gracias por escuchar mi testimonio.

Papa en Bahrein
Papa en Bahrein

Discurso del Papa

Queridos obispos, sacerdotes, consagrados, seminaristas y agentes de pastoral, ¡buenos días!

Estoy contento de encontrarme entre ustedes, en esta comunidad cristiana que manifiesta bien su rostro “católico”, es decir, universal; una Iglesia formada por personas provenientes de muchas partes del mundo, que se reúnen para confesar la única fe en Cristo. Mons. Hinder, a quien agradezco su servicio y sus palabras, habló ayer de «un pequeño rebaño constituido por migrantes». Así que, saludando a cada uno de ustedes, pienso también en sus pueblos de pertenencia, en sus familias, que llevan en el corazón con un poco de nostalgia, en sus países de origen.

En particular, viendo aquí presentes a fieles del Líbano, aseguro mi oración y cercanía a ese amado país, tan cansado y probado, y a todos los pueblos que sufren en Oriente Medio. Es hermoso pertenecer a una Iglesia formada de historias y rostros diversos que encuentran armonía en el único rostro de Jesús. Y dicha variedad —que he visto en estos días— es el espejo de este país, de la gente que habita en él, así como del paisaje que lo caracteriza y que, aun dominado por el desierto, posee una rica y variada presencia de plantas y de seres vivos.

Papa en Bahrein
Papa en Bahrein

Las palabras de Jesús que hemos escuchado hablan del agua viva que brota de Cristo y de los creyentes (cf. Jn 7,37-39). Me hicieron pensar precisamente en esta tierra. Es verdad, hay mucho desierto, pero también hay manantiales de agua dulce que corren silenciosamente en el subsuelo, irrigándolo. Es una hermosa imagen de lo que son ustedes y sobre todo de lo que la fe realiza en la vida; emerge a la superficie nuestra humanidad, demacrada por muchas fragilidades, miedos, desafíos que debe afrontar, males personales y sociales de distinto tipo; pero en el fondo del alma, en lo íntimo del corazón, corre serena y silenciosa el agua dulce del Espíritu, que riega nuestros desiertos, vuelve a dar vigor a lo que amenaza con secarse, lava lo que nos degrada, sacia nuestra sed de felicidad. Y siempre renueva la vida. Esta es el agua viva de la que habla Jesús, esta es la fuente de vida nueva que nos promete: el don del Espíritu Santo, la presencia tierna, amorosa y revitalizadora de Dios en nosotros.

Nos hace bien, pues, detenernos en la escena que describe el Evangelio. Jesús se encontraba en el templo de Jerusalén, donde se estaba celebrando una de las fiestas más importantes, durante la cual el pueblo bendecía al Señor por el don de la tierra y de las cosechas, haciendo memoria de la Alianza. En ese día de fiesta se realizaba un rito importante: el sumo sacerdote se dirigía a la piscina de Siloé, sacaba agua y luego, mientras el pueblo cantaba y exultaba, la derramaba fuera de los muros de la ciudad para indicar que de Jerusalén iba a fluir una gran bendición para todos. En efecto, sobre Jerusalén el salmista había dicho: «Todas mis fuentes están en ti» (Sal 87,7); y el profeta Ezequiel había hablado de un manantial de agua que, brotando del templo, iba a irrigar y fecundar como un río toda la tierra (cf. Ez 47,1-12).  

En vista de lo anterior, comprendemos bien qué quiere decirnos el Evangelio de Juan con esta escena: estamos en el último día de la fiesta, Jesús, «poniéndose de pie», exclamó: «El que tenga sed, venga a mí» (Jn 7,37), porque «de su seno brotarán manantiales de agua viva» (v. 38). Y el evangelista explica: «Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él. Porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado» (v. 39). Se hace referencia a la hora en que Jesús muere en la cruz. En ese momento, ya no es del templo de piedras, sino del costado abierto de Cristo que saldrá el agua de la vida nueva, el agua vivificante del Espíritu Santo, destinada a regenerar a toda la humanidad liberándola del pecado y de la muerte.

iglesia de Bahrein
iglesia de Bahrein

Hermanos y hermanas, recordemos siempre esto: la Iglesia nace allí, nace del costado abierto de Cristo, de un baño de regeneración en el Espíritu Santo (cf. Tt 3,5). No somos cristianos por nuestros méritos o sólo porque nos adherimos a un credo, sino porque en el Bautismo nos fue donada el agua viva del Espíritu, que nos hace hijos amados de Dios y hermanos entre nosotros, convirtiéndonos en criaturas nuevas. Todo brota de la gracia, todo viene del Espíritu Santo. Permítanme, entonces, detenerme brevemente con ustedes sobre tres grandes dones que el Espíritu Santo nos da y nos pide que acojamos y vivamos: la alegría, la unidad y la profecía.

En primer lugar, el Espíritu es fuente de alegría. El agua dulce que el Señor quiere hacer correr en los desiertos de nuestra humanidad, amasada de tierra y de fragilidad, es la certeza de no estar nunca solos en el camino de la vida. En efecto, el Espíritu es Aquel que no nos deja solos, es el Consolador; nos alienta con su presencia discreta y benéfica, nos acompaña con amor, nos sostiene en las luchas y en las dificultades, anima nuestros sueños más hermosos y nuestros deseos más grandes, abriéndonos al asombro y a la belleza de la vida.

Por eso, la alegría del Espíritu no es un estado ocasional o una emoción del momento; tampoco es esa especie de «alegría consumista e individualista tan presente en algunas experiencias culturales de hoy» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 128). Es, en cambio, la alegría que nace de la relación con Dios, de saber que, aun en las dificultades y en las noches oscuras que a veces atravesamos, no estamos solos, perdidos o derrotados, porque Él está con nosotros. Y con Él podemos afrontar y superar todo, incluso los abismos del dolor y de la muerte. 

A ustedes, que han descubierto esta alegría y la viven en comunidad, quisiera decirles: consérvenla, más aún, multiplíquenla. ¿Y saben cuál es la mejor manera? Dándola. Sí, la alegría cristiana es contagiosa, porque el Evangelio hace salir de sí mismo para comunicar la belleza del amor de Dios. Por lo tanto, es esencial que en las comunidades cristianas la alegría no decaiga y se comparta; que no nos limitemos a repetir gestos por rutina, sin entusiasmo, sin creatividad. Es importante que, además de la liturgia, particularmente en la celebración de la Misa, fuente y cumbre de la vida cristiana (cf. Sacrosanctum Concilium, 10), hagamos circular la alegría del Evangelio también a través de una acción pastoral dinámica, especialmente para los jóvenes, las familias y las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. La alegría cristiana no se puede retener para uno mismo; sólo cuando la hacemos circular, se multiplica.  

En segundo lugar, el Espíritu Santo es fuente de unidad. Los que lo acogen reciben el amor del Padre y se convierten en sus hijos (cf. Rm 8,15-16); y, si son hijos de Dios, son también hermanos y hermanas. No puede haber lugar para las obras de la carne, es decir, del egoísmo; como las divisiones, las peleas, las calumnias, las murmuraciones. Atentos a la murmuración. Las murmuraciones destruyen una comunidad. Las divisiones del mundo, y también las diferencias étnicas, culturales y rituales, no pueden dañar o comprometer la unidad del Espíritu.

Por el contrario, su fuego destruye los deseos mundanos y enciende nuestras vidas con ese amor acogedor y compasivo con el que Jesús nos ama, para que también nosotros podamos amarnos así entre nosotros. Por eso, cuando el Espíritu del Resucitado desciende sobre los discípulos, se convierte en fuente de unidad y de fraternidad contra todo egoísmo; inaugura el único lenguaje del amor, para que los diversos lenguajes humanos no permanezcan lejanos e incomprensibles; rompe las barreras de la desconfianza y del odio, para crear espacios de acogida y de diálogo; libera del miedo e infunde la valentía de salir al encuentro de los demás con la fuerza desarmada y desarmante de la misericordia.  

Esto es lo que hace el Espíritu Santo, modela de este modo a la Iglesia desde sus orígenes. Desde Pentecostés las procedencias, las sensibilidades y las diferentes visiones se armonizan en la comunión, se forjan en una unidad que no es uniformidad. Si hemos recibido el Espíritu, nuestra vocación eclesial es principalmente la de cuidar la unidad y cultivar el conjunto, es decir —como dice san Pablo— «conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que [hemos] sido llamados» (Ef 4,3-4).

En su testimonio, Chris ha dicho que, cuando era muy joven, lo que le había fascinado de la Iglesia católica era «la devoción común de todos los fieles»; todos reunidos en una sola familia, todos para cantar las alabanzas del Señor, sin importar el color de la piel, la procedencia geográfica o el idioma. Esta es la fuerza de la comunidad cristiana, el primer testimonio que podemos dar al mundo. ¡Tratemos de ser custodios y constructores de unidad! Para ser creíbles en el diálogo con los demás, vivamos la fraternidad entre nosotros.

Hagámoslo en las comunidades, valorando los carismas de todos sin mortificar a nadie; hagámoslo en las casas religiosas, como signos vivos de concordia y de paz; hagámoslo en las familias, de modo que el vínculo de amor del sacramento se traduzca en actitudes cotidianas de servicio y de perdón; hagámoslo también en la sociedad multirreligiosa y multicultural en la que vivimos. Estemos siempre en favor del diálogo, seamos tejedores de comunión con los hermanos de otros credos y confesiones. Sé que en este camino ustedes ya dan un hermoso ejemplo, pero la fraternidad y la comunión son dones que no debemos cansarnos de pedir al Espíritu, para rechazar las tentaciones del enemigo, que siempre siembra cizaña.  

El Papa en Bahrein
El Papa en Bahrein

Por último, el Espíritu es fuente de profecía. La historia de la salvación, como sabemos, está repleta de numerosos profetas que Dios llama, consagra y envía en medio del pueblo para que hablen en su nombre. Los profetas reciben del Espíritu Santo la luz interior que los hace intérpretes atentos de la realidad, capaces de captar dentro de las tramas, a menudo oscuras, de la historia, la presencia de Dios, e indicarla al pueblo. Con frecuencia las palabras de los profetas son penetrantes; llaman por su nombre a los proyectos de mal que se anidan en el corazón de la gente, ponen en crisis las falsas seguridades humanas y religiosas, e invitan a la conversión. 

También nosotros tenemos esta vocación profética; todos los bautizados han recibido el Espíritu y son profetas. Y como tales no podemos fingir que no vemos las obras del mal, quedarnos en una “vida tranquila” para no ensuciarnos las manos. Un cristiano, antes o después, debe mancharse las manos, para dar testimonio de su vida cristiana. Por el contrario, hemos recibido un Espíritu de profecía para manifestar el Evangelio con nuestro testimonio de vida. Por eso san Pablo exhorta: «Aspiren a los dones espirituales, sobre todo al de profecía» (1 Co 14,1). La profecía nos hace capaces de practicar las bienaventuranzas evangélicas en las situaciones de cada día, es decir, de edificar con firme mansedumbre ese Reino de Dios en el que el amor, la justicia y la paz se oponen a toda forma de egoísmo, de violencia y de degradación.

He apreciado que Sor Rose haya hablado del ministerio con las mujeres que se encuentran detenidas en las cárceles; una posibilidad que debemos agradecer. La profecía que edifica y conforta a estas personas consiste en compartir con ellas el tiempo, anunciarles la Palabra del Señor, rezar con ellas. Es prestarles atención, porque allí donde hay hermanos necesitados, como los presos, está Jesús, Jesús herido en cada persona que sufre (cf. Mt 25,40). ¿Sabéis que pienso, cuando voy a una carcel? ¡Porqué ellos y no yo! Pero hacerse cargo de los detenidos nos ayuda a todos, como comunidad humana, porque según cómo se trate a los últimos es como se mide la dignidad y la esperanza de una sociedad.

Queridos hermanos y hermanas, finalmente quisiera decirles “gracias” por estos días vividos juntos. Con el corazón lleno de gratitud los bendigo a todos, especialmente a cuantos han trabajado por este viaje. Y, viendo que estas son las últimas palabras públicas que pronuncio, permítanme agradecer a Su Majestad el Rey y a las autoridades de este país por la exquisita hospitalidad. Los animo a seguir con constancia y alegría su camino espiritual y eclesial. Y ahora invoquemos la intercesión maternal de la Virgen María, que me alegra venerar como Nuestra Señora de Arabia. Que Ella nos ayude a dejarnos guiar siempre por el Espíritu Santo y nos mantenga alegres, unidos en el afecto y en la oración. No se olviden de rezar por mí, cuento con ello. ¡Gracias!

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