Francisco logra unir en una histórica oración en el Vaticano al presidente de Israel y Palestina "Sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto a los pactos y no a las provocaciones"
(Jesús Bastante).- "Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén". Francisco logró algo impensable hace solo unos meses: unir a orar juntos por la paz entre judíos y palestinos al presidente de Israel, Simon Peres, y Palestina, Mahmoud Abbas.
Un paso de gigantes hacia la paz en todo el mundo, desde la óptica del mismo Dios que nos creó y nos observa. "Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos", afirmó Francisco, quien insistió en que "se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez".
Francisco en persona salió a recibir a los dos mandatarios. Según marcaba el protocolo, el primero en llegar fue Mahmoud Abbas, con quien el Papa mantuvo un breve encuentro en una de las salas de Casa Santa Marta. Ambos líderes, católico y palestino, se mostraron en todo momento sonrientes y esperanzados.
Veinte minutos después, hizo aparición el presidente israelí, Simon Peres. La escena del abrazo entre los líderes palestino e israelí, con el Papa de testigo, dará la vuelta al mundo, y tal vez sirva para un futuro en paz en Tierra Santa. "¡Que Dios te bendiga!", fue el saludo de Peres a Abbas. Las sonrisas se multiplicaron cuando se incorporó un cuarto invitado, el patriarca Bartolomé.
Los cuatro, junto al custodio de Tierra Santa, se subieron a una furgoneta que les llevó hasta los jardines vaticanos, donde responsables católicos, ortodoxos, judíos y musulmanes les esperaban para iniciar una oración por la paz histórica.
Pocos minutos después, los cinco entraron en los jardines vaticanos, en el lugar elegido, con mimo para la oración, con la cúpula de San Pedro a sus espaldas. En el centro, Abbas, Francisco y Peres. A la izquierda, Bartolomé. A ambos lados, representantes de las tres religiones del Libro y de los gobiernos palestino e israelí.
Fueron recibidos con un breve concierto de violín, oboe, chelo y arpa (que acompañaron la transición entre los distintos momentos del acto), y una explicación en inglés contando el orden de la intervención, por orden histórico estricto: primero los judíos, segundo los cristianos, y finalmente los musulmanes.La primera parte de la celebración fue una alabanza a Dios por los dones de la creación, mientras que en un segundo momento se pidió perdón por los pecados contra Dios y contra el prójimo. Finalmente, el punto más esperado: la petición de oración por la paz entre judíos y palestinos, en toda Tierra Santa, en todo Oriente Medio, para toda la Humanidad.
La oración judía fue, sin duda, la más larga, con la intervención de varios representantes. Posteriormente, hablo un representante de los ortodoxos y el cardenal Turkson, por parte de la Iglesia católica. Una musulmana fue la primera mujer en participar en este acto entre las tres grandes religiones, todas ellas unidas también, lamentablemente, por el secundario papel dado a su alma femenina. Los representantes islámicos también fueron varios, alargando en demasía el momento álgido de la oración, la intervención del Papa y, posteriormente, la de los presidentes Peres y Abbas.
Al término de las mismas, un nuevo abrazo, y un gesto de paz. Los cuatro líderes plantaron un pequeño árbol, símbolo de la paz que se pretende y se desea, "y que no será fácil, pero lucharemos por ella lo que nos queda de vida" (como apuntó Peres), en los jardines del Vaticano.
Estas fueron algunas de las palabras del Papa
Con gran alegría os saludo y agradezco la acogida de mi reciente peregrinaje a Tierra Santa. Y os agradezco desde lo más profundo de mi corazón haber venido hasta aquí para haber pedido al Señor el don de la paz
Espero que este encuentro sea un camino para chocar las manos y frenar la violencia.
Agradezco a ti Bartolomé, por estar aquí conmigo. Su participación es un gran don y un testimonio del camino que como cristianos estamos haciendo para la plena unidad.
Vuestra presencia, señores presidentes, es un gran signo de fraternidad, entre los hijos de Abraham, y expresión concreta de la confianza en el Dios común.
Nuestro encuentro de petición de paz en Tierra Santa, en Oriente Medio y en todo el mundo está siendo acompañado por la oración de millones de personas de distintas zonas y religiones, y que ahora están unidos a nosotros.
Ardiente deseo de cuantos anhelan la paz y sueñan un mundo en el que lo hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como enemigos.
El mundo es una herencia que hemos recibido de nuestros antepasados. Pero también es un préstamo de nuestros hijos. Hijos que pueden decidir alcanzar el alba de la paz. Hijos que tienen que derribar los muros de la enemistas y recorrer los caminos del amor y de la paz
Muchos de estos hijos son víctimas inocentes d ella guerra y la violencia.
En nuestro deber que su sacrificio no sea vano. Que su memoria nos introduzca en el corazón el coraje de la paz, la paciencia de pelear, día a día, por una convivencia respetuosa y pacífica, para la gloria de Dios y el bien de todos.
Para hacer la paz se necesita coraje, mucho más que para hacer la guerra. Hace falta coraje para decir sí al diálogo y no a al violencia, sí a la negociación y no a la hostilidad, si al respeto del pacto y no a la provocación.
Pedimos coraje, gran fuerza de ánimo. La historia nos enseña que nuestras fuerzas no bastan.
El Maligno, con diversas fuerzas, intenta impedirlo. Por eso estamos aquí, porque sabemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestra responsabilidad, pero invocamos a Dios de frente a nuestra conciencia y a nuestro pueblo.
La llamada a frenar la espiral del odio y la violencia con una sola palabra: hermano.
Alcemos todos los brazos al cielo y reconozcámonos hijos de un solo Padre.
Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica
hemos intentado resolver este conflicto con nuestra fuerza y con nuestras armas durante tantos años. Tantos momentos de hostilidad y oscuridad, tantas vidas perdidas, tantas esperanzas sepultadas. Nuestro esfuerzo no es en vano. Señor, danos la paz. Enséñanos la paz, guíanos hacia la paz, abre nuestros ojos y corazón hacia la paz, para decir no más la guerra.
Señor, Dios de Abraham y los profetas, Dios amor que nos ha creado como hermanos, danos la fuerza para ser artesanos de la paz, danos la capacidad de guardar a todos los hermanos que encontremos en nuestro camino, escucha el grito de nuestros ciudadanos, que quieren transformar las armas en instrumentos de paz, y nuestras tensiones en perdón.
Enciende la llama de la esperanza en el diálogo y la reconciliación. Que venga finalmente la paz
Divisiones, odio, guerra. Señor, desarma la mano y la lengua.
Saloma, paz, Salam
Estas fueron las palabras del Papa:
Señores Presidentes
Los saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las distinguidas Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que me han deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.
Gracias desde el fondo de mi corazón por haber aceptado mi invitación a venir aquí para implorar de Dios, juntos, el don de la paz. Espero que este encuentro sea el comienzo de un camino nuevo en busca de lo que une, para superar lo que divide. Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación es un gran don, un valioso apoyo, y es testimonio de la senda que, como cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad. Su presencia, Señores Presidentes, es un gran signo de fraternidad, que hacen como hijos de Abraham, y expresión concreta de confianza en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos uno de otro, y desea conducirnos por sus vías.
Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y religiones: personas que han rezado por este encuentro y que ahora están unidos a nosotros en la misma invocación. Es un encuentro que responde al deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos.
Señores Presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la amistad. Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.
Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo. La historia nos enseña que nuestras fuerzas por sí solas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un mismo Padre.
A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre nuestra.
Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.
Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz. Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz. Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.