"Los grandes sueños no son el coche potente, la ropa de moda o el viaje transgresor" El Papa, a los jóvenes: "El amor no es tenerlo todo y rápido, no responde a la lógica del usar y tirar. El amor es fidelidad, don, responsabilidad"

El Papa, con los jóvenes de Eslovaquia
El Papa, con los jóvenes de Eslovaquia

"El amor es el sueño  más grande de la vida, pero no es un sueño de bajo costo. Es hermoso, pero no es fácil, como todas las  grandes cosas de la vida"

"Desconectarnos de la vida, fantasear en  el vacío no hace bien, es una tentación del maligno"

"Hoy existen muchas fuerzas  disgregadoras, muchos que culpan a todos y todo, amplificadores de negatividad, profesionales de las  quejas. No los escuchen, porque la queja y el pesimismo no son cristianos, el Señor detesta la tristeza y el  victimismo"

"Lleven a sus amigos, no sermones, sino  alegría. No palabras, sino sonrisas, cercanía fraterna"

"La verdadera revolución es rebelarse contra la cultura de lo  provisorio, es ir más allá del instinto y del instante, es amar para toda la vida y con todo nuestro ser"

Siempre que se encuentra con jóvenes, como hoy en el estadio del Lokomotiv en Kosice (Eslovaquia), el Papa Francisco les lanza hacia los grandes ideales: el amor auténtico, el cuidado de las raíces (de los abuelos), el asumir el perdón de Dios en la confesión como un abrazo y el testimonio: "Lleven a sus amigos, no sermones, sino  alegría. No palabras, sino sonrisas, cercanía fraterna".

Pese al incremento de los contagios de covid, el Papa reunió a más de 20.000 jóvenes (entre ellos, muchos checos, que llegan del país vecino con monseñor Duka al frente) en el Estadio Lokomotiva de Kosice, donde recordó a la mártir Anka Kolesarova, asesinada por un soldado soviético en 1944 y beatificada en ese mismo lugar hace tres años.

El estadio lleno a rebosar, el Papa es recibido con un canto de bienvenida. En el palco, los cardenales Tomko (el más anciano del colegio cardenalicio) y el checo Duka. El Papa entra al estadio en el papamóvil, mientras suena la música y los aplausos y vítores de los jóvenes.

El papamóvil recorre las diversas avenidas del estadio, mientras de fondo suenan los vítores de los jóvenes y el canto del “Pescador de hombres” (seguramente no saben que su compositor espñol fue un pederasta).

Tras subir el estrado, el Papa saluda y se sienta en su sede, ara escuchar la bienvenida de monseñor Bernard, el obispo de la diócesis. El estrado sencillo, presidido por una gran cruz y, a la izquierda, el retrato de la beata asesinada por un soldado ruso.

A continuación, los testimonios de tres jóvenes. La primera se llama Petra y cuenta que la confesión cambió su vida: “No quiero ser un sepulcro blanqueado”. El segundo testimonio es de un joven que se llama Peter y se emociona ante el Papa, contando sus vivencias de conversión gracias a la intercesión de la beata Anka. Y le pregunta: ¿Cómo creer en la castidad? Y el tercer testimonio de una familia: Peter, Lenka y sus tres hijos. Cuentan su vida difícil y su agradecimiento también a la beta Anka. Y preguntan al Papa cómo acoger la cruz en la vida.

Y, tras un canto, interviene el Papa Francisco.

Papa, en Eslovaquia

Saludo de S.E. Mons. Bernard Bober Arzobispo de Košice de los Latinos

Querido Santo Padre Francisco, toda Eslovaquia siente la gran alegría de su presencia aquí entre nosotros. En nuestra Arquidiócesis sentimos este día como un momento de fortalecimiento y estímulo para nuestra vida.

La Santísima Virgen María, que es también la Patrona de Eslovaquia, es, según el lema de su viaje, un gran ejemplo para nosotros. Queremos ser como ella, sobre todo en nuestra voluntad de estar atentos y ayudar a las necesidades de los demás.

Como ella, San José aceptó la voluntad de Dios con el corazón abierto y actuó de acuerdo con ella. Por ello, nos anima a convertirnos en "la sal de la tierra y la luz del mundo" a través de las pequeñas buenas acciones y la ayuda concreta a los demás.

Estos ejemplos están acompañados por nuestra beata Anna Kolesárová, que fue beatificada aquí en 2018. Con sus virtudes, es compañera de muchos jóvenes en el camino de la vida y en el camino hacia Cristo.

Siguiendo estos ejemplos, con amor filial, queremos darle la bienvenida, Santo Padre. Vemos en ti al guía y pastor que nos muestra los valores verdaderos y eternos en nombre de Cristo y nos acerca a la experiencia de la misericordia de Dios. Tenemos una gran necesidad de experimentar precisamente esto. Deseamos escuchar sus palabras para progresar en nuestras vidas.

El Papa y monseñor Bernard
El Papa y monseñor Bernard

Queremos vivir más profundamente nuestra vida cristiana y humana, a pesar de nuestros repetidos fracasos y debilidades, esperando en Cristo y en su amor infinito.

Le agradezco en nombre de todos nosotros su visita, Santidad. Le agradezco en nombre de todos nosotros su visita, Su Santidad, y le pido que nos anime y nos muestre el camino en este tiempo de confusión y tensión. Para que no estemos desorientados, sino que sepamos encontrar ese punto seguro que sólo Jesús puede darnos. Sé bienvenido, Santo Padre, y siéntete en casa entre nosotros!

Discurso del Santo Padre 

Queridos jóvenes, queridos hermanos y hermanas, dobrý večer! [¡buenas tardes!] Me ha dado alegría escuchar las palabras de Mons. Bernard, los testimonios y las preguntas de  ustedes. Me han hecho tres y yo quisiera intentar buscar respuestas junto con ustedes. Comienzo por Peter y Zuzka, por su pregunta acerca del amor en la pareja.

El amor es el sueño  más grande de la vida, pero no es un sueño de bajo costo. Es hermoso, pero no es fácil, como todas las  grandes cosas de la vida. Es el sueño, pero no es un sueño fácil de interpretar. Les robo una frase:  «Hemos comenzado a percibir este don con ojos totalmente nuevos». En verdad, como han dicho, se  necesitan ojos nuevos, ojos que no se dejan engañar por las apariencias. Amigos, no banalicemos el amor,  porque el amor no es sólo emoción y sentimiento, esto en todo caso es al inicio. El amor no es tenerlo  todo y rápido, no responde a la lógica del usar y tirar. El amor es fidelidad, don, responsabilidad.

La verdadera originalidad hoy, la verdadera revolución es rebelarse contra la cultura de lo  provisorio, es ir más allá del instinto y del instante, es amar para toda la vida y con todo nuestro ser. No  estamos aquí para ir tirando, sino para hacer de la vida una acción heroica. Todos ustedes tendrán en  mente grandes historias, que leyeron en novelas, vieron en alguna película inolvidable, escucharon en  relatos emocionantes. Si lo piensan, en las grandes historias siempre hay dos ingredientes: uno es el amor,  el otro es la aventura, el heroísmo. Siempre van juntos. Para hacer grande la vida se necesitan ambos:  amor y heroísmo. Miremos a Jesús, miremos al Crucificado, están los dos: un amor sin límites y la  valentía de dar la vida hasta el extremo, sin medias tintas. Aquí delante de nosotros está la beata Ana, una  heroína del amor. Nos dice que apuntemos a metas altas. Por favor, no dejemos pasar los días de la vida  como los episodios de una telenovela. 

Por eso, cuando sueñen con el amor, no crean en los efectos especiales, sino en que cada uno de  ustedes es especial. Cada uno es un don y puede hacer de la vida un don. Los otros, la sociedad, los  pobres los esperan. Sueñen con una belleza que vaya más allá de la apariencia, más allá de las tendencias  de la moda. Sueñen sin miedo de formar una familia, de procrear y educar unos hijos, de pasar una vida  compartiendo todo con otra persona, sin avergonzarse de las propias fragilidades, porque está él, o ella,  que los acoge y los ama, que te ama así como eres. Los sueños que tenemos nos hablan de la vida que  anhelamos. Los grandes sueños no son el coche potente, la ropa de moda o el viaje transgresor.

No  escuchen a quien les habla de sueños y en cambio les vende ilusiones, son manipuladores de felicidad.  Hemos sido creados para una alegría más grande, cada uno de nosotros es único y está en el mundo para  sentirse amado en su singularidad y para amar a los demás como ninguna otra persona podría hacer en su  lugar. No se trata de vivir sentados en el banquillo para reemplazar a otro. No, cada uno es único a los  ojos de Dios. No se dejen “homologar”; no fuimos hechos en serie, somos únicos y libres, y estamos en el mundo para vivir una historia de amor con Dios, para abrazar la audacia de decisiones fuertes, para  aventurarnos en el maravilloso riesgo de amar. ¿Ustedes creen en esto? ¿Y es vuestro sueño?

Quisiera darles otro consejo. Para que el amor dé frutos, no se olviden las raíces. ¿Cuáles son sus  raíces? Los padres y sobre todo los abuelos, ellos les han preparado el terreno. Rieguen las raíces, vayan a  ver a sus abuelos, les hará bien; háganles preguntas, dediquen tiempo a escuchar sus historias. Hoy se  corre el peligro de crecer desarraigados, porque tendemos a correr, a hacerlo todo de prisa. Lo que vemos  en internet nos puede llegar rápidamente a casa, basta un clic y personas y cosas aparecen en la pantalla.  Y luego resulta que se vuelven más familiares que los rostros de quienes nos han engendrado. Llenos de  mensajes virtuales, corremos el riesgo de perder las raíces reales. Desconectarnos de la vida, fantasear en  el vacío no hace bien, es una tentación del maligno. Dios nos quiere bien plantados en la tierra,  conectados a la vida, nunca cerrados sino siempre abiertos a todos. 

Sí, pero —me dirán ustedes— el mundo piensa de otro modo. Se habla mucho de amor, pero en  realidad rige otro principio: que cada uno se ocupe de lo suyo. Queridos jóvenes, no se dejen condicionar  por esto, por lo que no funciona, por el mal que hace estragos. No se dejen aprisionar por la tristeza o el  desánimo resignado de quien dice que nunca cambiará nada. Si se cree en esto uno se enferma de  pesimismo. Se envejece por dentro. Y se envejece siendo jóvenes. Hoy existen muchas fuerzas  disgregadoras, muchos que culpan a todos y todo, amplificadores de negatividad, profesionales de las  quejas. No los escuchen, porque la queja y el pesimismo no son cristianos, el Señor detesta la tristeza y el  victimismo. No estamos hechos para ir mirando el piso, sino para elevar los ojos y contemplar el cielo. 

Y cuando estamos decaídos, ¿qué podemos hacer? Hay un remedio infalible para volver a  levantarse. Es lo que has dicho tú, Petra: la confesión. Me preguntaste: «¿Cómo puede un joven superar  los obstáculos del camino hacia la misericordia de Dios?». También aquí es una cuestión de mirada, de  mirar lo que importa. Si yo les pregunto: “¿En qué piensan cuando van a confesarse?”, estoy casi seguro  de la respuesta: “En los pecados”. Pero —les pregunto—, ¿los pecados son verdaderamente el centro de  la confesión? ¿Dios quiere que te acerques a Él pensando en ti, en tus pecados, o pensando en Él? ¿Cuál  es el centro, los pecados o el Padre que perdona todo? No vamos a confesarnos como unos castigados que  deben humillarse, sino como hijos que corren a recibir el abrazo del Padre. Y el Padre nos levanta en cada  situación, nos perdona cada pecado. 

Les doy un pequeño consejo: después de cada confesión, quédense un momento recordando el  perdón que han recibido. Atesoren esa paz en el corazón, esa libertad que sienten dentro. No los pecados,  que no están más, sino el perdón que Dios les ha regalado. Eso atesórenlo, no dejen que se lo roben. Y  cuando vuelvan a confesarse, recuerden: voy a recibir una vez más ese abrazo que me hizo tanto bien. No  voy a un juez a ajustar cuentas, voy a encontrarme con Jesús que me ama y me cura. Demos a Dios el  primer lugar en la confesión. Si Él es el protagonista, todo se vuelve hermoso y la confesión se convierte  en el sacramento de la alegría. Sí, de la alegría, no del miedo o del juicio, sino de la alegría. Y es  importante que los sacerdotes sean misericordiosos. Nunca curiosos, nunca inquisidores, por favor, sino  hermanos que dan el perdón del Padre, que acompañan en este abrazo del Padre. 

Papa, en Eslovaquia

Pero alguno podría decir: “Yo igualmente me avergüenzo, no logro superar la vergüenza de ir a  confesarme”. No es un problema, es algo bueno. Si te avergüenzas, quiere decir que no aceptas lo que has  hecho. La vergüenza es un buen signo, pero como todo signo pide que se vaya más allá. No permanecer  prisionero de la vergüenza, porque Dios nunca se avergüenza de ti. Él te ama precisamente allí, donde tú  te avergüenzas de ti mismo. Y te ama siempre. 

Una última duda: “Yo no consigo perdonarme, por tanto, ni siquiera Dios podrá perdonarme,  porque caigo siempre en los mismos pecados”. Pero —escucha—, ¿cuándo se ofende Dios, cuando vas a  pedirle perdón? No, nunca. Dios sufre cuando nosotros pensamos que no puede perdonarnos, porque es  como decirle: “¡Eres débil en el amor!”. En cambio, Dios siempre se alegra de perdonarnos. Cuando  vuelve a levantarnos cree en nosotros como la primera vez, no se desanima. Somos nosotros los que nos  desanimamos, Él no. No ve unos pecadores a quienes etiquetar, sino unos hijos a quienes amar. No ve  personas fracasadas, sino hijos amados; quizá heridos, y entonces tiene aún más compasión y ternura. Y  cada vez que nos confesamos —no lo olviden nunca— en el cielo se hace una fiesta. ¡Que sea así también  en la tierra!

Y finalmente, Peter y Lenka. Ustedes en la vida han experimentado la cruz. Gracias por su  testimonio. Han preguntado cómo «animar a los jóvenes para que no tengan miedo de abrazar la cruz».  Abrazar: es un hermoso verbo. Abrazar ayuda a vencer el miedo. Cuando somos abrazados recuperamos  la confianza en nosotros mismos y en la vida. Entonces dejémonos abrazar por Jesús. Porque cuando  abrazamos a Jesús volvemos a abrazar la esperanza. La cruz no se puede abrazar sola, el dolor no salva a  nadie. Es el amor el que transforma el dolor. Por eso, la cruz se abraza con Jesús, ¡nunca solos! Si se  abraza a Jesús renace la alegría. Y la alegría de Jesús, en el dolor, se transforma en paz. Les deseo esta  alegría, más fuerte que cualquier otra cosa. Quisiera que la lleven a sus amigos. No sermones, sino  alegría. No palabras, sino sonrisas, cercanía fraterna. Les agradezco que me hayan escuchado y les pido  una última cosa: no se olviden de rezar por mí. Ďakujem! [¡Gracias!] 

El Papa en el estadio de Eslovaquia
El Papa en el estadio de Eslovaquia

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