Celebra hoy José Hierro su cumpleaños

Los versos iniciales de hoy, “Oración primera”, que pertenecen al poemario “Poesía del momento” (1944-1947), se centran en un diálogo íntimo en el corazón de la naturaleza (agua, árbol, silencio, nube, vino, campo húmedo…), preguntando a Dios por los muertos y su suerte final (“Y que Él recoja la palabra / y le dé su destino justo”). “Hemos de orar por ellos, tierra…” “Todas las cosas me comprenden / aunque sus labios estén mudos…” No olvidemos que estos versos se escribieron al borde de una terrible hecatombe con no menos de 60 millones de víctimas…

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Celebramos hoy, porqué no, el cumpleaños de José Hierro que un lejano 3 de abril de 1922 abrió los ojos a la luz madrileña. No me parece desacertado iniciar, en Religión Digital, el homenaje con la sugerente lectura de una arriesgada confesión del poeta sobre la fe o duda o indiferencia como respuesta a la pregunta sobre Dios: “Mi poesía tal vez –leemos– sea de una religiosidad a la que le falta Dios, que espera, ocultándoselo, que sea Dios quien dé el primer paso que a mí me impide dar la razón.”

ORACIÓN PRIMERA

No sé por qué fatal llamada,
por qué secreto y ciego impulso,
me siento al borde del camino,
me acerco al agua y le pregunto.
Hoy la mañana se desciñe
y me siento más sueño suyo,
más empapado de su sangre
toda de savias y de zumos,
vegetalmente modelado
en las entrañas de sus surcos.

Hoy la mañana es sólo mía
y quiero ser su hijo desnudo;
tocarla, a ver si se deshace
igual que un álamo de humo;
arrancarme mis propios ojos
para mirarla con los suyos.

Tenía ganas de cantar
y estoy parado y solo y mudo
esperando a que me pregunte
qué ha sido de ellos, vagabundos
por otras tierras, solitarios
por otro tiempo triste y turbio.

No es posible cantar a solas.
Ya todo se ha tornado oscuro
y hemos de orar por ellos, tierra,
de rodillas ante tu muro.
Hemos de orar por todos ellos,
desencantados y difuntos,
locos y tristes y cobardes,
ciegos, perdido ya su rumbo.

Todas las cosas me comprenden,
aunque sus labios estén mudos:
el agua, el árbol, el silencio,
la nube, el vino, el campo húmedo.
Son afluentes que van a Dios
y Dios escucha en cada uno.

Y que Él recoja la palabra
y le dé su destino justo.

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¿Quién no se ha tendido nunca sobre el césped imaginando figuras de nubes y sintiendo en lo profundo el paso del tiempo, el movimiento incesante de todo, que pasa y pasa y pasa y no regresa… Se inspira, sin duda, José Hierro, para los versos finales, en el texto de Lucas 24,50s: “Jesús les condujo hasta cerca de Betania y levantando las manos, los bendijo. Y mientras les bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo…” Haciéndose preguntas, acaso sin respuesta, se colgaría el poeta de las nubes hasta recriminarse: “¿Qué haces mirando a las nubes, José Hierro?”. ¿Qué buscas detrás de las nubes? “Inútilmente interrogas / desde tus párpados ciegos…”

LAS NUBES

Inútilmente interrogas.
Tus ojos miran al cielo.
Buscas detrás de las nubes,
huellas que se llevó el viento.

Buscas las manos calientes,
los rostros de los que fueron,
el círculo donde yerran
tocando sus instrumentos.

Nubes que eran ritmo, canto
sin final y sin comienzo,
campanas de espumas pálidas
volteando su secreto,

palmas de mármol, criaturas
girando al compás del tiempo,
imitándole a la vida
su perpetuo movimiento.

Inútilmente interrogas
desde tus párpados ciegos.
¿Qué haces mirando a las nubes,
José Hierro?

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A lo largo de los años se fue reconociendo la genialidad del poeta. Algunos galardones: Premio Nacional de Crítica (dos veces). Príncipe de Asturias, Nacional de las Letras Españolas, Reina Sofía de Poesía… En 1998 publica Hierro en Hiperión la joyita literaria de “Cuaderno de Nueva York”, del cual seleccionamos el poema “Villancico en Central Park”, tan intenso que cualquier comentario lo mancharía… En la contraportada del libro leemos: “Con su maestría habitual, Hierro establece en este libro un diálogo múltiple con la gran ciudad en que tiempo y espacio entrelazan sus coordenadas.” Cuatro años después de esta edición falleció el poeta cántabro nacido en Madrid. El mejor recuerdo es leer su obra.

VILLANCICO EN CENTRAL PARK

Mañanicas floridas
del frío invierno
recordad a mi niña
que duerme el hielo.
LOPE DE VEGA

Vistió la noche, copo a copo,
pluma a pluma,
lo que fue llama y oro,
cota de malla del guerrero otoño
y ahora es reino de la blancura.

¿Qué hago yo, profanando, pisando
tan fragilísimo plumaje?

Y arranco con mis manos
un puñado, un pichón de nieve,

Y con amor, y con delicadeza y con ternura
lo acaricio, lo acuno, lo protejo.
Para que no llore de frío.

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