Previamente a "El rayo que no cesa" (publicado en 1936), había escrito Miguel Hernández, al calor de Sijé, poemas religiosos de calidad y compromiso (1933-1934), colección que inicialmente titularía, inspirado en san Juan de la Cruz, "Silbo vulnerado". Dentro de ese proyecto podríamos señalar tres temas, escritos en heptasílabos pareados y asonantada rima, donde se expresan fervorosos deseos de perfección espiritual:"El silbo de la llaga perfecta", "El silbo de las ligaduras" y, el que hoy nos interesa más, "El silbo del dale", que Serrat presenta en su CD como "Dale que dale", enfatizando el estribillo.
La incomprensión y dureza paternas, una angustiosa catequesis sobre el infierno y el pecado, celestiales anatemas contra el sexo, ascéticos ejercicios de doma corporal... fueron creando en Miguel la evidencia de un Dios Justiciero y Cruel que, ya desde que nacemos (pecado original), nos castiga a la infelicidad. Como lo importante es el alma, hemos de liberarnos de los Deseos del cuerpo(pulsar).
Quizás, si sus primeros maestros hubieran sido franciscanos, es un decir, con sandalias y hábito pardo, hermanitos del sol, de la alegría, del lobo y las avecillas, del agua, del fuego, tan fuerte y travieso, si hubiera conocido un cristianismo de fiesta y éxtasis, de lumbre baja y corazón al trote, a lo mejor no se hubiera extraviado, ni por un día, del amoroso Dios de Jesucristo.
DALE AL AIRE, CABRERO...
En lapidarias frases rimadas, de cartuja austeridad y fervor abierto a todas las religiones, se asocia el poeta al movimiento cósmico hacia la perfección. Todo gira en tensión hacia la Belleza, hacia el Orden universal, hacia la Maduración de semillas interiores...:
DALE QUE DALE
Dale al aspa, molino,
hasta nevar el trigo.
Dale a la piedra, agua,
hasta ponerla mansa.
Dale al molino, aire,
hasta lo inacabable.
Dale al aire, cabrero,
hasta que silbe tierno.
Dale al cabrero, monte,
hasta dejarle inmóvil.
Dale al monte, lucero,
hasta que se haga cielo.
Dale, Dios, a mi alma,
hasta perfeccionarla.
Dale que dale, dale
molino, piedra, aire,
cabrero, monte, astro;
dale que dale largo.
Dale que dale, Dios,
¡ay!,
hasta la perfección.
Comentaré levemente algunos versos:
Dale al aire, cabrero, / hasta que silbe tierno. Con las manos heladas de frío escribe el pastor poeta (Invierno hostil): "Tiro una piedra gruesa a una golosa, / y se queda suspensa de los cielos, / ni lucero, ni piedra, ni castigo."
Dale al monte, lucero, / hasta que se haga cielo. Se simboliza el esfuerzo ascensional de espiritualidad del cuerpo en la bella metáfora del astro ardiendo hasta ser cielo.
Dale, Dios, a mi alma, / hasta perfeccionarla. Se abandona el autor al amor de Dios para que lo purifique y transfigure con su Gracia. Pero ¿es posible alcanzar la Perfección? ¿O se trata sólo de un anhelo, una dirección, una búsqueda?
Dale que dale, Dios, / ¡ay!, / hasta la perfección. En los versos finales se le escapa –como un grito– un ¡ay!, suspiro del alma, válvula de seguridad de su corazón en llaga viva.
Este tesón por hacer lo que se proponía, y hacerlo bien, llevó al rústico cabrero a ser uno de los poetas más importantes de nuestro siglo.Escribía a su familiael 18 de marzo de 1940:
"Muchas veces he pensado qué razón tenías para llamarme cabezón de pequeño, madre. Es lo justo. Porque todo aquello que me empeño en conseguir, o lo consigo... o termino en la cárcel como ahora. Todo pasa. Y al fin pasaré con mi cabeza adelante..."
Parece todavía necesario aclarar, con Leopoldo de Luis, que "la leyenda del pastor analfabeto debe desterrarse. Lo que sí es cierto es que todo le costó un gran esfuerzo, que todo lo debió a su asombrosa vocación y que su camino fue duro, porque no se le ahorró ni un paso" .
DALE AL MONTE, LUCERO, HASTA QUE SE HAGA CIELO
Ha captado Serrat, en mi opinión, con sabiduría y elegancia, el juego verbal, pero también ideológico, de tan traviesos pareados. Hay, sí, un movimiento circular ("dale al aspa, molino"), pero también ascensional, como la hélice de un helicóptero. El hombre en lo más alto. Y, más arriba, última palabra que se escucha en la grabación, unánime, como un grito, como un reto: "Dios".
Hay dos clases de perfeccionismo: la voluntad de excelencia y la exigencia de perfección. Me parece obligado –y buena falta nos hace a los españoles– hacer bien las cosas y no chapuceramente, esforzarse por un trabajo de calidad y buen marketing. Otra cosa es el perfeccionismo obsesivo: tener un ilusorio ideal de perfección, y aspirar a él a pesar de saber que no se podrá alcanzar. Y vivir siempre en la insatisfacción. Me temo que a Miguel le inculcaron unos ideales religiosos de alta exigencia y alta deshumanización.
Él se daba cuenta. Por eso, en este fascinante juego ("dale que dale que dale") de ascensíón hacia una oscura ética imposible de cumplir y triste para el corazón, escribe dos escuetas letras,"ay", que definen su perspicacia y auguran nuevos caminos de realización personal.
Aunque hay que reconocer, desde ya, que la pena hernandiana será una constante en su vida, desde estos primeros "ayes" del ascético oriolano hasta las últimas lágrimas del comisario político que llegó a prisión con tres, con más de cien, heridas de guerra...
La construcción musical del texto es hermosa. Miguel Poveda ejecuta un inspirado contrapunto a Serrat. Y un expresivo coro, en el que predominan las voces masculinas, contribuye a dar fuerza y ritmo al cante, arroyo de montaña fresco y trotón. Escuchamos ya la voz de Serrat, el fluir de un agua de voluntad creativa hasta el final del tiempo (pulsar aquí).
Ha captado muy bien Imanol Uribe el sentido de fluencia que realiza Serrat en su breve pero intenso trabajo sobre el "Dale que dale". Ilustra el director vasco el poema con escenas en blanco y negro de la película germana, de 1927,"Berlín, sinfonía de una gran ciudad". Walter Ruttmann, su director, que participaba del movimiento del "cine absoluto", nos ofrece, en el vídeo para los conciertos, escenas rítmicamente repetitivas y progresivas, como el armónico esfuerzo de remeros en competición, que ha logrado imprimir Serrat al poema.
“HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA”
Se dedica un artículo a cada una de las trece canciones
con texto de Miguel Hernández y música de Serrat