Una canción y unos poemas en tiempo de coronavirus

Una canción y unos poemas en tiempo de coronavirus
Una canción y unos poemas en tiempo de coronavirus

Muchos jubilados vivimos inquietos y suspicaces de la desgracia de tantos ancianos y ancianas en residencias que, no sabemos bien por qué, acaban falleciendo misteriosamente, inexorablemente, de coronavirus, que les revienta los pulmones y les remata sin sufrimiento la piadosa sedación de la morfina. Un servidor, que cumplirá en unos días 85 años, aunque todavía está escribiendo en su despacho de barrio madrileño, fantasea la pesadilla de un lecho final hospitalario, un silencio prescrito, un definitivo viaje a la ultravida… Lo que más espanta a los protagonistas de esta travesía es la soledad del enfermo contagioso que acaso nadie escucha, que acaso nadie acaricia, que casi todos marginan. Me gustaría comunicar mi llanto, mi anticipado llanto a orillas del Misterio.

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Las dos fotos que acompañan este texto, pertenecen a “Rozalén”, treintañera albaceteña espabilada, simpática y creativa, de expresiva voz, compositora de textos que enganchan a jóvenes y mayores por su originalidad y seducción (ha cursado la carrera de psicología) que enriquecen de luces y colores su discurso. Tres han sido los discos publicados hasta ahora: “Con derecho a…” (2013), “Quién me ha visto…” (2015), y “Cuando el río suena…” (2017). En su haber acumula distinciones tan importantes como dos discos de Platino y uno de Oro. Cuenta con dos nominaciones a los Latin Grammy: “Mejor disco del año” y “Mejor canción del año”, etc.

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AVES ENJAULADAS CON GANAS DE VOLAR

Desde hace poco días podemos disfrutar en youtube del estreno de “Aves enjauladas”, vídeocanción dedicada al confinamiento que padecemos porque nos obligan a permanecer en nuestros domicilios para no contagiarnos del coronavirus que está llevando a la tumba a miles de ciudadanos, sobre todo a mayores de 70 años.

Encerrada en su casa, como es de ley en este tiempo de aislamiento, María de los Ángeles Rozalén medita: están muriendo ancianos… “Brindaremos por los que se fueron sin despedida… Me pondré ante mi abuela y de rodillas / le diré perdón… Somos aves enjauladas / con tantas ganas de volar… Cuando salga de esta iré corriendo a aplaudirte / sonreiré, le daré las gracias a quien me cuide… La calidad de la sanidad será intocable… Cuando se quemen las jaulas… recuerda siempre la lección / y este será un mundo mejor.”

Pero será mejor oír y ver en youtube la canción de Rosalén “Aves enjauladas” (pulsar aquí). Leamos y meditemos el poema completo y observad que en poquísimos días ha recibido más de millón y medio de visitas: 

AVES ENJAULADAS

Cuando de esta iré corriendo a buscarte
Te diré con los ojos lo mucho que te echo de menos
Guardaré en un tarrito todos los abrazos, los besos
Para cuando se amarre en el alma la pena y el miedo.

Me pondré ante mi abuela y de rodillas
Le diré perdón por las veces que la descuidé
Brindaremos por los que se fueron sin despedida
Otra vez, otra vez.

Pero mientras los pájaros rondan las casas nido
Una primavera radiante avanza con sigilo
He zurzido mis telitas rotas con aguja e hilo
Me he mirado, valorado, he vivido.

Somos aves enjauladas
con tantas ganas de volar
que olvidamos que en este remanso
también se ve la vida pasar

Cuando se quemen las jaulas
y vuelva a levantarse el telón
recuerda siempre la lección
y este será un mundo mejor.

Cuando salga de esta iré corriendo a aplaudirte
sonreiré, le daré las gracias a quien me cuide
ya nadie se atreverá a burlar lo importante
la calidad de la sanidad será intocable.

No me enfadaré tanto con el que dispara odio
es momento de que importe igual lo ajeno y lo propio
contagiar mis ganas de vivir y toda mi alegría
construir, construir.

Pero mientras el cielo y la tierra gozan de un respiro
reconquistan los animalitos rincones perdidos
he bebido sola lentamente una copa de vino
he volado con un libro, he vivido.

Somos aves enjauladas
con tantas ganas de volar
que olvidamos que en este remanso
también se ve la vida pasar

Cuando se quemen las jaulas
y vuelva a levantarse el telón
recuerda siempre la lección
y este será un mundo mejor.

Cuando salga de esta iré corriendo a abrazarte.

   DIOS DE MUERTOS QUE QUIEREN VIVIR

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Presentamos a continuación un estremecedor poema del poeta navarro Victor Manuel Arbeloa que acaba de componer a sus 84 años: “Muertos del coronavirus”. Así valoraba en 1992 Lorenzo Gomis la poesía del lírico de Mañeru: “Las fuentes de inspiración están para Arbeloa en la poesía popular, en los villancicos –un tema recurrente y de inspiración recia y original es el de la Navidad cristiana–, los romances, la liturgia, los salmos, la Biblia. Desde los orígenes, la poesía ha sido religiosa y popular, y religiosa y popular es la poesía de Víctor Manuel Arbeloa.” El poeta incluye los presentes versos en su original “Cuaderno de Bitácora”, donde el autor presenta, en formato de breve diario, reflexiones, aforismos, opiniones, poemas y textos variados en los que el lector encontrará su particular manera de mirar el mundo (pulsar aquí).

MUERTOS DEL CORONAVIRUS

Ay, muertos,
innumerables muertos por el coronavirus,
tan cerca de nosotros,
y más lejos que nunca.
Muertos solos en vuestras celdas
de los hospitales
o de las residencias de ancianos,
o de los nuevos, improvisados,
morideros
en tiempos de pandemia.
Nunca os visteis tan solos en vuestra larga vida.
Sedados, en la mejor de las hipótesis,
dentro de un respirador,
o ahogados en silencio por la voraz neumonía,
sin la última mano, muchas veces,
de vuestros hijos o nietos,
o de algún amigo leal en vuestras vidas;
sin la palabra confortante
de algún servidor del Dios de la esperanza;
a veces, sin siquiera la palabra terapéutica
del médico o la enfermera.
En la sociedad de la ciencia y del progreso,
del reino de las infinitas libertades,
no hemos sabido hacerlo mejor,
por miedo del contagio.
Igual que en la Edad Media o en los tiempos antiguos.
Números de una lista interminable
de muertos anónimos
–solo a unos pocos los salvan los medios informativos–,
numerado está también el ataúd
destinado al horno crematorio, cuando hay sitio,
o a la tierra de todos.
Aunque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos,
lo es también de muertos que quieren vivir,
y no se ha olvidado de vosotros
en ningún momento.
Seguramente le habéís vivido
más cercano que nunca en vuestra triste
agonía
que en toda vuestra existencia.
Id con Dios. Con Dios quedad.
A Dios os encomendamos. Que Dios
está con vosotros.

   EL ROSTRO QUE CONJURA VER AL FINAL

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Al nacer, junto a la madre, seguro, habilidosas manos recogieron la nueva vida que se confiaba al cuidado, a la ternura del Cosmos conmovido y protector. Al morir, sería también hermoso que otro generoso corazón, otras fraternas manos, acaso también las invisibles de un Padre Bueno, acogieran la entrada en una nueva, desconocida, dimensión de Luz y Familia, de Amor y de Dicha. A nadie le gusta morir solo. Por eso, náufragos, por ejemplo, que estuvieron a punto de perecer, confiesan, rescatados, que el pensamiento que más les angustiaba, perdidos en el océano, era morir sin un testigo, sin una mirada tierna, sin una cálida mano, sin una lágrima... José Agustín de Goytisolo no se plantea si hay otra Vida después de la vida: modestamente reclama ojos de cariño, tactos de amor, humana presencia de amistad y afecto:

EL ROSTRO QUE CONJURA

Cuando llegue la hora de partir
que a su lado esté ella: que le mire
y que apriete su mano. No le asusta
regresar a la nada. Mas quisiera
llevar al otro lado su figura.
La eternidad no existe. Cuando supo
amar a esta mujer y cuando mira
a quien le mira sabe que el infierno
estuvo aquí; también su paraíso.
Al fin y al cabo nadie le invitó
a entrar en este mundo que sabía
no iba a durar por siempre para él.
Pero ha tenido el rostro que conjura
ver al final. El viaje no le importa.

    MORIR CRISTIANAMENTE...

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Se va abandonando, afortunadamente, la costumbre de ir a morir al hospital. Mejor en casa (bien atendido por una unidad de dolor, si se precisa), rodeado de los tuyos. El soneto alejandrino que presentamos seguidamente, está redactado por un madrileño, Fernando Fortún, a comienzos del siglo XX. Nos habla, con solemnes, ampulosos versos modernistas, de la despedida final que le gustaría tener después de una existencia fecunda, longeva, al estilo tradicional... Lo curioso es que murió muy joven, con sólo veinticuatro años de edad (1890-1914):

VER LLEGAR LOS INVIERNOS...

¡Ver llegar los inviernos, pensando, junto al fuego,
si serán el final de nuestras quietas vidas,
estando rodeados de personas queridas
en las tibias estancias sahumadas con espliego!

Y teniendo el consuelo de las manos filiales
sobre nuestros dolores de viejos achacosos,
ver el fin melancólico de los días dichosos
cuando todo es enorme en las cosas triviales.

Y entonces, una tarde, en el antiguo lecho
donde yo fui engendrado y nacieron mis hijos,
que me rodearían llorando quedamente,

considerar mi vida y, fuerte y satisfecho,
en un Crucificado mis turbios ojos fijos,
cual mis padres morían, morir cristianamente...

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