Arriba y abajo Cuando Bueno Monreal, obispo de Vitoria, fue ascendido a Sevilla

Cuando Bueno Monreal, obispo de Vitoria, fue ascendido a Sevilla
Cuando Bueno Monreal, obispo de Vitoria, fue ascendido a Sevilla

Los lazos entre Sevilla y las diócesis del Norte tienen buenos antecedentes

El alavés Pedro de Urbina y el obsipo de Vitoria Bueno Monreal dejaron buen recuerdo de su paso por Sevilla

“Arriba y abajo” es el nombre de una serie de televisión que, siguiendo la estela dejada por “8 Apellidos vascos”, traza una historia que une el norte vasco con el sur sevillano, algo que no es nuevo bajo el sol. Aprovechando la corriente de publicaciones que apuntan a monseñor Iceta como candidato a la sede hispalense,  se me antoja recuperar otra historia en la que un obispo que estaba arriba lo ascendieron enviándolo abajo. Es la historia de cuando nombraron a Bueno Monreal, obispo de Vitoria, Arzobispo de Sevilla. 

El relato de aquel día me lo dieron dos testigos directos, dos monseñores que hace años gozan del descanso eterno: monseñor José María Cirarda, y monseñor Jesús Mendi. 

La primicia, embargada bajo secreto pontificio, le fue dada a Bueno Monreal el mismo día de la Coronación de la Virgen Blanca, patrona de la ciudad de Vitoria (entonces, hoy Vitoria-Gasteiz).

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coronacion-virgen-blanca--575x323 Cofradia Virgen Blanca

Empecemos por el testimonio de monseñor Jesús Mendi: 

“He tenido la dicha de asistir a tres coronaciones de la imagen de María: La Virgen de la Vega, en Haro, acompañando a Monseñor Peralta; La Virgen de la Encina, en Arceniega; y La Virgen Blanca, acompañando a monseñor Bueno Monreal. De las tres tengo buenos recuerdos, aunque la última fue la más espectacular.

Aquel día madrugamos mucho, tenía que celebrar, rezar el Oficio Divino y preparar los ornamentos para el Nuncio y para el Sr. Obispo. Pero ese día fuimos a desayunar al Gobierno Civil, en donde estaba Dña. Carmen, la señora del Generalísimo Franco, los Monseñores, el Sr. Gobernador y su esposa y un alto cargo militar que venía con Dña. Carmen.

No recuerdo qué desayunamos, pero sí recuerdo que durante el desayuno se guardaron momentos de silencio cuando se oían a las gentes pasar rezando el santo Rosario. Era maravilloso el silencio de la ciudad y el fervor de los fieles rezando el Rosario de la Aurora.

Recuerdo que en mi interior agradecí a la Virgen el fervor de esta gracia y le pedí que nos ayudara como buena Madre a todos sus hijos.

Después fue el Pontifical, y la bajada de la imagen a la Plaza de España donde fue coronada, y todo estuvo muy bien ordenado.

Las coronas de María y del Niño Jesús las pude ver de cerca pues los miembros de la Junta, presididos por el Dr. Aurelio Vallejo y su esposa Pilar, que aún vive ya centenaria, las habían enseñado al Sr. Obispo.

Todos comentaron lo bonitas que eran, pero sobre todo lo que se comentó fue la generosidad de las señoras y señoritas vitorianas que habían ofrecido sus mejores galas a su Madre, María.

Después de la ceremonia de la Coronación vino la comida para autoridades e invitados, que se ofreció en la espléndida galería del Seminario Diocesano. Monseñor Bueno Monreal me dijo: “entérate de cómo va la comida de los policías, guardias, chóferes, periodistas, …” que la tenían en el comedor de Teólogos. Allí estaba mi amigo y condiscípulo Julián Armentia, que como buen administrador lo tenía todo muy bien organizado. Aquel día los seminaristas estaban tranquilos y conformistas ya que a ellos les dieron de comer después.

Luego volvimos al Obispado, allí los monseñores recibieron algunas visitas, y después de una sencilla cena, el Nuncio, Monseñor Antoniuti, y Mons. Bueno Monreal estuvieron reunidos mucho tiempo.

Al final de aquella reunión, y mientras yo estaba poniendo en orden los ornamentos que se habían utilizado, se me acercó el Sr. Obispo y me dijo: “ Jesús, mal, entre comillas, ha terminado para mí este día, y también para ti. Ahora tienes que tener mucho cuidado con el teléfono. Haz que el chofer tenga bien preparado el coche, pues habrá que hacer un largo viaje. Y todo va a depender de una llamada.” El sabía las cosas, pero no podía decir más.

Iban pasando los días hasta que el 31 de octubre hubo una llamada de la Nunciatura Apostólica. El Sr. Obispo me comunicó: “Mañana tenemos que madrugar, celebrar, y dile al chofer que esté preparado porque tenemos que ir a comer a la Nunciatura Apostólica de Madrid”.

En Madrid me enteré que íbamos a dormir al Obispado de Córdoba y que para las 12 del mediodía del día siguiente teníamos que estar en la Catedral de Sevilla. Yo conocía Sevilla porque después de tres años de guerra allí fui licenciado en el regimiento de zapadores. Cuando llegamos recuerdo que ya no conocía la ciudad al verla tan crecida, tan moderna, en aquellos años claro.

Allí se presentó Monseñor Bueno Monreal con los documentos que nos habían dado en la Nunciatura.

Por lo tanto para mí el día de la coronación fue un día grande, pero concurrieron circunstancias históricas que se quedaron muy grabadas en mi memoria.”

Testimonio de monseñor José María Cirarda

“Yo estuve en la preparación de todo aquello con D. Aurelio Vallejo, el patrono de la Coronación. Pero luego todo se eclipsó al día siguiente de la coronación. Ese día fui a estar con el obispo, contento, satisfecho porque todo había salido impresionantemente bien, y me encontré al obispo un poco despistado, no mostrando demasiado interés por lo que había sucedido. Tan es así que cuando llegué a casa le llamé a D. Aurelio y le comenté: “Oye, tú sabes qué le pasa al Sr. Obispo.” Y me dijo: “No lo sé, pero yo también le encontré muy raro”. Y eso es lo que yo más recuerdo de aquellos días.

El motivo, aquel día no lo supimos. Hubo que esperar unos 15 días, cuando el 1 de noviembre el obispo apareció en Sevilla. Y es que al término de la comida que tuvieron los monseñores el día de la Coronación el nuncio, según me contaría mucho después Bueno Monreal, le dijo: “D. José María, ¿usted está dispuesto a aceptar algo que le pida el Papa cueste lo que cueste?”, Sí, respondió Bueno Monreal. “pero mire usted lo que le digo, - replicó de nuevo el nuncio- cueste lo que cueste”. A ello intervino de nuevo D. José María: “No sé por que se pone así, siempre he aceptado lo que me pide el Papa”.

“Bien, pues – dijo Monseñor Antoniuti- el Papa le pide que vaya usted a Sevilla de Administrador Apostólico.”  Claro, el obispo se quedó parado, perdió la color, y además con el Derecho Canónico que él sabía, sospechaba que aquello no era tan fácil. Pero el Nuncio le explicó: “No, todo se arregla porque el Cardenal Segura va a marchar a Roma para la canonización de San Pío X, y mientras está él en Roma usted tomará posesión. De manera que usted a partir de hoy no sale usted del palacio. Está todo el día y todas las tardes y en cuanto tenga noticia de que ya ha salido le llamo a usted y viene donde mí para que le dé la documentación para su toma de posesión.”

Y eso es lo que recuerdo de aquél 17 de octubre, que para Bueno Monreal fue un día grande que se chafó al término de la comida.”

Pero después de los testimonios hagamos un repaso al contexto histórico de aquel nombramiento digno de una novela de intrigas palaciegas. 

El Papa Pío XII y el Cardenal Segura tenían serias y fuertes divergencias hasta el punto de haberse llegado en Roma a plantear retirarle la condición de Cardenal. Como el Derecho Canónico contemplaba el nombramiento de un sucesor para una sede episcopal sólo en los casos de aceptación del prelado a sustituir o por fuerza mayor en el caso de concurrir circunstancias de salud mental en el prelado a sustituir, la estrategia que se siguió fue aprovechar una situación de ausencia del cardenal de Sevilla para implantar un nuevo prelado en esa diócesis. Es decir aquello de que “quien se fue de Sevilla, perdió su silla”. El Cardenal de Sevilla había viajado a Roma con las Cofradías Penitenciales de Semana Santa y para asistir a la canonización de San Pío X, y tras haber sido ignorado por el Papa en repetidas ocasiones durante la audiencia, regresó a Sevilla conocedor ya de los hechos que habían ocurrido durante su ausencia. En el primer encuentro que mantuvieron el Cardenal de Sevilla y Bueno Monreal, el primero le exigió las bulas correspondientes que acreditasen su nueva condición en la sede hispalense. Bueno Monreal le presentó los documentos de la nunciatura y le reconoció que no disponía de esas bulas por el momento. El Cardenal negó validez a esos documentos y le emplazó a la presentación de las bulas. Ante esa situación Bueno Monreal regresó a Vitoria y esperó a disponer de dichas bulas para tomar definitivamente posesión de la sede de Sevilla, hecho que se produjo en la fiesta de la Inmaculada cuando el Nuncio fue a Comillas y allí le entregó tres Bulas, una para el Cardenal Segura, otra para Bueno Monreal y la tercera para el Cabildo, y así pudo definitivamente tomar posesión de la sede hispalense a finales de ese mismo año de 1954. A bueno Monreal le tocó los cambios del Concilio Vaticano II y la gran expansión de Sevilla como ciudad, con el aumento considerable de población y  de parroquias nuevas. Si ya marchó de Vitoria dejando buen sabor de boca, en Sevilla siguió siendo venerado y querido por su clero y los sevillanos. Como recoge el historiador Julio Jiménez, biógrafo del cardenal  Bueno Monreal, aun cuando su entrada en Sevilla fue un encontronazo con el cardenal Segura, en el final de sus días en Madrid, Bueno Monreal acompañó a su antecesor hasta el momento de su muerte.

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Non solum sed etiam 

Y puestos a hacer investigación he encontrado que natural de la localidad alavesa de Berantevilla era el cardenal Pedro de Urbina y Montoya, religioso franciscano que ocupó la sede hispalense entre los años 1658 a 1663. Al parecer su gobierno al frente del arzobispado sevillano fue tranquilo y sereno, dejando buen sabor de boca. 

De Bueno Monreal también son buenos recuerdos los que quedaron en Sevilla.

Podemos deducir que a Sevilla no le ha ido mal con prelados llegados del Norte. Además en el caso de monseñor Iceta se da la circunstancia de que ya conoce Andalucía y sus gentes, y en Córdoba dejó buen recuerdo. Es evidente que le queda mucho que dar a D. Mario, y sea en Sevilla, en Bilbao, o donde Dios y el Papa le lleven será un buen pastor.  Bueno, sea cual sea el final de esta historia, bienvenida para recordar la figura de otro buen obispo. Mi madre lo recordaba con cariño “solía ir a la salida de las fábricas y acompañar a los obreros de regreso al obispado” me decía.

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