Reflexión Caminemos sin miedo a la unidad en la diversidad

Caminemos sin miedo a la unidad en la diversidad
Caminemos sin miedo a la unidad en la diversidad VLG

Cuando uno escucha a los expertos en historia de la Iglesia descubre que en el seno de la Iglesia han existido posturas y criterios de lo más dispares

La Iglesia ha regulado espacios que quizá nunca le han correspondido, pero eran el camino más directo para tener poder sobre las conciencias de los fieles

Creo que Dios es un Dios de lo sencillo, y que la Iglesia es la que se ha complicado la vida con los siglos y su experiencia de ser un poder terrenal

Tenemos que recuperar de las primeras comunidades el “mirad como se aman” que fue el sello de identidad de aquellos que, seguramente siendo diferentes tenían algo en común, algo, no todo

Hace tiempo que la Iglesia, como institución, ha ido perdiendo peso y poder sobre las conciencias de las personas. Hubo un tiempo en el que hasta el poder político garantizaba el acatamiento a las normas emanadas de la Santa Madre. Pero cada vez más el pueblo piensa por sí mismo, lee el Evangelio y discute las incoherencias que siente se producen entre lo que dice el Espíritu y lo que interpretan algunos de sus ministros. 

Evidentemente no siempre, ni las opiniones o reflexiones de todos, serán coincidentes con lo que algunos denominan la ortodoxia, o incluso hasta con la tradición.

Creo que caminamos hacia un cisma, no sé si de iglesias particulares, que también, sino del pueblo fiel polarizado en adscripciones ideológicas más que evangélicas.

Cuando uno escucha a los expertos en historia de la Iglesia descubre que en el seno de la Iglesia han existido posturas y criterios de lo más dispares. 

Desde que la Iglesia adquirió reconocimiento, y aparejado con ello poder, creció también la necesidad legislativa que hiciese más sólido ese poder, especialmente en materia de usos, costumbres y moral, además de cosas más propias como la liturgia.  Pero es que no debemos olvidar que todo eso pertenece a la parte más terrenal de la Iglesia, por lo tanto susceptible de ser modificada según los tiempos. Y ahora estamos en tiempos de mudanza sin duda alguna.

La Iglesia ha legislado haciendo colgar sus normas del evangelio pero muchas veces con criterios que difícilmente se sustentan. Un ejemplo: El celibato se sustenta en la opción celibataria de Jesús de Nazaret. Pero el evangelio no recoge el celibato como requisito para  sus apóstoles, más aún entre sus seguidores hay solteros y casados, y más aún durante 1200 años la Iglesia no reguló el celibato como requisito para el ministerio ordenado. 

La Iglesia ha regulado espacios que quizá nunca le han correspondido, pero eran el camino más directo para tener poder sobre las conciencias de los fieles. Se ha arrogado el poder de imponer sobre las conciencias de hombres y mujeres criterios sobre temas como la moral sexual que posiblemente no le correspondan. 

Uno de los ejemplos más claros es el de la homosexualidad que durante siglos ha sido calificada, y aún muchos lo mantienen, como enfermedad o como desviación, cuando ya la ciencia ha demostrado que la orientación sexual del ser humano, más allá de su configuración fisiológica, se forma en el útero materno por una serie de factores:

Esta es la respuesta que el Dr. Dick Swaab ofrece en una entrevista en el Diario El Mundo en febrero de 2014:

“La orientación sexual del individuo se determina en el útero materno por una serie de factores. Un 50% de ellos son genéticos y los otros son interacciones entre las hormonas y las células en el cerebro en desarrollo. Puede haber muchos factores implicados, también externos. Como el estrés de la madre durante la gestación, que segrega altos niveles de hormonas como el cortisol que atraviesan la placenta e interactúan con las hormonas del cerebro en desarrollo, también el tabaco (la nicotina también afecta al cerebro en desarrollo), ciertos fármacos, compuestos de tipo hormonal... Hay otro factor interesante que también influye: el número de hijos varones nacidos antes que tú. Es una cuestión inmunológica, cuando la madre está embarazada de un niño, éste genera una proteína que el organismo de la madre reconoce como extraña, y produce anticuerpos contra este compuesto que reconoce como extraño. Cuantos más hijos varones haya tenido, más eficientes son esos anticuerpos y eso influye en la orientación sexual del cerebro del niño en desarrollo.”

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Por lo tanto la homosexualidad ni es pecado, ni es una enfermedad, ni una desviación fruto de una educación determinada. Sin negar que hoy ciertos sectores ideológicos sí están intentando imponer una educación sexual dirigida, y eso sí es denunciable. 

La homosexualidad es obra de Dios, porque forma parte de la creación y de la naturaleza humana. 

Y la Iglesia lo que tendría que velar no es por la orientación sexual de los individuos, sino porque sus relaciones se sustenten de verdad en el amor, el respeto mutuo, el cariño, la entrega desinteresada, … valores positivos.

A veces creo que la Iglesia debería liberarse de muchas normas que ella ha creado para imponer y manejar a la población y centrarse solo en lo que sea la bendición de los valores evangélicos, la denuncia de cualquier violación de la persona humana y de la creación, y el encuentro con el Dios de la Vida. Eso como tarea principal y común para cualquier colectivo e individuo bautizado. Y luego aceptar la diversidad en lo que a la vida terrenal de la Iglesia se refiere, es decir a las concepciones que se puedan tener de la celebración de la fe, a las vocaciones que cada bautizado  y bautizada pueda sentir y a que ello se viva en comunidades diversas, plurales, diferentes. Que puedan coexistir una Iglesia romana con una Iglesia Africana que esté incardinada en su cultura, que puedan convivir una iglesia más “tradicional” con otra más “progresista”; que los fieles puedan tener la opción de acudir a un templo o a otro a celebrar la fe en comunidad, y en una comunidad donde se sientan cómodos, acogidos, entendidos.  ¡Por Dios bendito! una Iglesia en la que de verdad quepamos todos, todos, todos. Y es posible. 

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Para eso es importante que reduzcamos los puntos comunes, aquello a lo que todos nos podamos adscribir porque es lo sustantivo de la fe en Cristo. 

Tenemos que reducir a lo básico para un solo Dios, una sola Fe y un solo Bautismo. 

Creo que Dios es un Dios de lo sencillo, y que la Iglesia es la que se ha complicado la vida con los siglos y su experiencia de ser un poder terrenal. 

Ojalá que el Sínodo descubra que centrarse en lo básico, lo sencillo, lo pura y estrictamente evangélico (no en las normas deducidas y que hemos creado de cosecha propia) es el camino de futuro. Y que como institución se abra a una actualización acorde a los tiempos. 

Si la mujer no era nada ni nadie en tiempos de Jesús, hoy socialmente eso, aunque no logrado plenamente algo se ha avanzado, la Iglesia debería ir por delante y no a rebufo. 

Hombres y mujeres iguales por el bautismo, para todo. 

Acogida de todas las vocaciones que desde el discernimiento y la formación puedan derivar en el reconocimiento de la comunidad para ser servidores de la misma como laicos o como consagrados. 

Sinodalidad en el funcionamiento de la Iglesia a todos los niveles. Que la influencia de cada cual en la comunidad se la gane cada uno por su testimonio y vida ejemplar y no por el cargo que ocupe. 

Que el ecumenismo sea una práctica más habitual y se multipliquen las celebraciones donde creemos espacios comunes para hacer presente a Dios en la sociedad. 

Cada vez tengo más claro que no hay un solo modo de ser Iglesia. Y cuanto antes aceptemos esta realidad antes podremos volver a ser una referencia para el mundo, una referencia positiva, constructiva, propositiva, con futuro. 

Volveremos a ser una referencia que cuestione las conciencias pero no desde la imposición sino desde la comunión de valores. 

Tenemos que recuperar de las primeras comunidades el “mirad como se aman” que fue el sello de identidad de aquellos que, seguramente siendo diferentes tenían algo en común, algo, no todo.

Pensemos que somos como una playa de piedras de diferentes colores, formas, tamaños, algunas comparten minerales con otras, pero todos somos piedras bañadas por el mismo agua, por el mismo bautismo. 

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