8 de enero de 2023, 7 años de Juan Carlos Elizalde como obispo de Vitoria. Elizalde es un obispo de la etapa Francisco, no lo pongo en duda

Elizalde es un obispo de la etapa Francisco, no lo pongo en duda
Elizalde es un obispo de la etapa Francisco, no lo pongo en duda

Hombre de fe, hombre de Iglesia, de esta Iglesia de hoy, con sus aciertos y errores

Como buen obispo tiene sus “acólitos”, algunos aceptados por él, y otros “a pesar de él”

Creo que desde el primer día Elizalde supo qué tipo de obispo quería ser

Esta Diócesis de Vitoria necesitaba un vuelco y en siete años se le ha dado

Un septenio puede parecer un tiempo raro para hacer balances, pero siete son los días de la semana, 7 el periodo asignado a la creación del mundo, el siete es un número bíblico que representa la plenitud, en definitiva que el número 7 está cargado de simbología, y por eso los siete años de Elizalde como obispo de Vitoria, que se cumplen este 8 de enero, y el 12 de marzo de su toma de posesión, me han parecido oportunos para hacer un balance muy personal, eso sí, de un episcopado que he seguido muy de cerca por muchos motivos. 

Cuando le conocí se lo dije, le seguiré muy de cerca porque si Dios quiere usted confirmará en la fe a mis hijos. 

Por empezar por algún lado, y siempre desde una visión muy personal, insisto, Juan Carlos Elizalde tiene para mi una imagen de hombre de fe, hombre de Iglesia, de esta Iglesia de hoy, con sus aciertos y errores; responde al perfil común de los obispos en España, fieles al magisterio petrino, garantes de la fe y la tradición apostólica, y cuyo mayor problema son “sus curas”. Aquellos para los que siempre ha querido ser “un padre, un hermano, un amigo” y con algunos ha llegado a duras penas a ser “su obispo”. 

Como buen obispo tiene sus “acólitos”, algunos aceptados por él, y otros “a pesar de él”, personas que en su celo de “amor y servicio al obispo” a veces le han hecho flaco favor. Pero unos y otros deben ir con el cargo, en el lote, porque no hay obispo que se libre de no tener su “cohorte celestial”. No debe ser fácil tampoco discriminar el trigo de la paja.

Le creo un hombre de oración, de oración sincera. Posiblemente, y este es otro rasgo de obispo, con menos tiempo para la oración del que quisiera y precisara..

Elizalde es un obispo de la etapa Francisco, eso no lo pongo en duda, pero imbuido del espíritu episcopal español que los hace temerosos, no tanto de Dios como de las circunstancias de cada momento. A qué me refiero, que Elizalde arriesga pero sin tirarse de bruces a los nuevos aires que soplan en la Iglesia. Como buen obispo le pesa la responsabilidad, y quizá el riesgo de dar la nota entre sus hermanos del episcopado. Eso no tiene nada que ver con que no sea un hombre de ideas claras, al contrario. Creo que desde el primer día Elizalde supo qué tipo de obispo quería ser, aun cuando pidiese ayuda en su discurso de toma de posesión, creo que ya entonces algunas cuestiones las tenía muy claras. 

Todo el mundo dice que Juan Carlos gana en las distancias cortas, y es cierto. Acercarse a él no es difícil, aun cuando tiene una apretada agenda, como buen obispo. 

La niña de sus ojos es el Seminario Diocesano, así lo ha expresado en alguna ocasión y lo ha demostrado. La pastoral vocacional sacerdotal es una prioridad en su episcopado, y ello le ha llevado a abrir el Seminario a los Kikos y a acoger a seminaristas y sacerdotes en formación llegados de otras diócesis de España y del Mundo. Cada nueva vocación a la vida consagrada o al sacerdocio se celebra, venga de donde venga, porque la pastoral juvenil, universitaria y vocacional siguen sin dar sus frutos, bueno, para ser justos, el goteo existe, pero la cadencia de la gota es muy, muy lenta. 

Elizalde abrió las puertas a las iniciativas de evangelización que están teniendo tirón, eso es un hecho, pero siempre y cuando tuviesen ese sello católico y universal. Elizalde no ha prohibido las asentadas fórmulas pastorales de la pastoral social que tan bien funcionaron en otras épocas, solo las ha dejado que sigan su curso y cumplan su ciclo de la vida. Quizá algunos movimientos de peones hayan ayudado a ello, podría ser. 

La verdad es que esta Diócesis de Vitoria necesitaba un vuelco y en siete años se le ha dado, y como nunca llueve a gusto de todos hoy las nuevas aguas empapan más a unos que a otros. Quien ha salido, o ha seguido saliendo a la calle, a las periferias, se habrá empapado, quien haya optado por replegarse en sus despachos y sacristías pues seguirá tan a gusto con la humedad de antaño, aunque sea consciente de que hoy corren otras aguas.  

En siete años Elizalde ha vivido muchos buenos y malos momentos; y posiblemente los peores no habrán sido los de las críticas de los disidentes, que suelen ir en el paquete del nombramiento; me lo imagino más sufriendo por hechos concretos, en la soledad de su casa; asuntos particulares a los que no haya sabido dar una palabra oportuna. Asuntos que nunca saldrán a la luz. 

Creo que en estos siete años se ha ganado el apelativo de pastor ¿Por qué? pues creo que poco a poco ha ido conociendo a sus ovejas y  ellas su voz, y ha conseguido que las que quieren ser de su rebaño le sigan y las que no, no. Y al final la Iglesia que peregrina no es otra cosa que un conjunto de rebaños guiados por zagales que, se supone, siguen al mismo Buen Pastor.

Porque Elizalde está llamado a ser pastor, pero cada sacerdote que reúne a un grupo de fieles y les acompaña y preside la Eucaristía son también rebaños guiados por un pastor. Lo complicado es caminar todos por las mismas cañadas. Los hay, pastores, más aventurados, que deciden llevar a sus rebaños por nuevos, o viejos, caminos. Y a Elizalde le corresponde la tarea de no perder a ninguno de esos rebaños encomendados a los zagales de su Diócesis. 

Y otro rasgo que suele ser común en los obispos es que ellos, que tienen que ser signo de comunión, muchas veces lo son de división, es decir se focaliza en ellos como en tiempos de San Pablo y la comunidad se divide entre quienes son “sus seguidores” y “sus detractores” perdiendo así la comunidad la que debería ser su seña de identidad, “mirad cómo se aman”.

Entre contentar a todos y ser signo de división hay un trecho en el que seguramente se encuentra la virtud del episcopado, pero es tan estrecho el punto de la virtud que no tiene que ser fácil situarse en él.

En definitiva que ser obispo no tiene que ser tarea fácil, ¿se puede ser más arriesgado, más audaz, más atrevido? seguramente. Pero aquí todos estamos de paso y si nos dejan, que nada es eterno en esta vida, se podrá ir dando pasos en esta Diócesis de Vitoria, aunque necesitemos otro septenio.

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