Jornadas de la Pastoral Universitaria en el Campus de Álava de la UPV/EHU El  papel que jugó la Iglesia diocesana de Vitoria durante la Transición a debate en la UPV

El  papel que jugó la Iglesia diocesana de Vitoria durante la Transición a debate en la UPV
El  papel que jugó la Iglesia diocesana de Vitoria durante la Transición a debate en la UPV VLG

El salón de actos del edificio Micaela Portilla, acoge el debate sobre aquel momento histórico que logró  instaurar la democracia y cómo fue el comportamiento de la Iglesia Diocesana 

Cuerda fue llamado desde el Santuario de Estíbaliz para defender a uno de los benedictinos que había sido acusado de “desorden público” por una homilía 

Vitoria tuvo el primer registro de uniones civiles que amparaba al colectivo homosexual sin el beneplácito del obispo

Zárate recuerda una iglesia de base militante repartida en parroquias, grupos y movimientos y el logro del Estado aconfesional aceptado por la Iglesia

Prieto vivió su pertenencia, alejamiento de la iglesia y regreso marcado por el testimonio de los sacerdotes en lo referente a una pastoral social 

anexo: Homilía integra del funeral por los trabajadores asesinados el 3 de marzo

 Este martes, 30 de noviembre, han comenzado en el campus Álava de la UPV-EHU las jornadas universitarias organizadas por la  Pastoral Universitaria del Campus de Álava en Vitoria-Gasteiz y la asociación Iragarri, vinculada a la UPV-EHU. Esas Jornadas, previstas para haberse celebrado el pasado año, estarán centradas en el  papel de la Iglesia como un actor importante en la Transición española, analizando  especialmente el comportamiento de la iglesia diocesana en los muchos episodios que  hubo en nuestro territorio, como por ejemplo el 3 de marzo de 1976, las asambleas de trabajadores en las parroquias de la ciudad, o el funeral por las víctimas del 3 de marzo en la Catedral Nueva.  

La primera de las tres jornadas ha contado con la presencia de tres personas que vivieron aquellos años y que mantuvieron  un papel activo en la política y en el ámbito social desde su formación católica y con su  militancia eclesial: José Ángel Cuerda, Diputado por Álava en las primeras  Cortes de la democracia en 1977 y posteriormente alcalde de Vitoria desde 1979 hasta 1999;  Juan Antonio Zárate, Diputado Foral de 1990 a 2003 y presidente de las Juntas  Generales de Álava de 2007 a 2015; y Jesús Prieto, antropólogo y doctor por la  Universidad de Deusto, ligado en su trayectoria a movimientos eclesiales, sociales y  pacifistas. 

Jornadas Iragarri 2021

Los tres ponentes echaron mano de sus recuerdos y vivencias personales. Así, José Ángel Cuerda recordó su etapa como abogado cuando fue llamado desde el Santuario de Estíbaliz para defender a uno de los benedictinos que había sido acusado de “desorden público” por una homilía pronunciada el 19 de octubre de 1975. El acusado era el monje Jesús Arroniz, siendo el prior de la comunidad en aquellos años Isidro Bastarrica. El comunicado del Gobierno Civil de Álava decía literalmente: “ en su homilía expuso, entre otros, los siguientes conceptos: “para que un gobierno sea legítimo es necesario que sea elegido libremente por todos los ciudadanos y busque el bien común sin ejercer medidas opresivas ni represivas”, “Que los buenos cristianos no deben cooperar nunca con Gobiernos injustos que no hayan sido libremente elegidos ni respeten la libertad de sus súbditos”; el escrito firmado por el Gobernador Civil de  Álava se indicaba también: “Que en la oración de los fieles, por otro sacerdote que le auxiliaba-(se trataba del monje Emiliano Ozaeta que también había sido acusado en otra ocasión)- se rogó “por las víctimas del terrorismo” indicando textualmente “por las de los dos bandos” y “porque logremos un Gobierno justo”. 

El expediente sancionador consideraba que el P. Arroniz había incurrido en una falta gubernativa “al constituir su conducta un acto contrario al orden público, ya que, aprovechando la concurrencia de fieles (unos 300) y prevaliéndose de su carácter sacerdotal expuso conceptos de marcado matiz político con la evidente intencionalidad de crear en el auditorio un clima de dudas, tensiones y reacciones contrarias al normal desenvolvimiento de la vida comunitaria y la paz pública y capaces de originar alteraciones de la convivencia social”.

Cuerda leyendo el texto quiso trasladar al público asistente, en su mayoría jóvenes universitarios, el papel que un sector de la Iglesia ejerció en esa etapa de enfrentamiento a un régimen que vivía sus últimos días. Escasamente un mes después falleció Franco. 

Resulta llamativa la sanción que se le imponía al monje que ascendía a la cantidad de 50 mil pesetas de las de aquellos años. 

Si esta era la cara amable o positiva de la Iglesia en tiempos de la Transición Cuerda también tenía otras experiencias opuestas. Siendo ya alcalde de la ciudad, el 28 de febrero de 1984 publicó un decreto de alcaldía creando con él el registro de uniones civiles que venía a amparar las uniones del colectivo LGTBI. Cuerda recuerda que este decreto suyo tuvo mucha repercusión, fue replicado en cientos de Ayuntamientos y la noticia de su puesta en marcha llegó a los medios de comunicación de China. Ha comentado que puso en conocimiento de su decisión a diversas autoridades de la época, entre ellas al obispo, D. Francisco Peralta, quien muy respetuosamente le respondió en tres folios la discrepancia con su medida y los argumentos esgrimidos desde la doctrina de la Iglesia Católica. 

 Estas dos realidades de una misma Iglesia le han servido al ex alcalde de Vitoria-Gasteiz para reivindicar nuevas transiciones en la Iglesia. Transiciones que se acerquen más al artículo 1º de la Declaración de Derechos Humanos que consagra la igualdad en dignidad y derechos de todas las personas. Así ha reivindicado esta igualdad para las mujeres, una revisión del tema de la sexualidad, y la fraternidad que queda expresada en el Padrenuestro y que debería hacerse más efectiva. Valoró en esta linea de transición el Sínodo convocado por el Papa Francisco. 

Esas dos realidades eclesiales apuntadas por Cuerda también han formado parte del discurso de Jesús Prieto, quien ha recordado su recorrido vital de pertenencia, alejamiento y regreso a la Iglesia. En su juventud estudiantil se reconoce inconformista con un régimen y una Iglesia con la que le costaba compartir liturgias y devociones populares; por otro lado la realidad de los curas obreros y los muchos ejemplos de sacerdotes implicados en una pastoral social le reconciliaban con la Iglesia. También, confesó sentirse avergonzado de un pasado que le acercó al mundo de ETA. En sus recuerdos ocupan un espacio importante la posibilidad de votar a los 18 años (en el antiguo régimen la mayoría se situaba en los 21 años); una mili en Córdoba rodeado de militares afines a Franco y de guerrilleros de Cristo Rey. Pero también, y lo que le reconcilió con una Iglesia de los pobres, de los necesitados, una Iglesia misionera fueron sus viajes por el mundo, y el nacimiento desde las bases de la Iglesia de Gesto por la Paz, donde volvió a encontrarse con sacerdotes de su quinta comprometidos con la realidad social. Pero sin duda alguna uno de los hechos que marcó un antes y un después en la vida de Prieto fueron los sucesos del 3 de marzo.

A estos hechos se refirió también Juan Antonio Zárate quien hizo más un repaso legislativo donde la aconfesionalidad del Estado era consagrada en la Constitución con el reconocimiento mutuo de Iglesia y Estado. Por parte de la Iglesia que reconocía la aconfesionalidad del Estado y por parte del Estado que reconocía el peso social de la Iglesia Católica en la sociedad española. Zárate recuerda una Iglesia local que se podía repartir en la Iglesia institucional de siempre, la iglesia parroquial en auge tras el Concilio Vaticano II y una Iglesia de base militante repartida en grupos y movimientos. 

Mañana miércoles, 1 de diciembre a las 19:30h en los cines Florida de la capital alavesa, se proyectará la  película ‘El Sur’, 1983 , del director Víctor Erice, tras la misma tendrá lugar un coloquio moderado por  Santiago de Pablo, Catedrático de Historia Contemporánea de la UPV-EHU. Por último, el 2 de diciembre finalizarán estas jornadas con una conferencia en el Salón de Actos del edificio Micaela Portilla a cargo de Francisco Vázquez, doctor en Derecho,  fue embajador de España ante la Santa Sede, alcalde de La Coruña, diputado, senador y  presidente de la FEMP –Federación Española de Municipios y Provincias. Vázquez disertará  sobre el papel negociador de la Iglesia ante las instituciones civiles y militares en aquel  periodo histórico y sobre cómo la diplomacia vaticana es una de las más efectivas del  mundo. Será presentado por Virginia López de Maturana, profesora de la UPV-EHU. 

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Non solum sed etiam 

Tengo una gran curiosidad sobre la sensación que este primer día de las jornadas haya dejado en el público universitario asistente. No sé si se habrán sentido oyentes de las historias del “abuelo cebolleta” - dicho con el cariño y aprecio que los tres ponentes saben les profeso- o si habrán llegado a conectarse dos generaciones tan separadas en el tiempo pero que ambas están llamadas a seguir construyendo una sociedad de la esperanza. Ese ha sido el alegato final de José Ángel Cuerda, una invitación a los jóvenes a construir una sociedad de la esperanza, algo que él compartió con la Universidad salvadoreña de los jesuítas a la que ha seguido vinculado muchos años. 

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El pasado no puede resumirse en un capítulo ni en una temporada de “Cuéntame”, porque cada cual tiene su propia historia, su propia película, por eso jornadas como esta son una oportunidad para que generaciones separadas por el tiempo se encuentren, aunque solo sea unas horas y descubran que el “hoy” tiene mucho que ver con el “ayer” y que conocerlo bien puede ayudar a diseñar el “mañana”.

Patata de Álava temporada nov 2021

ANEXO 

Por su valor histórico y testimonial recupero el texto íntegro de la versión original de la homilía que, un grupo de sacerdotes, consensuaron, presentaron al obispo, y tras la supresión por parte de monseñor Peralta de algunos párrafos, fue leída en el funeral celebrado en la Catedral Nueva por Esteban Alonso, párroco de San Francisco en ese momento.

Agradezco a Félix Placer que me ha facilitado el texto que se recogió en un libro titulado: “Vitoria. De la huelga a la matanza”.

(En cursiva los párrafos suprimidos por monseñor Peralta)

“Una violencia ciega ha arrojado el peso de un dolor insoportable sobre unas familias de Vitoria y sobre este pueblo nuestro: las familias de Pedro María, obrero de Forjas Alavesas; de Romualdo, obrero de Agrator; y de Francisco, obrero de Panificadora Vitoriana, muertos insensatamente sobre nuestras calles. Violencia también, sobre este pueblo nuestro, incapaz de comprender por qué nos han sido arrebatados y que quisiera acercarse a sus familiares para compartir tan gran sufrimiento y para mostrarles, en esta tragedia sin sentido, su propia dolorida compasión, esta compasión de que solo el pueblo es capaz.

No quisiéramos tocar, siquiera, ese dolor con palabras de falso consuelo, palabras que serían una verdadera profanación. Pero el dolor que se expresa, sobre todo, en el silencio, debe encontrar también una voz que lo muestre y lo grite para que se sepa que las cosas ya no son como antes de estos hechos y para que las cosas no sean nunca jamás, para ningún otro, lo que ahora han sido y son para nosotros.

Y entre las demás voces del pueblo no queremos que falte la nuestra, la de la Iglesia de Cristo, que vive en este pueblo, que con él llora y que en él quiere ser, hoy y cada vez más, trabajadora de la paz, constructora de la justicia, en la búsqueda de la libertad. Todo ello en el amor de este pueblo del que nos sentimos también parte.

1.- Aunque no fuera más que, porque dos de los que han muerto, han sido prácticamente muertos en uno de nuestros templos, tendríamos que decir, no con odio, pero si con clara firmeza, una palabra de condena.

Habíamos abierto las puertas de este templo, como las de otros, al pueblo que lo necesitaba, para comunicarse a diario sus trabajos, sus luchas y sus angustias; que se reunían en ellos para crecer en unión y servir cada día con más fuerzas al ideal, que es el nuestro, de la creación de un mundo justo y fraternal. Y el pueblo ha aceptado nuestra buena voluntad y ha encontrado en nuestras iglesias, junto con nuestra acogida, un lugar, que, por ser de Dios, es de todos y para todos, una especie de casa común y de refugio al que acudir con todo derecho.

Pero este carácter de refugio, capaz de amparar en el pasado hasta la vida de auténticos criminales, no ha sido ahora suficiente para garantizar las vidas de estos hombres. Y no eran criminales, y no estaban perturbando la paz pública, ni siquiera faltaban al respeto debido a nuestro templo porque somos testigos – y debemos proclamarlo – de la plena corrección de su comportamiento.

¿En virtud de qué derecho y en nombre de qué justa finalidad puede nadie y menos quienes se arrogan para sí la misión de defender el orden y la justicia, penetrar violentamente, sin consentimiento de nuestro obispo, en uno de nuestros templos y disgregar por la fuerza la ordenada reunión que en él se celebraba? ¿Con qué derecho pudieron hacer uso en la iglesia, contra toda razón y necesidad, de unos medios que, si hubieran de ser alguna vez empleados, ciertamente no pueden serlo de la forma en que lo fueron, de una forma indiscriminada, contra una multitud de personas pacíficas, de toda edad y condición, como es la que llenaba nuestro templo?

¿Es que ni siquiera en las iglesias va a poder encontrar el pueblo un refugio y un amparo contra la violencia brutal? No lo encontraron para sus vidas aquellos cuyas muertes son la causa de nuestro dolor y de nuestra angustia.

La actuación de las fuerzas de la policía que causaron tales muertos, constituye así, y en un grado que resulta hasta impensable, una verdadera profanación de uno de nuestros templos, de la que son responsables tanto los individuos que la perpetraron, cuanto, y más, aquellos que con su autoridad la ordenaron o consintieron.

2.- Pero no es la profanación de un recinto de cemento y de hierro, aunque sagrado, lo que ahora nos duele. Es la profanación de algo más sagrado, como es el sagrado derecho de la vida, de lo que para un discípulo de Cristo es lo más sagrado: un hombre, unos hombres. Todo ello nos obliga a pronunciar, tampoco con odio, pero con mayor firmeza, palabras de absoluta condena que hoy siente todo hombre digno de tal nombre, todo aquel que no haya llegado, movido por un odio fratricida, a ser lobo bestial para su hermano.

No es lícito matar, no es lícito matar así. Lo dijo Dios: No mataras. Y esta palabra, palabra sagrada de nuestro Dios, ha sido cruelmente profanada en las muertes absurdas de estos hermanos nuestros.

No hay derecho a matar, no hay derecho amatar así. Las muertes que hoy angustiosamente nos conmueven – queremos decirlo con toda claridad – son absolutamente injustificadas y han de ser entendidas, por lo tanto, en su verdadera condición de homicidios. Porque no existe para ellas ninguna excusa. Quizá alguno encuentre, para sus autores materiales, atenuantes; pero para ellas nadie, nadie podrá encontrar justificación.

- No hay justificación en la ley, que a nadie permite, en ningún caso, el tomarse la justicia por su mano, ni menos esa terrible “justicia” de la pena de muerte, buscada u obligatoriamente previsible en un tiroteo a mansalva o discreción. Los que se dicen guardianes de la ley han resultado, en este caso, sus más graves violadores.

- No hay justificación en una pretendida legítima defensa; cuando la fuerza ha utilizado medios mortíferos, en una abundancia absurda, de forma absolutamente irracional y sin ningún previo aviso, contra una multitud indefensa que había evitado toda forma toda forma de provocación.

- No hay, por último, justificación, en nombre de la defensa del orden público, el cual, por el contrario, resulta lesionado y gravemente quebrantado por el empleo injustificado de una violencia extrema, y más si esta proviene de los obligados a custodiarla.

- (1) Estos tres párrafos señalados fueron suprimidos por el obispo y en su lugar se dijo: “… todo lo que se había hecho no tenía justificación ante la ley, ni en una pretendida legítima defensa, ni como justificación de la defensa del orden público…”

En nombre pues de nuestra ley cristiana y en nombre de la más elemental justicia, debemos proclamar y proclamamos, no con odio, y sí con consternación, la gravedad del atentado cometido contra el pueblo en las personas que ya son sus mártires.

3.- Estas muertes, por tanto, están reclamando, lo exigen imperativamente el ejercicio de la justicia para castigo legal de sus autores y reparación de los daños con ellas causados, si bien la muerte misma solo en Dios, que es vida eterna nuestra, puede obtener reparación.

- Por ello emplazamos desde ahora a la justicia para que se inicie la investigación de los hechos, se proceda a la identificación de sus autores, se determinen las responsabilidades ahí involucradas y se proceda a la detención de los culpables.

Solo una rápida, clara y eficaz intervención podrá hacernos esperar en un futuro en el que se impere, sobre todo, la fuerza de la ley y no la ley de la fuerza de unos pocos.

En esta tarea se impone ante todo, una rigurosa clarificación de los hechos. Solo así se evitará la ocultación, tergiversación y manipulación de la verdad, tanto en las fuentes oficiales de de información como en los medios de difusión. Y solo la verdad hará inocentes o culpables. A tal fin, y sin pretender suplantar competencias ajenas, el equipo que, ya desde el comienzo de los conflictos, presta un servicio de información y orientación, se brinda, una vez más, a cuantos quieran suministrar todos aquellos datos que permitan elaborar una versión fidedigna de los hechos. Creemos que este servicio a la verdad es un servicio que nuestra iglesia puede prestar al pueblo en estos momentos.

4.- No tenemos palabas de consuelo para los que tenéis el corazón particularmente dolorido y desolado con las muertes absurdas de los vuestros.

Quisiéramos que esta tragedia que os aflige no hubiera sucedido; queremos que no pueda repetirse para otras familias de nuestro pueblo. Vuestro especial dolor pudo haber sido – las balas son ciegas – el dolor particular de cualquiera de las familias de los que con los vuestros estaban en la iglesia de San Francisco de Asís. Nada de esto disminuye, sin embargo, vuestra pena; no tenemos palabras de consuelo.

Pero quisiéramos tener una palabra de misericordia en nombre de Jesucristo que es la misericordia de Dios para los hombres, una misericordia que quiere manifestarse en nuestra plegaria común, en nuestro propósito de ayuda, si la necesitáis y en nuestro entrañable acercamiento.

Y en nombre de Jesús, de aquel Jesús que murió perdonando a los que injustamente le sacrificaron, nos atrevemos a pediros la misericordia de vuestro perdón para los que os lo han arrebatado. Este Jesús que en la Cruz cumplió lo que nos mandara: “Amad a vuestros enemigos…” Os ayude a decir con Él: “Padre, ¡perdónales!”, para que nuestra vida no se haga estéril en el odio sino fecunda en el perdón.

También esa misericordia, de la que somos humildes mensajeros, se la ofrecemos a quienes, considerándose cristianos, han sido los autores, en cualquier forma o grado, de esas muertes; les exhortamos vehementemente y les suplicamos, en nombre de Jesucristo, a que, si se sienten capaces, soliciten de Dios el perdón de su pecado y el perdón de aquellos a quienes han causado tanto daño. Sin esto no sería posible el perdón de Dios.

Este suceso, que tanto nos conmueve, tiene su origen y marco en un conflicto laboral; con daños difíciles de medir, ha durado ya demasiado; pero no se puede terminar con el simple terror impuesto. Ha de concluir en un acuerdo justo como el que buscaban aquellos cuya muerte recordamos.”

Dado que uno de los gritos de consigna a lo largo de estos 40 años ha sido ”no olvidaremos” sería justo recordar, especialmente a todos aquellos adolescentes que se suman solidariamente a cualquier causa sin mucho conocimiento de ídem las palabras que Jesús Fernández Naves pronunció a renglón seguido de la homilía: “Compañeros. Muchos hemos venido aquí para orar, pero también muchos hemos venido porque es el único medio que tenemos para reunirnos (…) Estos compañeros han muerto por lo mismo que nosotros hemos luchado y estamos luchando, por cinco mil pesetas de aumento igual para todos, o seis mil, por una jubilación decente y a los sesenta años, por una enfermedad cubierta y segura, por unas mejores condiciones de vida, por todo lo que hemos planteado desde el primer día.”

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