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"Hay niñas que vienen con los padres y quieren quedarse aquí": el convento de Santa María de Jerusalén, entre la clausura y los dulces premiados

Vecinos, niños y pedidos de todas partes llenan la recepción del convento tras la entrada de los dulces artesanos en la Guía Repsol

Dos de las monjas del convento | Agencia Flama

En la recepción del convento de Santa María de Jerusalén, en el barrio barcelonés de Vallvidrera, el silencio habitual se mezcla estos días con el sonido constante de la puerta que se abre y se cierra. Vecinos y vecinas de la zona entran a comprar dulces, algunos atraídos por el boca a boca, otros por el reciente reconocimiento de la Guía Repsol a los productos elaborados por las monjas clarisas. El aroma a mantequilla y almendra se escapa del obrador y acompaña conversaciones tranquilas, dichas en voz baja.

Detrás del mostrador, Sor Jerusalén, madre abadesa, y Sor Asunción atienden con una calma que contrasta con el aumento de trabajo de los últimos días. “Llamaron de la Guía Repsol para decirnos que nos daban el premio: ni siquiera sabíamos qué era, pero ahora ya lo sabemos”, explica Sor Jerusalén. El galardón ha tenido un impacto inmediato en el día a día del convento: “Salir en esta guía nos ha dado mucho trabajo, no lo esperábamos; han llegado cuarenta pedidos de golpe estos días”, aseguran.

Cuando los niños entran, el convento se endulza

La recepción no es solo un punto de venta. También es un espacio de encuentro con el barrio. Cuando entran niños, el gesto de las monjas se transforma: la sonrisa se ensancha y la voz se dulcifica. Sor Asunción lo relata con una naturalidad que dice mucho del vínculo con el exterior: “Vienen niñas pequeñas con los padres; el otro día vino una de siete años que nos dijo que quería ser monja y quedarse aquí”, señala. La respuesta fue afectuosa pero realista: “Le explicamos que como mínimo hasta los diecisiete no podrá”. No es una anécdota aislada. “Hay niñas que vienen con los padres y quieren ser monjas”, añade, mientras a alguna le regalan una galleta.

Las hermanas atienden con calma y sonrisas a los visitantes de su pequeño establecimiento | Agencia Flama

La comunidad está formada por 17 religiosas. La más joven tiene 38 años y la mayor está a punto de cumplir un siglo de vida. “El próximo domingo, la monja más mayor cumple 100 años”, comentan con orgullo. De todas ellas, 8 se encargan habitualmente de elaborar los dulces. La organización, estos días, es flexible. “Intentamos tener un horario, pero con esto de la Guía Repsol ni horario tenemos: se acaba cuando se acaba”, explican. El obrador, activo desde 2011, funciona con un horno donde “caben 18 bandejas”.

Una vida apartada del ruido, pero no del mundo

Las especialidades que salen del convento —las Delicias de Jerusalén, los pasteles en forma de corazón, las magdalenas hechas con una receta familiar o los polvorones— han ampliado su alcance. “Viene gente de toda España e incluso de Suiza, recientemente”, detallan. La venta se realiza en el mismo monasterio, pero también en línea, una ventana abierta al exterior que convive con la clausura.

Sor Jerusalén, andaluza, lleva casi 14 años como superiora del monasterio. Sor Asunción es aragonesa y vive en Cataluña desde los 11 años. Ambas coinciden en describir la vida en el convento como tranquila y apartada del ruido urbano. “Vivimos muy a gusto; aquí no se oye nada. Estamos en Barcelona, pero no escuchamos nada, estamos casi en medio de la montaña”, explican. El contraste con la ciudad es tan intenso que, cuando tienen que bajar al médico, “algunas monjas incluso se marean por el cambio de hábitat”.

La jornada en el convento comienza temprano y sigue un ritmo marcado por la oración y el trabajo. “Por la mañana nos levantamos normalmente a las seis y cuarto, rezamos, desayunamos y nos ponemos a trabajar”, explican. El tiempo está pautado con sencillez, sin prisas pero sin pausas superfluas, y las horas transcurren entre el obrador, las tareas comunitarias y los momentos de silencio compartido. La televisión apenas tiene lugar en el día a día: “La vemos muy poco; solo en ocasiones especiales”, matizan. De hecho, recuerdan que la encendieron recientemente para seguir el funeral del papa Francisco y, poco después, la elección de León XIV, eventos que conectan puntualmente la vida de clausura con el pulso de la Iglesia y del mundo exterior.

Entre el constante paso de clientes, las conversaciones pausadas y los regalos improvisados a los más pequeños, la recepción del convento se convierte estos días en un espacio donde la vida contemplativa se encuentra con el barrio. El reconocimiento gastronómico ha puesto el foco en unos dulces artesanos, pero también ha hecho visible una comunidad que vive el silencio sin levantar muros con quien llama a la puerta.

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