Los agujeros negros de nuestra democracia


La mayoría de los sistemas políticos, mientras están vigentes en una sociedad, son intocables y gozan del singular privilegio de estar por encima del bien y del mal. Es lo que sucede con nuestro actual sistema político. Pasa por ser un modelo único, intachable, insustituible; pero lo cierto es, que en nuestra democracia no es oro todo lo que reluce y hay que atreverse a decirlo valientemente, aún a sabiendas que hacer de abogado del diablo es tarea ingrata y peligrosa, como lo fue en tiempos del gran Sócrates, maestro de moral y defensor de la libertad interior, tan incomprendido él, que acabaría siendo víctima de la intransigencia y condenado a muerte por un tribunal democrático de Atenas. Las razones, que tanto Sócrates, como su discípulo Platón, tuvieron para oponerse al sistema democrático están ahí y aún no han perdido vigencia.Cierto es que nuestra sistema democrático viene arrogándose unos valores y excelencias como propios; pero veamos hasta que punto esto es cierto. Hablemos de la tolerancia, por ejemplo. En uestra sociedad, se da por hecho que los tolerantes son los demócratas, los intolerantes los no demócratas. Los unos están a favor de la convivencia, los otros están en contra. Así de simple. De modo que en nuestro caso, ¿habría que decir, que el bueno de la película no fue Sócrates, sino los que injustamente le condenaron a muerte? y casos como éste hay muchos . Para los que se creen demócratas de pura cepa, demócratas de toda la vida, en España precisamente, quien lo diría, cualquier sistema político diferente al que ahora se profesa es nefasto, censurado y censurable. Cualquiera que se aparta del dogma político hoy vigente en España es un hereje que merece mil condenas. ¿No es esto una especie de fanatismo? Desde luego tolerancia… tolerancia no es.

Es un hecho también, que nuestra actual democracia tiene juicios pendientes con ciudadanos normales y corrientes, que nada tienen que ver con los canallas terroristas, niños y mujeres, víctimas inocentes de recientes violencias y guerras no justificadas. Fácil es de imaginar, lo que pensarán estas pobres gentes, las que todavía estén vivas, de la presunta tolerancia democrática. A los inocentes hay que escucharles, para que todos comencemos a reconocer que en ocasiones los celos democráticos están llenos de prejuicios y que en no pocas ocasiones nos llevan a ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio. La tolerancia sólo con los de casa no es tolerancia.

La libertad es otra de las prerrogativas democráticas; pero, cuando menos, es muy dudoso que nuestra democracia esté consiguiendo quelos hombres y mujeres de hoy sean más libres. En los tiempos que nos está tocando vivir hay algo suficientemente claro, para el que quiera verlo, y es que se han ido perdiendo todo tipo de seguridades, así hablamos alegremente del hombre, sin tener un claro modelo de lo humano, hablamos de libertdes sin referencia a la Libertad, que dicho sea de paso, no sabemos muy bien que es, ni en que consiste, me refiero a la Libertad con mayúscula, que nadie puede regalar, nadie, sino que hay que conquistarla con esfuerzo y la conquista solamente quien sabe ser hombre auténtico. Como bien decía K. Woytila “ Una vez que se ha quitado la verdad del hombre es pura ilusión pretender hacerle libre”

Difícil es imaginar una época con más “libertdes civiles” que la nuestra, difícil es también imaginarse una época con más esclavitudes interiores. La Libertad del hombre, la autentica, sigue siendo todavía una aspiración que queda lejos de la realidad. Habría que comenzar por ser dueños de nosotros mismos, de nuestros propios pensamientos , de nuestros personales sentimientos. Pues bien, es evidente que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo no se caracterizan por ser y pensar por ellos mismos, otros lo hacen en su lugar, a través de los medios de comunicación , que lo son también de manipulación. La presión y los intereses de los medios son tantos y tan fuertes, que sería casi un milagro poderse expresar y pensar libremente

Entre otras cosas la democracia pasa también por ser el gobierno del pueblo y para el pueblo y así lo venimos predicando, sin la menor sospecha, de que nuestro sistema se esté convirtiendo en trampolín para que algunos medren, hay demócratas que lo son, no para servir al pueblo, sino para servirse del pueblo a favor de sus intereses personales o partidistas. Hay que reconocerlo, los ciudadanos de a pie somos presa fácil de la propaganda política, que nos convierte en sujetos indolentes, conformistas, sumisos, que tragamos todo lo que haya de tragar mientras tengamos satisfechos nuestros instintos primarios. Hasta aquí hemos llegado. Nos hemos despersonalizado para convertirnos en masa, y como decía Ortega, "la masa es la que arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto”. Hoy el poder está en el número, lo tiene quien mejor manipule a las masas despersonalizadas. El hombre por sí mismo, individualmente, apenas cuenta. Hemos ido perdiendo nuestra identidad personal y nos hemos refugiado en el colectivismo. Ese presunto gobierno del pueblo y para el pueblo,se ha convertido en dictadura de las mayorías hábilmente dirigida y encauzada, que está haciendo que el hombre, como sujeto personal, responsable pierda protagonismo a favor de una masa despersonalizada y a veces hasta deshumanizada. Más que como persona hoy al hombre se le ve como a un ser gregario, su último significado es el de ser grano que ayuda a hacer granero.

Algo de lo que está ocurriendo en nuestra sociedad ocurrió ya en tiempos de la antigua Grecia en los que el triunfo de la democracia estuvo asociada a la aparición en escena de los demagogos,tiempos bien aprovechados por los sofistas embaucadores, que se preparaban para ser los conductores de los hombres y de los pueblos, engañando a las gentes con sus trampas y sofismas. Al fin y al cabo lo importante para ellos no era estar en posesión de la verdad, en la que no creían, para ellos, era mucho más importante sentirse respaldado por la masa. No el ser, sino el parecer, era lo que buscaban. No la verdad de las cosas, sino la verdad de las mayorías . En aquellos tiempos, como ahora, sigue siendo cierto lo que en su día dijera Konrad Adenauer. “ lo importante en política no es tener razón, sino que se la den a uno” o como de forma más tajante dijera Ortega y Gasset un día, “la política es el imperio de la mentira”.

Habría que ser muy ingenuo para pensar que nuestros políticos están más preocupados por los principios y poe los demás que por sus intereses personales y partidistas. En nuestra reciente historia de España hemos tenido ocasión de constatar, como políticos comprometidos con el anterior régimen, cambiaron inmediatamente de chaqueta, cuando se percataron de lo que se les venía encima , sabedores ellos de que “ en política , como bien decía A. Machado, sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el viento” y la gente lo sabe, por eso está tan mal valorada la clase política. No, no rrsulta ser fácilmente creible, que en democracia todo se hace con el pueblo y para el pueblo.

Por fin he de referirme al Estado de Derecho expresión con la que se pretende identificar a nuestro sistema político. Sabido es que el supremo criterio, por no decir el único, de discernimiento jurídico, en las democracias relativistas, como la nuestra, viene marcado por el sentir mayoritario, conocido comúnmente por la ley de las mayorías. Ella es la ley suprema de esta democracia, sobre la que descansa todo lo demás y tambien su gran agujero negro. Para Gabriel Marcel se trata de una regla groseramente pragmática, yo añadiría además, poco fiable. Sea como fuere, lo cierto es, que al final lo que cuenta es el número de votos, lo que todo lo decide, lo que todo lo gobierna. Es el número de votos, en definitiva, que nos dice que haya de ser lo verdadero y lo falso, lo moral o lo inmoral, lo bueno y lo malo. Hemos llegado así a fabricar un supuesto Estado de Derecho que depende de los caprichos humanos, cuando es bien cierto que la bondad y el bien, la justicia , el derecho, están por encima de la voluntad de las personas lo mismo que la ley natural está por encima de las leyes positivas fabricada por los hombres. Una ley positiva al margen de la ley natural, ni siquiera merece el nombre de ley

Con esto no estoy diciendo que no se haya de tener en cuenta el sentir mayoritario de los ciudadanos, lo que no me parece bien, es que sea considerado como criterio único y supremo, sin atender a la naturaleza de las cosas. La aplicación de la ley de mayorías compromete de tal modo el Estado de Derecho que en realidad habría que llamarle más bien, el Estado arbitrario de las mayorías. Nos es necesario a todos seguir creyendo que el fundamento del derecho está por encima de los hombres y de las instituciones, lo mismo que el orden moral está por encima del orden legal y si no se entiende así, nos estamos cargando la legitimidad del Estado. La corriente de un positivismo perverso ha venido a invertir los términos, lo que debiera estar arriba está por debajo. Ha venido a relativizar lo absoluto y absolutizar lo relativo y así se ha producido la gran paradoja de que quienes debieran ser los medidos se han convertido en medidores. Esto representa pura y llanamente la quiebra del Estado de Derecho. Así las cosas nada de extraño tiene, que día a día estemos viendo prácticas aberrantes, vergonzosas o criminales que se toleran, cuando no se promueven. En la situación en la que nos encontramos habría que decir con Erich Fromm: “ El hecho de que miles de personas compartan los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes, el hecho de compartan muchos errores no convierten estos en verdades”.

Ciertamente no es oro todo lo que reluce en nuestra democracia. La verdad es que todo esto se veía venir y no podía ser muy diferente; pero las gentes fácilmente lo seguirán disculpando todo, mientras puedan seguir disfrutando del estado del bienestar exclusivamente material y hedonista. Aún con todo, nunca hay que perder las esperanzas, pues no hay mal que mil años duren, pues o bien uno acaba con los males o los males acaban con uno

Según decía Leonardo Luis Castellani. (Una religión y una moral de repuesto. Cristo ¿vuelve o no vuelve?, p. 278.) “El democratismo liberal, en el cual somos nacidos, uno puede considerarlo como una herejía, pero también por suerte como un carnaval o payasada: con eso uno se libra de llorar demasiado, aunque tampoco le es lícito reír mucho. Ahora está entre nosotros en su desarrollo último, y una especie de gozo maligno es la tentación del pensador, que ve cumplirse todas sus predicciones, y desenvolverse por orden casi automático todos los preanuncios de los profetas y sabios antiguos que, empezando por Aristóteles, lo vieron venir y lo miraron acabar … como está acabando entre nosotros. De suyo debería morir, si la humanidad debe seguir viviendo; pero no se excluye la posibilidad que siga existiendo y aun se refuerce nefastamente, si es que la humanidad debiera morir pronto,”

Yo me pregunto ¿no habrá llegado ya la hora de buscar algo mejor que lo que tenemos? ¿ No habrá un momento de lucidez que haga ver a los hombres de buena voluntad que por este camino la humanidad no tiene futuro? Preguntas, sólo son preguntas. ¿ No puede uno preguntar?.
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