"Con Julio se ha muerto, es decir, vive para siempre un maestro de escuela" Antonio Aradillas: "Julio, maestro y amigo del pueblo, católico y devoto del Cristo de los Faroles"

Julio Anguita
Julio Anguita

"Se ha muerto Julio. Y, como tenía que ser, el diagnóstico no ha sido otro que el de un fallo de su corazón. Había padecido otros más en su vida"

"Y es que vivir fundamentalmente con el corazón, y no con la cabeza y menos con el bolsillo, tiene sus riesgos que, de una u otra manera, siempre son mortales"

"Padre, vecino, convecino, amigo y hermano. Pobre y de los pobres. Administrador y gobernante ecuánime. Sabio. Culto. Humano. Respetuoso con todos. De izquierdas de toda la vida"

"Sí, era católico. Como buen cordobés, devoto del Cristo de los Faroles, de las Vírgenes pintada por su homónimo Romero de Torres y del celestial patrono San Rafael, que bíblicamente significa “Dios cura”

Conocí y traté a Julio Anguita en las antevísperas martiriales de la desaparición de la Acción Católica, borrada del mapa pastoral y eclesial a instancias del Nacional Catolicismo, y con bendiciones de la jerarquía de entonces, cuyo ejecutores principales fueron Mons. don Casimiro Morcillo y José Guerra Campos. Tanto en los niveles nacionales como en los diocesanos, resultamos ser los instigadores y patrocinadores del apostolado seglar entre laicos y laicas, dirigentes y consiliarios como Mauro Rubio, Miguel Benzo, Pilar Bellosillo, Mary Salas, Torrella – a quien por cierto amistosamente le llamábamos “el Cardenal”, llegando después a ser Arzobispo Primado de Tarragona-, Elías Yáñez, Gabino Díaz Merchán, Enrique Miret, Antonio García de Pablos, Tomás Malagón al frente de la HOAC -VER, JUZGAR Y ACTUAR- , quien redactara un largo y comprometido prólogo a mi libro “Impacto, meditaciones para militantes”, y más relacionado con Julio, y con Casimiro Camacho, y otros partícipes y co-fundadores de las futuras “Comisiones Obreras” y otros movimientos de inspiración y talante evangélicos.

Razones de tipo político me impidieron conversar más largamente con Julio en su Córdoba, al ser yo llamado por parte de las “fuerzas vivas de la localidad”, con inclusión de su alcalde, para informarme de que, al decidirse en el Consejo de Ministros la creación de su Universidad –Córdoba contaba entonces solo con la facultad de Veterinaria y la Universidad Laboral, regida por los pp. Dominicos.-, así como la ampliación del polígono de Desarrollo, les había convocado el señor Gobernador Civil para su comunicación oficial. En la misma, tal suprema y omnímoda autoridad provincial les había comentado que “mientras yo siga al frente del Gobierno Civil, ni habrá Universidad, ni se ampliará el polígono de desarrollo, por la sencilla y elocuente razón, de que donde hay estudiantes y obreros, sobran desórdenes públicos y mi misión es precisamente impedirlos ya desde su propia raíz..”(¡¡)

Estrenada la balbuciente democracia, y elegido Julio alcalde de Córdoba, para la revista “Época”, dirigida por el amigo y admirado Jaime Capmany, este me sugirió una visita la ciudad andaluza para entrevistar a su alcalde Julio, que habría de ser conocido después con el aditamento de “El Gran Califa”, quien accedió a contestarme todas las preguntas que hicieran, “aunque estas fueran indiscretas”. Julio había restaurado el edificio del Ayuntamiento, y el mismo Rey de España Juan Carlos había accedido a presidir su inauguración. En vísperas de elecciones municipales andaluzas, a los dirigentes socialistas nacionales no les parecía rentable para ellos la presencia de Su Majestad –“a quien Dios guarde”- , con lo que le aconsejaron, es decir, le prohibieron, la presidencia en tal acto.

Cuando me lo explicó con todos los detalles Julio, y me leyó el texto del recuerdo del acto que perdura en la escalera principal del ayuntamiento, me contestó con rotundidad que era “y es el nombre del pueblo lo que de verdad habrá de interesar e inspirar la actividad, siempre y por encima de todo, a los gobernantes”.

Se ha muerto Julio. Y, como tenía que ser, el diagnóstico no ha sido otro que el de un fallo de su corazón. Había padecido otros más en su vida. Y es que vivir fundamentalmente con el corazón, y no con la cabeza y menos con el bolsillo, tiene sus riesgos que, de una u otra manera, siempre son mortales. Con Julio se ha muerto, es decir, vive para siempre un maestro de escuela. Lo fue y ejerció su profesión de por vida. Y un católico, a la vez que un romano, un judío y un islámico, tal y como lo exigen la cultura, la forma de ser, actuar y de convivir de cuantos tengan el honor de ser cordobés de toda la vida. Julio es padre, vecino, convecino, amigo y hermano. Pobre y de los pobres. Administrador y gobernante ecuánime. Sabio. Culto. Humano. Respetuoso con todos.

De izquierdas de toda la vida, y mas y mejor si todas ellas se hallaran y actuaran “Unidas”. Lo mismo le hubiera dado a Julio trajearse de romano, que de judío o de musulmán. De canónigo de la catedral-mezquita, con seguridad no tanto, precisamente en su ciudad en la que la Caja de Ahorros pertenecía a la diócesis y sus consejeros eran canónigos, con sus bien dotados y reverenciales sueldos, la mayoría a titulo de “beneficios”. Sí, Julio era buena gente. Sencillo y cercano. Un buen político, con calificación de “sobresaliente”, concedida por el tribunal democrático del pueblo-pueblo, en unos tiempos de tanta vulgaridad y “suspensos” como los actuales, con “coronavirus” o sin ellos.

Sí, era católico. Como buen cordobés, devoto del Cristo de los Faroles, de las Vírgenes pintada por su homónimo Romero de Torres y del celestial patrono San Rafael, que bíblicamente significa “Dios cura”, y cuya imagen vigila el puente sobre el Guadalquivir para alertar a tiempo, de sus desbordamientos, lo mismo que de sus estiajes. (En un libro que pergeño con el título de “Año Cristiano de laicos y laicas”, uno de sus capítulos se dedicará a “Julio, regidor de Córdoba, maestro y amigo del pueblo”)

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