"Condenar por condenar y luego..." Antonio Aradillas: "Pedir perdón a destiempo"

Procesión de disciplinantes. Francisco de Goya
Procesión de disciplinantes. Francisco de Goya

"La determinación y la práctica de pedir perdón a teólogos y pensadores no afines por parte de la "Sagrada Curia Romana" resultan merecedoras de reflexiones muy serias"

"Hasta el Concilio Vaticano II y hoy con el papa Francisco, la Iglesia como Iglesia, y sus máximos responsables, muy raramente solían pedir perdón. No sabían y no podían hacerlo. Era humillante"

"Teilhard de Chardin, Bernard Häring, Yves M. Congar, Teólogos de ls Liberación, Edward Schilleebeckx, Jacques Dupuig, Jhon Sobrrino, Leonard Boff..."

"El máximo diseñador y ejecutor de estas "condenas" -que no de la petición de perdón- fue el teólogo Cardenal Ratzinger, hoy "papa emérito", o semi-emérito para alguno"

"La condena canónica de tantos teólogos de relieve, y ejemplos de vida religiosa y humana, pesaba y pesa demasiado"

"Y ahora, ¿quién o quienes los redimirán del infierno y los rescatarán de las llamas eternas? ¿Quién o quienes repararán sus nombres, obras y fama? ¿No precisa el tratado teológico "De Novissimis" un repaso- revisión coherente, profundo y actualizado?"

Por parte de la “Sagrada Curia Romana” y de sus representantes, la determinación y la práctica de pedir perdón a teólogos y pensadores no afines, resultan merecedores de reflexiones muy serias. Los principios sobre los que basaron sus condenas fueron, y son, en ocasiones, de carácter que rondan las lindes de la patología “religiosa”

Condenar por condenar, se presenta ante propios y extraños como tarea-ministerio esencial en la constitución de la Iglesia y, por tanto, con fundamentos en todos y en cada uno de los versículos de los santos evangelios, aunque de estos precisamente se asevere ser mensajeros sobre todo del perdón, de la paz y de la reconciliación, con los brazos literalmente abiertos siempre a la piedad, a la comprensión y a la misericordia.

De entrada, y mucho más “en salida”, no es explicable que haya clérigos que disfruten sempiternamente, hasta sentir placer y alegría, ejerciendo de jueces en la sección canónica de las penas y de los castigos eternos, “por la gracia de Dios y a mayor honra y gloria de la Santísima Trinidad”, invocada al efecto.

Pero los tiempos se van moderando, si bien no siempre con la urgencia y amplitud eclesial requeridos y, al menos, de vez en cuando, se publican reparadoras noticias de que “efectuadas las debidas indagaciones y requerimientos, a tales pensadores, teólogos y teólogas, se les devuelve la calificación de “católicos, apostólicos y romanos”. Si estos no fallecieron ya, o no se exclaustraron a sí mismos ahítos de tanta desvergüenza, injusticia y precipitación “canónica”, pese a no poder ser ya convenientemente reparadora la decisión de las curias respecto a la decisión de pedir perdón por parte de sus miembros más representativos o sus delegados, algo es algo, “Dios sobre todo”, y a Él, y solamente a Él, le es debida y dada la “gloria y la alabanza por los siglos de los siglos”.

La pedagogía y la justicia de la petición de perdón eclesiástico y curial, es en gran proporción fruto y consecuencia de las ideas, planteamiento y gestos del Concilio Vaticano II y del papa Francisco. Hasta entonces, la Iglesia como Iglesia, y sus máximos responsables, muy raramente solían pedir perdón. No sabían y no podían hacerlo. Era humillante y en disconformidad con la institución como tal y hasta con algunos de sus seudo-dogmas “infaliblemente” proclamados, a consecuencia de la “fragilidad humana” y de ciertos intereses terrenales, siempre a la sombra invencible del principio formulado: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella”.

De la letanía de nombres de teólogos y de pensadores, antes condenados, pero perdonados ya oficialmente, o en vías de serlo, por citar algunos de mayor relieve, destaco estos: Teilhard de Chardin, Bernard Häring, Yves M. Congar, Teólogos de ls Liberación, Edward Schilleebeckx, Jacques Dupuig, Jhon Sobrrino, Leonard Boff, Torres Queiruga, Juan Antonio Estrada, Charles Curran, Anthony de Mello, José María Castillo, el “Premio Nobel” Saramago, Marciano Vidal…

No es posible dejar de reseñar que el máximo diseñador y ejecutor de estas “condenas” – que no de la petición de perdón por `parte de la Iglesia- fue el teólogo Cardenal Ratzinger, quien durante 31 años actuó en la Iglesia como defensor a ultranza de la “vera doctrina” o inquisidor general, posteriormente Benedicto XVI, hoy “papa emérito”, o semi-emérito para algunos

La condena canónica de tantos teólogos, de relieve, y ejemplos de vida religiosa y humana, pesaba y pesa demasiado. Suspender “a divinis”, y “a humanis” para esta vida y para la otra, a parte importante de un colectivo internacional de tanto peso en la Iglesia y en el mundo intelectual en general, precisa revisión, por poca capacidad de discernimiento de la que se disponga y por muy equivocado que se haya estado o se esté. La inmoderada administración de estas “suspensiones”, la mayoría de ellas por tiquismiquis -“escrúpulos o repararos de poca importancia”- propios de ociosas escuelas escolásticas, desdice y constituye un indigno y humillante baldón para quienes formamos parte de la Iglesia.

La práctica cerril llevada a cabo hasta sus últimas consecuencias por la “Santa Inquisición” de la Iglesia, de que “en primer lugar se quema al reo y después se le juzga”, fue –y es- insidiosa y cruel y en disconformidad y antagonismo con el elemental protocolo de la defensa de los derechos humanos.

Y, por ponerle ya el punto y aparte a este problema, y a quienes condenaron y después, ellos o sus sucesores, se vieron obligados a pedirles perdón, sugiero estas preguntas: Si fallecieron, así condenados, ¿Quién o quienes los redimirán del infierno y los rescatarán de las llamas eternas? ¿Quién o quienes repararán sus nombres, obras y fama? ¿No precisa el tratado teológico “De Novissimis” un repaso- revisión coherente, `profundo y actualizado?

Si bueno-bueno es pedirles perdón a los inocentes, teólogos e intelectuales o no tanto, mucho mejor hubiera sido, y es, no habérselo tenido que pedir, por haberle restado a tiempo la atención y el estudio que requerían las aseveraciones condenables por oficio” o porque sí…

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