Saltándose la fila anticoronavírica por la 'costumbre' del privilegio y los 'enchufadores' Antonio Aradillas: "Más obispos enchufados"

Obispos que se cuelan
Obispos que se cuelan

"El hecho de que otro –¡otro!- obispo haya sido sorprendido en flagrante mentira 'anticoronavírica' (delictivo aseveran algunos), a los más les llega a resultar noticia y a otros les parece extraño y 'no noticia'"

"El privilegio-privilegio, la excepción y el enchufe -'influencias y recomendaciones'-, necesariamente han de formar parte importante -para algunos esencial- en el organigrama del ordenamiento episcopal"

"Y que conste que de tal desbarajuste anticiudadano, no suelen ser los responsables directos los obispos "enchufados". Lo son los "enchufadores", a quienes les siguen pareciendo falta de lesa majestad escatimarles privilegios humanos y divinos, por aquello de que "obispo" y "Cristo" rimarán siempre entre sí…"

El hecho de que otro –¡otro!- obispo haya sido sorprendido en flagrante mentira “anticoronavírica” (delictivo aseveran algunos), a los más les llega a resultar noticia, mientras que a otros les parece extraño y “no noticia”. Y es que, en el contexto socio-cultural más o menos religioso, protocolarío, “de buena educación y sanas costumbres” en el que todavía y en gran proporción nos encontramos, -al haber sido así educados, o deseducados-, los obispos, no son “unos más”. Son eso y sobre todo: obispos.

De personas -ciudadanos que se digan "normales", nada o casi nada. Viven aparte. Visten de forma rara, rarísima, sobre todo cuando trabajan religiosamente –"ofician"- desde los pies -cáligas- , a la cabeza, coronada esta con mitras, cuya procedencia y significado pocos conocen y que frecuentemente causan hilaridad carnavalesca, en no pocos sectores de nuestra sociedad, hoy tan paganizada, pero no precisamente por tales desconocimientos…

Una persona-obispo, a quien se le ha visto actuar litúrgicamente con solemnidad y distancia, entre densas nubes inciensos, que habla ininteligiblemente, en cuanto a su contenido y al doctoral tono de voz, con quien resulta tan difícil establecer alguna relación que pueda parecerse a la amistad, que apenas si a sus mismos sacerdotes les sea posible charlar con él si no es mediante previa petición de audiencia, que no aprendió a jugar al “mus” y, por tanto, está huérfano de relaciones de ”tú a tú”, habrá de sentirse obligado a perpetuidad a prescindir de cuanto significa, lleva consigo y comporta toda convivencia y más si esta es o se presenta con matizaciones “religiosas”

Todo lo anteriormente referido y sugerido, se eleva al infinito, cuando además y con sus familiares, protocolos, tratamiento, títulos, escudos de armas, el señor obispo vive en los respectivos palacios, alejado del pueblo de tal forma, que desde algunas de tales mansiones palaciegas es posible adentrarse en la catedral, sin necesidad de tener que mezclarse con el mismo pueblo, por muy de Dios, que se intitule y se precie. Hoy por hoy, y tal y como están las cosas, y el sentir del pueblo de Dios y el otro, la existencia de los palacios episcopales si no llega a sacrilegio, se queda en una tontería soberbiosa y absurda, impropiamente cristiana y mucho menos, jerárquica.

Con tales prenotandos y desde estas perspectivas, el privilegio-privilegio, la excepción y el enchufe -“influencias y recomendaciones”-, necesariamente han de formar parte importante -para algunos esencial—en el organigrama del ordenamiento episcopal y de su realización diocesana no solo religiosa, sino también, social y ciudadana . Por eso, lo de la vacuna anticoronavírica y haber prescindido del protocolo establecido en beneficio de todos, y más de los necesitados, no pasaría de ser anecdótico y un caso más en el ”Vía Crucis de la vida de la Iglesia del Vaticano II y de las interpretaciones que con el evangelio en la mano y en los pies, el papa tan “franciscanamente” nos sirve.

Y que conste que de tal desbarajuste anticiudadano, no suelen ser los responsables directos los obispos “enchufados”. Lo son los” enchufadores”, a quienes les siguen pareciendo falta de lesa majestad escatimarles privilegios humanos y divinos, por aquello de que “obispo” y “Cristo” rimarán siempre entre sí… “Dios es varón, por tanto, todo varón es Dios…”. Pero Dios, en similar proporción, es también mujer. Casaldáliga, que se llamaba y era “Pedro” de verdad, no necesitó que se hiciera inversión alguna en mitras, báculos, anillos y otras zarandajas litúrgicas o para-litúrgicas. Ni siquiera las adquirió en IKEA. Se las facilitaron sus propios diocesanos, y unos y otros “ornamentos” episcopales, fueron y siguen siendo más evangelizadores, que los empleados por los obispos y más por los enchufados de turno, en cualquiera de las filas “coronavíricas”, o sin llegar a tanto...

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