"Estados y Pontificios", un anacronismo que clama su desaparición Antonio Aradillas: "La 'papalización' no es ya actual"

Estado Vaticano
Estado Vaticano

En días de añoranzas anacrónicas con ocasión de los recuerdos de la 'Unidad Italiana', con anexión de los territorios pertenecientes al Papa, me creo en la obligación de reflexionar una vez más sobre el tema

"La condición de monarquía electiva, cuando todo lo que se refiere en la Iglesia a los procedimientos democráticos, resulta poco menos que diabólico, me parece una exageración"

"La democracia, aunque algunos Papas la recomiendan 'extra Ecclesiam', no se la aplican 'intra Ecclesiam'. Contradicciones como esta no parecen muy ejemplares

"No son ya no pocas las voces que, entre los católicos, se levantan reclamando la desaparición del Estado Vaticano por diversas razones, desde el amor a la Iglesia y a sus representantes supremos"

Nos encontramos felizmente para unos, pero todo lo contrario para otros, en días de añoranzas anacrónicas con ocasión de los recuerdos de la “Unidad Italiana”, con anexión de los territorios pertenecientes al Papa, y me creo en la aseada obligación de reflexionar una vez más sobre el tema, de la manera siguiente:

Estos son los datos más someros relativos a los Estados Pontificios, o Ciudad del Vaticano, refundados por los “Acuerdos -Pactos- de Letrán” el dia11 de febrero del año 1923. Su superficie es de 0,44 km2. Su población está alrededor de 826 personas. Limita con el Estado de Italia con una frontera de 3,22 kilómetros. Posee un helipuerto. La forma de gobierno es la monarquía electiva. Su Jefe de Estado es hoy Francisco. Tiene establecidas relaciones diplomáticas con 177 países. Destaca el dato de que entre ellos no esté representada China. Los embajadores del Papa son los nuncios, con títulos episcopales la mayoría de ellos. El idioma oficial es el latín. Se comenta que, en relación con el dinero -fondos e inversiones- no está todo claro. La existencia y reconocimiento político-pastoral de un Estado de proporciones tan mínimas y excepcionales, se sigue justificando por aquello de que así, la libertad eclesiástica y sus fines, están más asegurados.

No son ya no pocas las voces que, entre los católicos, se levantan reclamando la desaparición del Estado Vaticano por diversas razones, desde el amor a la Iglesia y a sus representantes supremos, y sin conciencia alguna de pensar y actuar en contra de su auténtica, evangélica y veraz misión al servicio del Pueblo de Dios. Eminentes teólogos, pastoralistas y aún obispos, así lo expresan y suscriben. Otros, la mayoría por ahora, defienden el estatus actual hasta sus últimas consecuencias. Unos y otros, por supuesto que a la búsqueda de la fórmula mejor para el ejercicio de las funciones de la Iglesia, descartan las propias de los tiempos imperiales carolingios.

La condición de monarquía electiva, cuando todo lo que se refiere en la Iglesia a los procedimientos democráticos, resulta poco menos que diabólico, me parece una exageración. La condición de electiva, pese a la intervención de los cardenales, es muy “sui géneris”. La democracia, aunque algunos Papas la recomiendan “extra Ecclesiam”, no se la aplican “intra Ecclesiam”. Contradicciones como esta no parecen muy ejemplares.

La absoluta soberanía y concentración de poderes en una misma persona es juzgada por muchos, dentro y fuera de la Iglesia, como no ejemplar, impropia de los tiempos presentes, y más de los futuros. Juzgan difícil –imposible- que una sola persona detente el total monopolio de la autoridad, del magisterio y del poder judicial. La “papalización”-“palalatría”, en lenguaje de algunos teólogos, no es ya actual. Como esto es poco o nada constructivo en el terreno de la jurisdicción civil propia del Estado, a muchos intranquiliza pensar que también lo sea en su proyección y misión netamente eclesiástica, dogmática y pastoral que exige, por ejemplo, la total supeditación de los obispos al Papa, es decir, a la Curia. Hoy por hoy, y con fervientes deseos de ser desmentido, todos –todos- los obispos tienen la sensación de ser y actuar de acólitos del Papa y, sobre todo, de fámulos de la Curia tan objetiva y denodadamente denostada hoy por el papa Francisco.

La desaparición de este organismo es ya de obligado cumplimiento entre los teólogos. Su reforma en profundidad, ni siquiera por prescripción conciliar, pudo ser efectiva. La descentralización de la Iglesia es clamor popular. Compromiso y precepto para el Pueblo de Dios. También lo son la apertura y el diálogo, con extrañamiento y desahucio para el término “Amén”, que es lo único que, del Papa para abajo, es posible pronunciar y vivir como fieles cristianos y parte de su ínclita grey.

De entre las tristes consecuencias que con lógica se desprenden de situaciones, prácticas y actitudes encarnadas en los miembros de la Curia, sobresalen el poco arraigo, y la inconsistencia que tiene cualquier mención al ecumenismo, tarea y misión principal de la Iglesia, hoy inhonestamente descuidada y hasta bloqueada.

De dudosa aceptación son hoy las Nunciaturas, con sus privilegios, parafernalias y ostentosas residencias, en proporción similar, o superior, a las embajadas. ¿Pero los nuncios son y actúan como embajadores del Estado Vaticano? ¿Lo son y actúan como representantes del Papa? En este caso, ¿cuál es la misión del Presidente de las Conferencias Episcopales? ¿Son los señores nuncios los verdaderos “nombradores” de los obispos? ¿Cuando se han de imponer los procedimientos democráticos en su nombramiento, con participación del Pueblo de Dios, de los sacerdotes y de otros obispos? ¿No serán, en definitiva, los procedimientos vigentes los que explican el nivel actual de nuestro episcopado?

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