Homilía del arzobispo primado de México en la fiesta de la Guadalupana Cardenal Aguiar: "Estamos aquí, desde hace 492 años, viniendo con ella, para que nos ayude al conocimiento de Dios"

Cardenal Aguiar, en la fiesta de la Virgen de Guadalupe
Cardenal Aguiar, en la fiesta de la Virgen de Guadalupe

"Al concebir a su hijo Jesús como hijo de Dios y al darle la encarnación para que también fuera como nosotros, un ser terrenal, se convierte en la transmisora de lo que es Dios"

"Es la madre del temor en el sentido de que se sabe elegida para una gran misión"

"Aprovechemos, abramos nuestro corazón a María. Digámosle cuáles son nuestras penas y cuáles son nuestros sueños y proyectos"

"No dejen ustedes de compartir con aquellos que saben que aman también a nuestra madre, compartir lo que han vivido aquí dentro, lo que han vivido en su interior, lo que han experimentado. No se lo guarden"

«Yo soy la madre del amor, del temor, del conocimiento y de la Santa Esperanza”. Estas expresiones nos las entrega el libro del Eclesiástico, escrito antes de Cristo, aproximadamente entre el siglo tercero y primero, antes de la venida de Jesús al seno de María.

Sin embargo, preanuncia que la madre, que va a concebir se convertirá en la proclamadora de lo que es su hijo, Jesús. María no solamente lo cumplió en su tiempo de vivir, como cada uno de nosotros en el período ordinario de nuestra vida terrenal, sino que lo ha seguido haciendo de distintas maneras, siempre como madre, y de una manera peculiar y mucho más intensa: Lo ha hecho aquí, en nuestra patria, como María de Guadalupe.

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Pero, en el fondo, estas expresiones nos ayudan a profundizar ¿a qué vino María al Tepeyac? ‘Yo soy la madre del amor’. ¿Quién es amor? Dios es amor, Trinidad de personas que se mantienen íntimamente: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que son un solo Dios. Nunca se atropellan, nunca se disgustan, siempre están de acuerdo. Dios camina, y María se pronuncia como madre del amor. Es decir, que al concebir a su hijo Jesús como hijo de Dios y al darle la encarnación para que también fuera como nosotros, un ser terrenal, se convierte en la transmisora de lo que es Dios.

Ahora vienen otros tres elementos que señala el texto: también es, dice la madre, del temor. Pero no hay que confundir temor con miedo, sino temor con respeto, con reconocimiento. Es la madre del temor en el sentido de que se sabe elegida para una gran misión, y ese temor, esa conciencia de que Dios se lo está pidiendo a través del Ángel, como nos dice hoy el Evangelio, ella dice: ‘Hágase en mí según tu palabra’. Es decir, si tenemos en cuenta que realmente Dios camina con nosotros, está con nosotros, tenemos que comportarnos bien. ¿Qué hace un niño cuando ve que su mamá lo está vigilando? ¿Qué hace una pequeña criatura cuando ve que quien lo ama está observándolo? Le tiene respeto, tiene ese temor santo de saber que es alguien que no quiere que haga el mal.

Tercer elemento, ‘yo soy la madre del conocimiento’. ¿De cuál conocimiento? Pues, de la naturaleza divina, ni más ni menos, de lo más difícil de abarcar, del que siempre tenemos necesidad de crecer, de agrandar nuestra comprensión sobre este Dios amor. Y ese conocimiento, para poder responderle en la vida terrenal como él quiere, necesitamos seguir a nuestra madre. Por eso estamos aquí, desde hace 492 años, viniendo con ella, para que nos ayude al conocimiento de Dios y podamos transmitir en nuestras vidas de todos los días ese amor que aquí experimentamos de nuestra madre.

Finalmente, la cuarta expresión dice: ‘yo soy la madre de la Santa Esperanza’. Cuando tenemos plena confianza en otra persona, no dudamos que va a realizar lo que nos ha prometido. Esa confianza nos hace tenerle toda nuestra disposición, de saber que voy con ella, que no me va a fallar. La Santa Esperanza nos la da María, a través de esta presencia suya como María de Guadalupe. Y por eso ella dice, como está aquí en el texto: ‘Vengan a mí ustedes, los que me aman, y aliméntense de mis frutos’.

Aprovechemos, abramos nuestro corazón a María. Digámosle cuáles son nuestras penas y cuáles son nuestros sueños y proyectos. ‘Vengan a mí, los que me aman’. ¿Por qué? Porque dice: ‘Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí. Los que me beban seguirán teniendo sed de mí’.

Díganme, de los que están aquí presentes, ¿quiénes son los que apenas por primera vez vinieron aquí? Por primerísima vez que no habían venido nunca. No veo manos levantadas. Aquí hay uno, dos y por ahí más. Pero son unos cuantos. Ahora levanten la mano los que ya han venido muchas veces. ¿Y qué es lo que han experimentado? Lo que dice aquí: ‘Los que vengan y me digan, y reciban de mí mi amor’. ¿Seguirán siempre teniendo necesidad de venir a esta casita sagrada? Porque hemos experimentado la maravilla de nuestra madre, María de Guadalupe.

Y ella entonces dice: ‘Los que me escuchan no tendrán de qué avergonzarse. Los que se dejan guiar por mí no caerán. Los que me honran tendrán una vida eterna’. San Pablo en la segunda lectura afirma cuál es el resultado de todo esto: ‘Alégrense siempre, se los repito, alégrense. No se inquieten por nada, más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración, la súplica llenos de gratitud’.

¿Y qué debemos hacer finalmente? El Evangelio ofrece una clave muy interesante para vivirla cuando nosotros hemos experimentado esta moción del espíritu, que se mueve en nuestro corazón de alegría porque hemos venido a ver a nuestra madre, porque nos ha ayudado en esta situación que vivíamos, porque hemos experimentado en la relación de mi familia, de mis vecinos, que hemos mejorado nuestras relaciones. Hagamos todos como María. Vayamos con aquella otra persona que también está viviendo esa misma experiencia, como María lo fue con Isabel, presurosa, rápida para compartir lo bueno que es el Señor.

No dejen ustedes de compartir con aquellos que saben que aman también a nuestra madre, compartir lo que han vivido aquí dentro, lo que han vivido en su interior, lo que han experimentado. No se lo guarden, hagan como María y experimentarán lo que ella vivió: Fíjense lo que hizo María con Isabel en cuanto escuchó el saludo de María. Quedó llena del Espíritu Santo. De esa manera se hace presente el Espíritu Santo con mayor fuerza, de tal manera que dice Isabel que la criatura que llevaba en su seno también se alegró con ella. El Espíritu Santo se hace presente intensamente cuando nos encontramos los discípulos de Jesús y compartimos lo que llevamos dentro.

Esto es lo que el Papa Francisco nos insistió en el Sínodo reciente de octubre, a través
de la conversación en el espíritu. Verdad, señor Nuncio, que estuvimos ahí. Abrir nuestro corazón a los demás, no tengamos miedo, compartir lo que llevamos dentro, así se hace el camino juntos y se construye la Iglesia sinodal, que necesita nuestra sociedad en este tiempo para que se fortalezca el testimonio, de que Cristo vive en medio de nosotros. Que así sea.

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