El que fuera secretario de Juan XXIII cumple hoy un siglo de vida fecunda Cardenal Loris F. Capovilla: ¡100 años bien aprovechados!
(José Luis González Balado).- Mi primer contacto con el hoy (14 de octubre de 2015) centenario Cardenal Loris F. Capovilla se remonta a cuando él aún no era cardenal y sólo tenía 57 años. Con osadía de principiante, hacía yo entonces prácticas de periodismo en Roma en el semanario político-religioso Orizzonti.
Eran días de trascendencia imaginable. Una semana antes había muerto un Pío XII que se evocaba como inigualable por cualquier posible candidato a sucederle.
Tras un largo cónclave, asomó como sucesor un imprevisto casi desconocido Angelo Roncalli. Al amparo de sorprendentes anécdotas, se le redujo el nombre al de simple Papa Giovanni. Tal fue la originalidad del nuevo Papa que los medios de comunicación no supieron ocuparse de otro tema durante toda la semana de la fumata negra entre su elección (28.10.1958) y coronación (4.11.1958).
Al día siguiente de su elección, Attilio Monge, inolvidable director del semanario en que uno hacía prácticas, recurrió a mi osadía de aprendiz de italiano estimulándome a que, a través de la centralita telefónica vaticana, intentase hablar con el desconocido secretario del nuevo Papa para pedirle que nos sugiriese el nombre de un profesional dispuesto a trazar, para Orizzonti, un retrato del nuevo Papa.
Lo de menos, a un largo medio siglo de distancia, es que el nombre que se nos sugirió y que cubrió muy bien el espacio disponible fuese un amigo desde la infancia del nuevo Papa redactor del diario Eco di Bergamo. Lo que recuerdo es que quien aquel atardecer del 29 de octubre de 1958 contestó a mi llamada telefónica era uno que se llamaba -lo habría de saber más tarde- Loris Francesco Capovilla. Un L. F. Capovilla que, tras estudiar en el seminario de Venecia, había recibido la ordenación sacerdotal en 1940, y que, antes de entrar al servicio del Patriarca Roncalli ex visitador apostólico en Grecia y Bulgaria (1942), luego en Estambul y Turquía (1944), y desde 1944 hasta 1952 nuncio apostólico en Francia, había desempeñado, a las órdenes del Patriarca-Arzobispo de Venecia Carlo María Agostini tareas sacerdotales en la Acción Católica, en cárceles y hospitales, y que asumiría luego la función de director del semanario diocesano La Voce di San Marco y de corresponsal del diario católico Avvenire d'Italia.
Más tarde la vida de Loris F. Capovilla experimentó un vuelco con el que no contaba. Fue cuando, fallecido el Arzobispo Carlo Agostini, Pío XII nombró para sucederle en Venecia a un Angelo Roncalli que había rematado su tarea de diplomático vaticano al frente de la Nunciatura en Francia, recién terminada la Guerra mundial.
El ex nuncio en París no era véneto sino lombardo, nacido y ordenado sacerdote en un pueblo de Bérgamo llamado Sotto il Monte, que cobraría fama mundial vinculada al recuerdo del Angelo Roncalli que llegaría a Papa humilde y santo.
Tras su nombramiento, Venecia esperaba al nuevo Patriarca con impaciente curiosidad.
Aunque no milagros, el pueblo véneto soñaba para el Patriarcado un hombre de Iglesia no menos apreciado que quienes ocupaban o habían ocupado las sedes arzobispo-cardenalicias de Florencia, Milán, Turín, Nápoles, Bolonia o Palermo...

Nada más ser nombrado el ex Nuncio vaticano aún residente en París, autoridades y pueblo de Venecia quisieron satisfacer su anhelo de conocerle. Para ello fue enviado a la sede de la nunciatura vaticana en Francia el director de la Voce di San Marco para que, animado de fiable discreción, vertiese en las páginas de su semanario un retrato humano-espiritual del nuevo Patriarca-Arzobispo.
El enviado sacerdote-periodista Loris F. Capovilla no se percató de que casi tan bien como le había caído a él el Arzobispo-Patriarca aún pendiente de tomar posesión, le cayó él al propio Patriarca-Arzobispo. Angelo Roncalli, que aún no había pensado en quien pudiese ocupar el cargo de secretario y de ayudante suyo, creyó descubrir en Capovilla al secretario ideal.
Lo pensó, pero no consideró conveniente decírselo. Prefirió "sondearlo" por medio de un colaborador suyo en la nunciatura. El resultado fue que, aunque el reportero Capovilla regresó a Venecia como tal, en la Nunciatura vaticana de París ya quedó fichado como colaborador especial y personal del nuevo Patriarca, que también lo mantendría cuando fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958 y eligió llamarse Juan XXIII. Por supuesto: el "fichaje" se concluyó sin discusión de sueldos ni de horarios.
La vida y gestos -¡todos!- del también conocido como Papa Giovanni fue pública y sin secretos. La de su fiel secretario, mientras vivió Juan XXIII, lo fue igualmente. Una vida de santidad. Juan XXIII está ya canonizado oficialmente, para todo el mundo, de cerca y de lejos: una canonización real y unánime desde antes de la oficial.
Don Loris F. Capovilla, que sigue vivo (repítese: cumple 100 años este 14 de octubre!) goza de una inmensa muy merecida estima, aunque lo de la santidad aún esté pendiente. ¡Muy natural, estando él vivo, con 100 años bien llevados a cuestas! La santidad es un calificativo personal. A él se le atribuye "participación" en la de San Juan XXIII.
¡El joven centenario Cardenal Loris F. Capovilla es, en parte, "ahijado" de tres Papas santos! De Juan XXIII en primer lugar. Del beato, grande, humilde, culto y sufrido Pablo VI, también. Ya mientras Juan XXIII fue un papa santo, Juan Bautista Montini profesó muy sincera veneración hacia el Papa que lo consideraba acreedor y sucesor virtual de la sede que Él ocupaba. A veces, para no "robar" tiempo al Papa Juan, el futuro Pablo VI-Arzobispo Montini optaba por despachar temas importantes con Loris F. Capovilla como intermediario. El cual confesó -uno es testigo de tal confidencia- reconocer trato afectuosamente privilegiado por parte de Pablo VI cuando Juan XXIII dejó en manos de su Sucesor las llaves de la Iglesia.
Inicialmente, Pablo VI tuvo a Loris Capovilla unos años a su lado, lo nombró y consagró obispo, teniéndolo por un tiempo todavía a su lado en el Vaticano en buena sintonía y amistad con su secretario oficial Don Pasquale Macchi. Poco después nombró a Capovilla obispo de una diócesis llamada Chieti-Vasto, de donde lo transfirió, con la categoría de Arzobispo, al santuario de Loreto, dependiente del Vaticano.
Cuando, alcanzada la edad canónica, Capovilla presentó la renuncia, el nuevo Papa Juan Pablo II asignó Loreto al que había sido secretario de Pablo VI Pasquale Macchi. Entonces Loris F. Capovilla se retiró al que fuera domicilio de Angelo Roncalli en Sotto il Monte, donde acaba de cumplir 100 años.
No lo he dicho aún y puedo/debo decirlo en honor y por gratitud a Loris F. Capovilla, que desde hace años retirado en Sotto il Monte, fue allí visitado por el Papa Francisco, que quiso también visitar la cuna de su santo -él lo declaró Santo- Juan XXIII. La visita le sirvió para visitar al hace dos años próximo a centenario Capovilla, al tiempo que anunció quererlo nombrar cardenal. Ya lo es: y desde el inminente día 14 (¡de octubre!) centenario.

No lo he dicho, dejándolo quizá sobrentendido: desde hace casi -¡o sin casi!- medio siglo, uno goza, con sincera/humilde conmoción de la generosa amistad de Loris F. Capovilla. Mi trato con él, archiocupado él más que yo entonces, fue muy limitado en tanto estuvo al lado de San Juan XXIII Papa. Desde en seguida después de su muerte, mientras permaneció en el Vaticano al "amparo" del excepcional protector suyo Pablo VI y próximo a monseñor Pasquale Macchi, lo visité varias veces, por él amistosamente acogido. Lo visité -ya en compañía de mi esposa Janet Nora, estimada y bien acogida por él- cuando fue obispo de Chieti-Vasto, en el centro-sur de Italia. Más veces aún lo visitamos en su domicilio de retiro, que heredó de Giovanni Roncalli de quien lo fuera también, de Sotto il Monte, en Bérgamo. A Sotto il Monte lo llamamos por teléfono mi esposa Janet y yo. Don Loris (tal es el trato familiar que nos acepta y sugiere, de simple sacerdote), nos contesta personalmente. Desde el principio tenemos pactado un acuerdo de recíproca intercesión y bendición de su parte. Cuando, desde su residencia de Sotto il Monte, percibe nuestra llamada telefónica, la acoge con una expresión que adelanta su promesa: Benedicat vos omnipotens Deus, Pater et Filius et Spiritus sanctus. Nuestra respuesta es de Amén y gracias. Una vez, hace años, nos citamos en la vaticana Plaza de San Pedro. Allí estaba con nuestro, también amigo y no menos suyo, el periodista escritor-biógrafo Marco Roncalli. Los cuatro -¡y muchos más!- nos habíamos citado allí con motivo de la Beatificación de San Juan XXIII...
Dicho ya y repetido que nuestro entrañable amigo -de mi esposa Janet Nora y mío, al que compartimos gozosos con muchos otros- el reciente Cardenal (hasta ahora único o pocos del Papa Francisco) está cumpliendo-acaba de cumplir cien muy venerables y fecundos años. Le felicitamos en nombre de todos los lectores de esta conmemoración, que ya lo conocieran y estimaran y que lo rememorarán en tal circunstancia centenaria. Una circunstancia con la que Usted, Eminentísimo Señor Cardenal Capovilla -por una vez y por tantas más simple familiar Don Loris- no contó. Me permito, con afectuosa gratitud, evocar una cita tomada de su/mi (¡y de tantos!) ilustre excepcional amigo escritor-periodista y más cosas Marco Roncalli (¡cuántas cosas dice su apellido, que no hace falta detallar!). Me hice ¡la conservo! con una página entera del Eco di Bergamo (pág 8, lunedì luglio 2007) donde Marco Roncalli, bajo el expresivo título Fedele alla Chiesa, fedele all'Uomo (Fiel a la Iglesia, fiel al Hombre) publicó una larga entrevista ilustrada con varias fotografías inolvidables en las que, en todas, aparece Su Eminencia, en dos al lado de San Juan XXIII.
Le he leído y releído, como otras cosas suyas, mi entrañable amigo. De tal entrevista me impresionaron numerosos detalles, que no he podido -¡ni deseado!- olvidar. Su -y mi- amigo Marco Roncalli, resobrino de San Juan XXIII, remata su larga espléndida entrevista accidentalmente "fechada" cuando Su Eminencia -que aún no lo era- estaba cumpliendo 92 años de vida, 77 de sacerdocio y 40 de episcopado. He leído y releído varias veces con sentimientos que se puede imaginar los párrafos finales, que transcribo: "Cuando uno se ha vuelto mayor y ya ha cumplido su parte, la tarea que le queda pendiente consiste en afianzar, en silencio, su amistad con la muerte. Ya no ha menester de los hombres. Ya ha encontrado con bastantes. El hilo de mi vida se ha desarrollado entre dos acontecimientos fúnebres: la muerte de mi padre, cuando yo tenía 6 años, y la de mi madre cuando ya tenía 69. Dentro de tal espacio resplandece el tránsito pentecostal del Papa Juan. Por ello, el Ángel de la muerte está a mi lado desde siempre sin ser un esqueleto con la guadaña en mano, sino un rayo de luz que rasga las tinieblas. Mi hora ya no puede estar lejos. La evoco a diario, a veces con una pizca de melancolía, y me preparo para el juicio sin presunción ni temor. No soy tan ingenuo que me pueda considerar un "justo". Conozco cuanto me atañe el resumen final. Me repito a menudo: He combatido el buen combate, he concluido mi carrera; he conservado la fe (2 Tim 4,7). Tengo confianza en los destinos del planeta Tierra. Sigo proponiendo atenuantes a las culpas de la humanidad, no por inclinación al vituperado buenismo sino por un deber de justicia atemperada por la misericordia. Por lo que se refiere a mi abandono de mi querido eremitorio y de las personas queridas, siento dentro de mí la llama de amor de San Francisco de Asís hacia todas las criaturas: "Quisiera llevaros a todas conmigo al Cielo" y me ratifica en la fe el credo del Papa Juan: "Mi jornada terrena está a punto de concluir, pero Cristo permanece vivo y la Iglesia prolonga su obra en el tiempo y en el espacio".