Prevost, el Pablo VI del siglo XXI o el 'normalizador' que Francisco eligió para consolidar su 'revolución' Cien días de León XIV: la continuidad sobria de la primavera sinodal

"León XIV, en cambio, es un Papa diferente. Y lo es en todo: en personalidad, en estilo y en ejercicio del papado. Francisco y León proceden de culturas religiosas distintas"
"Prevost es un Papa conectado, que entiende el mundo digital y sus dinámicas y que vive la cultura actual desde dentro"
"Mantener la continuidad sin rupturas profundas implica evitar enfrentamientos abiertos y buscar consensos, pero sin ceder ante presiones restauracionistas que reclaman un giro conservador. León XIV deberá mostrar cintura política y capacidad de diálogo para no alimentar la fractura interna"
"Cien días después, León XIV ha demostrado que se puede ser continuador sin ser copia, reformador sin ser revolucionario, y líder sin necesidad de estridencias"
"Mantener la continuidad sin rupturas profundas implica evitar enfrentamientos abiertos y buscar consensos, pero sin ceder ante presiones restauracionistas que reclaman un giro conservador. León XIV deberá mostrar cintura política y capacidad de diálogo para no alimentar la fractura interna"
"Cien días después, León XIV ha demostrado que se puede ser continuador sin ser copia, reformador sin ser revolucionario, y líder sin necesidad de estridencias"
No es fácil suceder a un Papa Magno. Francisco dejó una huella indeleble en la Iglesia católica: personalidad arrolladora, carisma, capacidad de improvisación y de gobernanza y, sobre todo, discernimiento y audacia. Se sabía guiado por el Espíritu y transmitía aplomo y seguridad de gobernante acostumbrado a decidir y a cargar con las consecuencias, para bien o para mal. Su sola presencia llenaba la escena eclesial y mediática.
León XIV, en cambio, es un Papa diferente. Y lo es en todo: en personalidad, en estilo y en ejercicio del papado. Francisco y León proceden de culturas religiosas distintas. El primero era hijo de la tradición jesuita, donde el superior concentra el poder y la toma de decisiones es vertical. El segundo, forjado en la escuela agustiniana, con superiores más democráticos, más colegiados y una vida comunitaria que imprime carácter.
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El sentimiento reflejado en redes sociales y medios de comunicación sugiere, por ahora, una recepción positiva del Papa Prevost. Sobre todo, después del subidón del millón de jóvenes en el Jubileo de Tor Vergata, remedando la misma cantidad que había conseguido reunir Juan Pablo II. Toda una proeza, sobre todo después de la ola de descrédito y falta de credibilidad que asoló a la Iglesia tras la plaga de los abusos del clero.
Tras la ‘consagración’ de León XIV por parte de la juventud, algunos destacan su capacidad para generar confianza y esperanza, mientras que otros, especialmente conservadores, celebran el fin de lo que percibían como una etapa de inestabilidad bajo Francisco. Sin embargo, las expectativas son altas, y su pontificado será puesto a prueba por desafíos internos (reforma de la Curia, sinodalidad) y externos (conflictos globales, avances tecnológicos).
A sus 69 años, León XIV es biológicamente joven para los estándares de la Curia. Está en buena forma (hace gimnasia y juega el tenis), se cuida y, si Dios quiere, tiene por delante un largo pontificado. Pero, además, es un hombre moderno, familiarizado con la tecnología, la inteligencia artificial y las redes sociales. Utiliza WhatsApp, exhibe un reloj inteligente Apple Watch, escribe emails y navega por Internet como cualquier persona de su generación. Es un Papa conectado, que entiende el mundo digital y sus dinámicas y que vive la cultura actual desde dentro.
Sobriedad y equilibrio: el nuevo estilo papal
Si algo define estos primeros cien días del nuevo Papa es la sobriedad. León XIV sabe que no puede competir en carisma con su antecesor y no busca titulares ni gestos espectaculares. Hay menos imágenes, menos metáforas, menos rupturas. Y, sobre todo, menos improvisaciones. Su estilo es más equilibrado, menos radical, más efectivo quizás por su capacidad de no incomodar, de no crear enemigos, de evitar enfrentamientos y polarizaciones. Cede en las formas para aunar y para evitar la fractura. No es un Papa de gestos, sino de fondo. No es un Papa de titulares, sino de textos leídos, reposados y pensados.

A la espera de las grandes decisiones —viajes, encíclicas, nombramientos— pospuestas para septiembre, la línea es clara: continuidad sin ruptura. El Evangelio, la paz, la unidad, la misericordia y el diálogo siguen siendo el núcleo del mensaje. El fondo es el mismo que el de Francisco, pero la aplicación es distinta, adaptada a una personalidad y un contexto nuevos.
La Iglesia y la opinión pública esperan señales claras: continuidad en el fondo (Evangelio, justicia social, unidad, paz, diálogo) y, al mismo tiempo, un estilo propio. El reto está en equilibrar la fidelidad al legado de Francisco con la necesidad de imprimir su propio sello. Cualquier paso que se perciba como ruptura puede generar tensiones, pero la excesiva prudencia podría ser leída como falta de liderazgo.
El clima eclesial actual está marcado por la polarización entre sectores reformistas y rigoristas. Mantener la continuidad sin rupturas profundas implica evitar enfrentamientos abiertos y buscar consensos, pero sin ceder ante presiones restauracionistas que reclaman un giro conservador. León XIV deberá mostrar cintura política y capacidad de diálogo para no alimentar la fractura interna.
La apuesta sinodal: reforma sin revolución
Dentro de esa continuidad se sitúa su apuesta decidida por la sinodalidad. León XIV no va a frenar la primavera sinodal: la Iglesia sigue en salida, impulsada por el Espíritu. Continúa la deseuropeización y la despatriarcalización, porque la exclusión machista hiere el cuerpo eclesial y cuestiona la universalidad de la Iglesia. Entre sinodalidad y colegialidad, todo indica que optará por la primera, pero siempre desde el posibilismo: sin forzar la máquina, sin romper el poliedro, sin revolución, pero sí con reforma seria y profunda.

Un ejemplo claro: la reforma del nombramiento de obispos, con mayor intervención de los laicos en todo el proceso. León XIV sabe que la sinodalidad no es solo método, sino contenido, y que la participación real del pueblo de Dios es la clave para una Iglesia más fiel al Evangelio y a su misión.
Prevost es, ante todo, un hombre de justicia social. Sus más de veinte años como misionero en Perú, cuna de la Teología de la Liberación, lo marcaron profundamente. Sabe que la liberación de los pobres es raíz del Evangelio y que la Iglesia debe ser samaritana, cercana y solidaria. Y en esta perspectiva ejerció su episcopado en Chiclayo, a pesar de ser una diócesis dominada por el clero del Opus Dei, que terminó amoldándose a las tendencias de su prelado. Su pontificado papal tendrá acento misionero, pero evitando la sacralización del papado y huyendo de los gestos rompedores. Quiere llegar al corazón de la gente con un lenguaje claro, sencillo y directo, sin intermediarios, pero sin molestar demasiado a un clero que, tras la sacudida conciliar, se volvió a sus cuarteles de invierno de los funcionarios de lo sagrado.
El reto de los nombramientos: el núcleo duro del pontificado
La continuidad se juega, en buena parte, en los futuros nombramientos curiales. León XIV deberá formar un equipo de confianza que represente la diversidad eclesial, sin caer en el reparto de cuotas ni en el inmovilismo. Los sectores internos juzgarán su liderazgo más por los nombres que por los programas, y cualquier decisión puede ser interpretada como señal de ruptura o de continuidad.
León XIV sabe que, al final, será juzgado por los nombramientos de prefectos y ‘allegados’ que realice tras el verano. Deberá formar su equipo, repartir juego entre tendencias y evitar el riesgo de querer contentar a todos y no contentar a nadie. Sabe también que, aunque el programa es importante, el aparato curial lo juzgará más por los nombres del organigrama curial que por las ideas. Y que el gran peligro es dejarse atrapar por el clericalismo de la Curia, esa tentación de los funcionarios de lo sagrado que buscan sobre todo privilegios y poder.

¿Se atreverá, por ejemplo, a seguir confiando en el cardenal Víctor Manuel ‘Tucho’ Fernández, el teólogo de cabecera del Papa argentino y, sobre todo, ‘bestia parda’ para el integrismo eclesial por atreverse a publicar la ‘Fiducia supplicans’? ¿A quién colocará en el dicasterio de Obispos, que tan bien conoce por haberlo regentado él mismo? ¿Seguirá nombrando más mujeres para puestos claves en los dicasterios de la Curia? ¿A quién elegirá para poner al mando del dicasterio de Culto Divino y suceder al cardenal Roche, al que el rigorismo católico acusa de ser el implementador de ‘Traditionis Custodes’ y, por lo tanto, el ‘justiciero’ del rito antiguo? ¿Hasta qué punto será capaz de mantener a raya el clericalismo curial y la endogamia institucional?
Es evidente que, el estilo sobrio y menos mediático de León XIV puede ser efectivo para evitar conflictos, pero corre el riesgo de generar desilusión o desconexión en sectores que esperan gestos proféticos o palabras contundentes. Deberá encontrar formas de mantener la cercanía con el pueblo de Dios y la credibilidad ante la sociedad, sin recurrir a estridencias, pero tampoco al silencio cómplice del que mira para otro lado.
La sobriedad en el liderazgo papal fomenta procesos de consulta y discernimiento más amplios y menos condicionados por la urgencia mediática o la presión de grupos particulares. El equilibrio en el tono y las formas invita a buscar puntos de encuentro y consensos duraderos, antes que soluciones rápidas o divisivas.
Sobriedad como distintivo
La sobriedad y el equilibrio son percibidos como signos de humildad y auténtico servicio, lo que refuerza la autoridad moral del Papa y de la Iglesia. Este testimonio facilita el diálogo, porque se basa en el respeto, la escucha y la búsqueda del bien común, más que en la imposición o el protagonismo personal.

Un estilo sobrio evita la saturación de gestos y mensajes, permitiendo que las palabras y acciones del Papa sean recibidas con mayor atención y reflexión. Esto da profundidad a los procesos de diálogo y evita el desgaste comunicativo que generan los excesos retóricos o los cambios bruscos de rumbo.
Su enfoque centrado en la unidad y la estabilidad, aunque necesario para pacificar tensiones internas, también corre el riesgo de interpretarse como una ralentización del proceso sinodal, lo que genera inquietud entre quienes veían en la sinodalidad una oportunidad para democratizar la Iglesia y abordar cuestiones como la inclusión de minorías o el rol de las mujeres. Si no se toman medidas visibles para revitalizar este proceso, los progresistas podrían sentir que el impulso transformador de Francisco se desvanece, erosionando la esperanza en una renovación estructural profunda de la Iglesia ‘semper reformanda’.
En definitiva, cien días después, León XIV ha demostrado que se puede ser continuador sin ser copia, reformador sin ser revolucionario, y líder sin necesidad de estridencias. La primavera sigue, pero con otro ritmo, otro tono y otro estilo. Porque, como él mismo sabe, lo importante no es sólo el camino, sino cómo se camina.
Como el león de su nombre, habitualmente tranquilo, pero capaz de rugir y mostrar colmillos cuando lo esencial está en juego. Ese será, previsiblemente, uno de los sellos de su pontificado: la serenidad cargada de convicción, la humildad con autoridad, la escucha con la firmeza de quien sabe que el tiempo eclesial es otro. Porque si Francisco fue la tempestad que agitó la barca, León XIV es la brisa constante que la hace avanzar sin dejar a nadie a la deriva. Y, en la calma, sigue la primavera y sigue soplando el Espíritu en la Iglesia.

Es importante señalar que los cien días son un período breve, y León XIV podría estar priorizando la consolidación de su liderazgo antes de abordar temas más divisivos. Su enfoque en la unidad y la estabilidad podría ser una estrategia para evitar las resistencias que Francisco enfrentó desde sectores conservadores, lo que, a largo plazo, podría facilitar reformas progresistas. Sin embargo, esta cautela puede generar impaciencia entre los progresistas, quienes temen que el impulso reformador de Francisco se diluya.
La parte más progresista de la Iglesia, en efecto, echa de menos en los primeros cien días de León XIV la audacia, los gestos simbólicos y las posturas claras que caracterizaron a Francisco en temas de inclusión, justicia global y reforma interna. Aunque León XIV no ha cerrado la puerta a estas prioridades, su estilo conciliador y su falta de iniciativas concretas podrían generar cierta desilusión entre quienes esperaban una continuación más enérgica de la agenda progresista. Pero, quizás, después de un Papa rompedor, la Iglesia necesite un papado más sosegado y menos rupturista, para equilibrar mejor los opuestos, sin olvidar la primavera de Francisco.
Además, en un mundo marcado por fuertes tensiones geopolíticas, culturales y sociales, como los conflictos en Ucrania y Gaza, la polarización política y los desafíos éticos de la inteligencia artificial, los sectores progresistas de la Iglesia anhelan un Papa con una voz profética que, aunque tranquila, ofrezca una guía moral clara y audaz. Si bien el Papa León XIV está mostrando, como queda dicho, un estilo conciliador que busca tender puentes en una Iglesia y un mundo divididos. Una profecía tranquila, caracterizada por gestos simbólicos y palabras que inspiren esperanza sin exacerbar divisiones, podría posicionar a la Iglesia como un faro moral en medio de la polarización.

San Agustín, el faro del ‘delfín’ de Francisco
En este contexto, las palabras de San Agustín (su santo de referencia espiritual) resuenan como un llamado para el pontificado de León XIV: "Ama y haz lo que quieras" (Dilige et quod vis fac, Sermón sobre 1 Juan 7,8). Esta máxima agustiniana invita a un liderazgo guiado por el amor evangélico, que podría inspirar a León XIV a combinar su enfoque unificador con una valentía profética. Si logra enraizar sus decisiones en este amor, como sugiere San Agustín, podrá transformar la cautela inicial en un pontificado que, con serenidad pero firmeza, guíe a la Iglesia hacia un futuro de esperanza y autenticidad en medio de un mundo dividido. El desafío para León XIV será, en los próximos meses, traducir esta invitación agustiniana en acciones concretas que mantengan viva la ilusión de los fieles, tanto progresistas como conservadores, sin perder el impulso transformador que la Iglesia necesita.
En este sentido, la exhortación de San Agustín, "no te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien" (Noli vinci a malo, sed vince in bono malum, Comentario a la Carta a los Romanos, 13,21), resuena como un llamado a que León XIV abrace una audacia pastoral que, desde el amor y la bondad, confronte valientemente los desafíos internos y externos de la Iglesia, transformando su prudencia en un testimonio valiente que inspire y renueve la esperanza de los fieles en un tiempo de crisis profundas y sistémicas.
En los primeros cien días del pontificado de León XIV, la historia parece repetirse con ecos del gran impulso que supuso el Concilio Vaticano II. Si Francisco fue el “Juan XXIII” de nuestro tiempo—el Papa de los grandes gestos, la apertura y los “aggiornamenti”—, Prevost parece estar encarnando el papel de Pablo VI: el hombre del equilibrio, de la consolidación y de la calma tras la tempestad. Tras la creatividad y la profecía bergoglianas, llegan sus primeras señales de normalización, de consolidación prudente, como quien baja la espuma después de la marejada inicial.
Todo indica que León XIV fue, efectivamente, el candidato de Francisco, su “delfín” cuidadosamente buscado y promovido para garantizar la continuidad, pero también la gobernabilidad. En estos meses, se constata que Bergoglio tenía clarísimo que, después de los arreones de los últimos años, la Iglesia necesitaba un pontífice capaz de tranquilizar a la Curia sin formar parte de sus intrigas, de calmar a los progresistas sin aliarse ciegamente con ellos y, al mismo tiempo, de dar garantías de moderación a los tradicionalistas, incluso sin compartir sus tesis. Se trata de consolidar el cambio sin desgarrar el tejido eclesial con bandazos bruscos. Para salvar el mayor bien de la comunión eclesial. Por eso, el lema del Papa León XIV es ‘in illo unum”.

El Papa Prevost se perfila, pues, como el “normalizador” tras el visionario, el confirmador tras el pionero. No hace falta grandes revoluciones, sino sosiego, cauce y madurez en la recepción de las reformas. Igual que Pablo VI supo traducir el espíritu conciliar en cauces institucionales y pacificar a una Iglesia convulsionada por el Concilio, ahora Prevost ofrece, en estos cien días, un liderazgo sereno pero firme, dispuesto a tender puentes y a asegurar que el largo proceso de renovación no se torne en guerra de trincheras, sino en camino compartido hacia una Iglesia más sinodal, universal y madura. La primavera continúa y nadie la podrá parar.
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