Una gran mayoría, rebautizada de agnóstica, se pregunta, en medio de tantos desastres, naufragios y genocidios, dónde está Dios y por qué permite tales barbaridades.
Si no se ha muerto, al menos está desaparecido. Recuerdan la pregunta que le hacen a Bonhoeffer en la cola del crematorio de Flossenbürg. El teólogo, victima mortal del nazismo, contesta que Dios está en la cola. Es ese que va delante nuestro.
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Desde nuestra fe mejorable quedamos perplejos al ver que un centro de refugiados o de exterminio es un lugar teológico y que Dios no es literalmente omnipotente. Nada puede ante guerras ni terremotos. Se muestra detrás de toda pregunta existencial que nos habita y que nos toca responder.
Dónde está Abel o por qué dormíamos tras los matorrales en Getsemaní. Con sus permanentes interpelaciones, diluye la culpa junto con la idea de estar para solucionarnos los problemas sin nuestra intervención, y menos a costa de nuestra libertad y responsabilidad. Él está en la pregunta : “y el otro,¿dónde está?”. Buscarnos y buscarle, al buscar al otro, es cosa nuestra. Si nada encontramos, quizá los desaparecidos seamos nosotros.