"Alteridad o muerte. No hay otra alternativa" Ética o barbarie
"En estos tiempos duros, oscuros y pardos (lo digo por los fascismos o neofascismos en alza y expansión) es preciso alzar la bandera de una ética responsable y liberadora y una política asentada en ella, que reivindica dignidad para todos, fraternidad y liberación para los explotados y desposeídos de la tierra"
"Creo que éste debe ser el norte de nuestra reflexión y de nuestra práctica. No hay otra salida para nuestro mundo. Fraternidad o muerte, ética o barbarie. La ética es un motor (o debe ser) de libertad y de liberación y por eso deber ser activada"
| José María Aguirre Oraá
«No hay otra alternativa. O se opta por el desarrollo y la organización normativa o se elige la mano invisible del mercado, la violencia del más fuerte y de la arbitrariedad. El poder feudal y la justicia social son radicalmente antinómicos. “Adelante hacia nuestras raíces”, exige el marxista alemán Ernst Bloch. Si no restauramos urgentemente los valores de la Ilustración, la República, el derecho internacional, la civilización tal como la hemos construido durante doscientos cincuenta años en Europa, van a ser cubiertos, tragados, por la selva».
Jean Ziegler (Observador-Relator de la alimentación. Comisión de la ONU de los Derechos Humanos)
Una mirada al pasado
En estos tiempos duros, oscuros y pardos (lo digo por los fascismos o neofascismos en alza y expansión) es preciso alzar la bandera de una ética responsable y liberadora y una política asentada en ella, que reivindica dignidad para todos, fraternidad y liberación para los explotados y desposeídos de la tierra. Creo que éste debe ser el norte de nuestra reflexión y de nuestra práctica. No hay otra salida para nuestro mundo. Fraternidad o muerte, ética o barbarie. La ética es un motor (o debe ser) de libertad y de liberación y por eso deber ser activada.
La alteridad es una cuestión que afecta al núcleo mismo de la ética. Y la alteridad se refiere al otro, al alter ego, a los que se encuentran junto a nosotros, a nuestros próximos. El término prójimo designa en un primer momento a aquella persona que está próxima, cercana. Pero su significado se ha ampliado y se ha extendido para designar también a toda persona humana. Hagamos un poco de historia. En el Antiguo Testamento se utilizan dos expresiones que pueden ser traducidas a nuestro universo cultural como hermano y compañero. Posteriormente el término se ampliaría para designar a los compatriotas. La palabra prójimo posee unas raíces bíblicas indudables y designa a las personas que se encuentran próximas y deben ser amadas como la propia persona. Levítico 19, 18 afirma con rotundidad «No serás vengativo, ni guardarás rencor a tus conciudadanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor». Pero se sabe hoy que mucho antes que los autores bíblicos (probablemente éstos se inspiraron en él), el Código de Hamurabi planteaba esta misma exigencia ética.
Avanzando en el tiempo encontramos que los evangelios sinópticos, los tres, ponen en boca de Jesús de Nazareth estas mismas palabras como el principal «mandamiento» que deben cumplir los que le sigan: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Esta norma ética encierra una exigencia radical, ya que plantea amar a la otra persona, al prójimo, como a uno mismo. Además, este concepto de prójimo se amplia en los evangelios, ya que no se aplica sólo a los que viven en proximidad (son conciudadanos), sino a cualquier persona humana. La universalidad de esta propuesta ética y su exigencia radical han pasado a nuestro acerbo cultural ético y configura de manera decisiva nuestras culturas, aunque parezca para muchos una norma «utópica» o insensata. Unas perspectivas semejantes encontramos en otras latitudes culturales: en la propuesta ética de Lao-Tsé o en el amor o compasión preconizados por Buda.
La originaria relación yo-tú es anterior a toda forma objetiva determinada de comunidad (familia, sociedad, Estado). Estas formas objetivas reciben de la interpersonalidad originaria su posibilidad, sentido y finalidad y, en consecuencia deben ser «medidas» por ella. Por lo tanto, cualquier organización humana social y política debe medirse en relación al respeto escrupuloso de la intersubjetividad humana, sin cosificar, esclavizar o aniquilar al otro, al prójimo que somos todos. Como dice José Manzana: «La presencia del otro en mi mundo revela la "injusticia" de mi yo como mero poseedor-dominador de mi mundo [...] Sólo la aceptación del otro en mi mundo (la fraterna hospitalidad y comunicación del mismo mundo con el otro) me libera del "salvajismo" en que yo mismo me desprecio y me permite afirmarme en dignidad. Mi justificación es lapráctica de la justicia».
Siempre será absolutamente malo cosificar y reducir al otro a la condición de medio o instrumento de mi capricho, de mi interés o de mi sistema de ideas y valores. En palabras de Levinas: «El yo humano se implanta en la fraternidad: que todos los hombres sean hermanos no se agrega al hombre como una conquista moral, sino que constituye su ipseidad. Porque mi posición de yo se efectúa en la fraternidad, el rostro puede presentarse como rostro. La relación con el rostro en la fraternidad en la que el otro aparece a su vez como solidario con todos los otros, constituye el orden social...» En esta relación ética fundamental que constituye además la propia identidad humana (y no resulta un añadido a su esencia ya constituida), el prójimo no solo es el prójimo biológico, clánico o el conciudadano, sino que es toda persona humana existente. La reflexión filosófica nos muestra que el prójimo alcanza una universalidad en el espacio y en el tiempo que supera cualquier barrera o límite moral. El prójimo es todo prójimo, porque toda persona debe ser respetada y valorada. Si comenzamos a hacer excepciones, también nos las harán a nosotros y entraremos en un bucle interminable de relativismo o de funcionalidad humana.
Revirtiendo la cuestión de prójimo
Hemos recordado la entraña bíblica del tema y del concepto de prójimo. Leyendo atentamente los evangelios sinópticos, descubrimos una perspectiva que puede ser motivo de inspiración para la reflexión filosófica. En los textos en los que se le pregunta a Jesús de Nazaret quién es mi prójimo y cómo hay que comportarse ante él, las palabras de Jesús invierten de manera sustancial el sentido de la pregunta. Se pregunta quién es prójimo y se responde cómo hay que hacerse prójimo de aquellos que están en una situación de desamparo. Prójimo es aquél que se hace próximo de las necesidades y de los sufrimientos de los otros, de las otras personas. La otra persona (su rostro, su mirada, su situación) me interpela radicalmente para respetarla como persona. «El infierno no son los otros», en contraste con lo que afirmaba de manera brutal Sartre, el infierno es el rechazo a respetar a los otros, la actitud de no respetar a los otros. La reflexión filosófica actúa como un bumerán. Lanzamos la cuestión sobre nuestro prójimo, sobre el «otro» y la pregunta de Jesús vuelve interrogándonos por nuestra actitud ante él. No hay prójimo, si no somos prójimos.
Esto significa que la afirmación absoluta del otro constituye el contenido nuclear de toda moralidad tal como la vive la conciencia en el discernimiento entre el bien y el mal. Por eso el contenido definitivo de la afirmación moral no es un mundo de valores que remitiría a mi subjetividad dominadora como si yo fuera la fuente de valorización, sino la persona concreta-individual que me sale al encuentro y me constituye humanamente. Lo que se afirma no es una idea, una legalidad o un valor, sino la persona concreta e individualmente ahí presente, el tú inmediato que está ante mí y la comunidad real de las personas que me rodean en su directa mismidad.
Además es necesario resaltar el carácter incondicionado de esta afirmación moral. Afirmar al otro incondicionalmente en su mismidad concreta-individual, es afirmarlo independientemente de toda circunstancia y situación y, por lo tanto, con exclusión de toda posible excepción. Siempre será absolutamente malo cosificar y reducir al otro a la condición de medio o instrumento de mi capricho, de mi interés o de mi sistema de ideas y valores. Siempre será absolutamente malo esclavizar, oprimir, degradar, expoliar, frustrar, asesinar, embaucar, timar, chantajear o enrolar forzosamente a cualquier persona como simple material humano en cualquier empresa «terrena o divina».
La responsabilidad hacia las otras personas nace fundamentalmente de nuestra constitutiva relación social con los otros. El reconocimiento de la radical libertad del hombre no está en contraposición con el carácter constitutivamente interpersonal de su existencia. Ambos deben ser vistos como componentes necesarios y esenciales de una única existencia humana, como el anverso y el reverso de una misma moneda, que solo en su unidad tiene valor «legal» y «práctico».
Responsabilidad y deber ser
Pero la responsabilidad hacia las otras personas significa mucho más que el mero reconocimiento de la existencia de otras personas. Esto se nos impone a cualquier persona. La responsabilidad ética supone entrar en el ámbito, no de lo de que existe meramente, de lo que simplemente es, sino de lo que debe ser. Es un dato ético y como tal un dato de conciencia. Con Kant diríamos que es un tema de razón práctica, un hecho de la razón práctica. Para Kant la libertad y la autonomía del sujeto suponen el reconocimiento recíproco de todos los demás como libres y autónomos también. Le repugna a la razón práctica (evidentemente «trabajada» históricamente por las corrientes de pensamiento «humanista») concebir a las demás personas como medios. En la Fundamentación de la metafísica de las costumbres señalaba: «Actúa de modo que consideres a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de todos los demás, siempre como fin y nunca como medio», aunque Kant abandonó esta formulación en la Crítica de la Razón práctica por un imperativo más formal: «Actúa de modo que la máxima de tu voluntad tenga siempre validez, al mismo tiempo, como principio de legislación universal». Sin embargo, afirmar que la máxima (subjetiva) se convierta en ley universal (objetiva), supone que la substancia ética que la atraviesa es la misma: el reconocimiento recíproco e igualitario de todos los hombres y de su dignidad. En palabras de Levinas: «ser libre es construir un mundo en el que todos puedan ser libres».
Desde el momento en que hay otros seres humanos, aparece una responsabilidad inexcusable frente a ellos que se «impone» a nuestra conciencia. Mi libertad es, de manera originaria y constitutiva una exigencia frente a otra libertad: en consecuencia la libertad debe hacerse responsable de sí misma frente a esta otra libertad. Pero esto implica también hacerse responsable de esta otra libertad. José Manzana afirma: «La elección consciente por la cual existe el hombre, implica, por lo tanto, la atención a una posible universalidad y el "con-sentimiento" con la libertad de los otros y en último término con todo hombre». Pero sabemos (fue la gran crítica de Fichte, luego recogida por Marx) que la acción moral de la persona humana, su responsabilidad moral, no puede reducirse a una ética de la intención y de la interioridad, sino que tendrá que consistir en el establecimiento de las condiciones reales de una comunicación e interacción interpersonal y social en libertad y fraternidad. El actual papa León XIV lo tiene también claro en su último escrito, citando además explícitamente al Papa anterior, a Francisco: «Debemos comprometernos cada vez más para resolver las causas estructurales de la pobreza. Es una urgencia que “no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras”. La falta de equidad «es raíz de los males sociales»
Husserl hablará de que el fenomenólogo tiene como profesión por vocación la responsabilidad por el ser humano de la comunidad humana; es un funcionario de la humanidad, que trabaja para la humanidad en cuanto tal, debiendo ser el portavoz de los intereses supremos de los seres humanos en cuanto seres humanos. Mounier, que defendía la necesidad de conjugar a Marx y a Kierkegaard, señalaba que la responsabilidad hacia las otras personas fundamentada en el amor y en la comunión, se realiza, «cuando la persona toma sobre sí, asume el destino, el sufrimiento y la alegría, el deber de los otros». Nada de solipsismo, ni de individualismo.
Quizás por ello el concepto de responsabilidad hacia la persona deba adoptar el clásico término filosófico de emancipación o el más reciente de liberación. Ser responsable de la suerte y de la libertad de los otros significa liberar al hombre de todas sus servidumbres y opresiones. Por eso la responsabilidad no tiene sólo una dimensión interpersonal (que le es absolutamente constitutiva), sino unas implicaciones mucho más amplias, sociales y políticas.
Diversos campos de emancipación
Pasar de las exigencias éticas a la concreción de las decisiones prácticas supone analizar la situación (tanto interpersonal como estructural) y tener empatía para poder hacerse «responsable» en verdad de los desafíos a los que nos enfrentamos. Si la realidad se convierte progresivamente en una realidad mundial «planetaria», la responsabilidad, en consecuencia, también debe convertirse en planetaria, en «cosmopolita». Desarrollar una responsabilidad de dimensiones éticas y políticas, dentro de una realidad planetaria y con una conciencia planetaria, consiste fundamentalmente en responder a los desafíos que tienen planteados las mayorías de nuestro planeta, a su grave situación de pobreza, de explotación y de inhumanidad, si no queremos permanecer enclaustrados en nuestra ceguera etnocéntrica «occidental». Solamente a partir de una reflexión y una acción responsabilizada vitalmente (de manera afectiva e intelectual) con la situación de las mayorías populares y de los pueblos oprimidos se hace posible producir fermentos de liberación capaces de establecer un espacio social verdaderamente humano para todos.
Además de esta responsabilidad social y política universal, quisiera indicar tres campos de responsabilidad que han emergido históricamente en estas últimas décadas y que requieren también una atención importante: la ecología, las culturas y la condición femenina. El ser humano no solo es un ser interpersonal e histórico: es un ser cósmico, que se hace con y en la naturaleza. Por eso necesitamos activar una responsabilidad ecológica, que de ninguna manera es extrínseca a la condición humana. Cada vez somos más conscientes de la necesidad de cambiar nuestros esquemas teóricos y prácticos de dominio desorbitado de la naturaleza, que nos han llevado por una pendiente desenfrenada de expolio utilitarista y desigual de nuestro cosmos. Debemos trabajar por un equilibrio de la relación hombre-naturaleza para no deteriorar o destruir nuestra propia condición de seres cósmicos. Debemos «domesticar» y dirigir racionalmente nuestra ciencia y nuestra técnica, para que no queda abandonada a su propia lógica, a una racionalidad instrumental y pueda ser encauzada conforme a finalidades humanas de libertad, disfrute y justicia para todos. El futuro del planeta y en consecuencia de la humanidad exige medidas concretas y rápidas. La sobriedad productivatiene que convertirse en una norma de la actividad humana.
Además, las personas viven dentro de culturas propias que les proporcionan enraizamiento, sentido y finalidades para su vida y para su actuación. Cada cultura es una parte del caleidoscopio plural y multiforme de la cultura humana universal. Por eso es necesario respetar el libre desarrollo de las culturas y promover intercomunicaciones culturales que las enriquezcan. Con frecuencia la mundialización de la economía y de la industria cultural con el dominio de los medios de comunicación de masas por las culturas dominantes arrasa las culturas más pequeñas, impidiendo el desarrollo autónomo de sus potencialidades. También aquí «el pez grande se come al chico», como en otros muchos campos de la vida humana. Es necesaria, por consiguiente, una labor de empuje y de resistencia que permita un universo de pluralidad de culturas en respeto e intercomunicación. De modo parecido a como sucede entre las personas, las intercomunicaciones culturales sólo son positivas desde el profundo respeto a la propia autonomía y libertad de cada cultura.
Por último pero no en último lugar, hay que subrayar que el mundo femenino, lo femenino, ha emergido en nuestras sociedades con la fuerza de esos oleajes de fondo que no conocen límites ni respetan convenciones ni latitudes. En todas las sociedades, aunque no siempre sea con la misma intensidad ni con el mismo ritmo, bulle esta problemática que busca superar los parámetros «patriarcales y varoniles» tradicionales. Responsabilidad significa reinventar nuevas relaciones y nuevos roles entre los hombres y las mujeres, de manera que puedan transformarse el ejercicio del poder, las relaciones socio-económicas, las producciones culturales... con la ayuda de las sensibilidades femeninas. De nuevo se trata de acoger, respetar e impulsar las diferencias que enriquecen, comunican y amplían horizontes.
Es preciso aunar la razón y la voluntad. Es necesario movilizar ambas para actuar de manera responsable y eficaz. Pero también deberíamos impulsar con todas nuestras fuerzas la esperanza. Hay que reivindicar una razón-esperanza o una «razón esperanzada». Sólo quien posea esta esperanza o quien la active, tendrá posibilidades de descubrir nuevos sentidos, brechas de luz, horizontes de emancipación que puedan conducir a recrear nuestras culturas, nuestra civilización, a desarrollar sus posibilidades humanizadoras y a combatir sus prácticas deshumanizadoras y opresivas. Ética o barbarie.