"El orgullo está en la base de muchos fracasos humanos" Felicísimo Martínez: "Para azuzar la pastoral del miedo hay que buscar culpables"

El cuerpo de San Francisco Javier, en Goa
El cuerpo de San Francisco Javier, en Goa

"En la Edad Media el recurso a los sentimientos religiosos y a las prácticas de la piedad popular eran la herramienta más a mano para enfrentar la situación"

"Vivimos en una cultura de la disculpa o de la exculpación. La culpa siempre la tiene el otro. Si no la tiene Dios, alguien tiene que ser culpable de lo que está pasando"

"Ojalá este momento se convierta en momento de lucidez para rectificar el rumbo"

¡Llegó el Coronavirus! Que cunda la lucidez, pero que no cunda el pánico. En todo caso, en circunstancias como esta es perfectamente normal y humano el miedo, e incluso el pánico. Pero el miedo sólo ayuda cuando trae consigo precaución. Los demás miedos son enemigos de la salud. La lucidez, por el contrario, es muy saludable.

En el siglo XIV Europa vivió una situación similar de pánico, con muchos menos recursos para enfrentarla. Tuvo lugar la llamada “peste negra”, una pandemia causada por una bacteria, que causó una mortandad masiva. Además, se juntaron muchos desastres: el cisma de Occidente, la guerra de los cien años, la amenaza del imperio turco, hambrunas sin cuento… Se multiplicaron las visiones apocalípticas, se buscaron explicaciones satánicas, se anunció el fin del mundo y la llegada del anticristo, se aventuró la ruina de Roma y de la Iglesia…

Algunos artistas plasmaron este dramatismo del fin del mundo en sus cuadros sobre el juicio final: Signorelli en Orvieto, Miguel Ángel en la Capilla Sixtina… Se cantó con terror el Dies irae (Día de la ira). Hasta un Concilio, el V de Letrán, tuvo que prohibir a los predicadores anunciar el fin del mundo y la venida del anticristo.

Se juntaron todas aquellas circunstancias para provocar y alimentar en catequistas, moralistas y predicadores la “pastoral del miedo”. Era relativamente fácil en aquel momento reaccionar así. Había una visión religiosa del mundo y de la historia. El recurso a los sentimientos religiosos y a las prácticas de la piedad popular eran la herramienta más a mano para enfrentar la situación. ¡Apenas podemos imaginarnos hoy la impresión que causarían las procesiones de los flagelantes por las calles de las ciudades europeas!

Flagelantes
Flagelantes

Para azuzar la pastoral del miedo había que buscar culpables. Había que culpabilizar para urgir la necesidad de salvación en las personas. Había que insistir en la impotencia humana para promover la fe en la omnipotencia divina. Había que conjurar el miedo mediante el recurso a la religión. No todos reaccionaban así: algunos culpaban a Dios y recurrieron a la blasfemia, que es como una jaculatoria o una oración al revés. (Algún viñador arrojó al santo patrón de la viña a las heces del vino, porque la vendimia no había salido como él esperaba).

Incluso se llegó a escribir una especie de manual para acompañar a los moribundos y a sus acompañantes. El título del manual lo decía todo: Ars moriendi (El arte de morir). Para luchar contra el miedo nada mejor que convertir la muerte en un arte. Pero se trataba ciertamente de un arte dramático. En la versión gráfica de la obra aparecían ángeles y demonios en la cabecera de la cama disputándose el alma del moribundo. Pero también aparecían inventariadas las tentaciones más salientes en las que las personas se jugaban su futuro eterno: la duda de fe, la desesperación, el apego al mundo, la blasfemia a causa del sufrimiento, el orgullo humano.

Hoy ha bastado el ataque despiadado del coronavirus para colocar a la humanidad en una situación similar. Y la situación es, si cabe, más dramática porque sucede cuando la ciencia y la técnica tocaban con sus dedos el paraíso de la felicidad, de la inmortalidad, de la divinidad. Estos son los tres grandes objetivos del transhumanismo. La situación es más humillante porque tiene lugar cuando la humanidad se sentía cercana a la autosuficiencia total. El orgullo está en la base de muchos fracasos humanos. En las reacciones van apareciendo brotes interesantes de lucidez, pero también van apareciendo numerosos brotes de miedo, histeria y pánico. Y, a pesar de encontramos en tiempos de secularización y laicismo, no ha estado ausente de las reacciones el fenómeno religioso.

La mesa de los pecados capitales. El Bosco
La mesa de los pecados capitales. El Bosco

También ahora hay brotes de aquella pastoral del miedo. Pero no es de recibo apelar al miedo para forzar la conversión. Esas conversiones suelen durar lo que dura la desgracia. Superada ésta, ya no hace falta recurrir a Dios. Esas conversiones no convencen ni a Dios mismo.

También ahora brota la “pastoral de lo negativo”. Cuando a mediados del siglo pasado comenzó a arreciar el vendaval de la secularización, algunos teólogos denunciaron esa “pastoral de lo negativo”. No hemos de intentar probar la necesidad de Dios desde el fracaso humano o desde la debilidad. El Dios resultante es un Dios utilitario y funcional, que a la postre acaba siendo un Dios inútil, como tantas herramientas de usar y tirar. “Tapagujeros” se llamó a este Dios. El teólogo y mártir D. Bonhöffer insistió desde prisión: “Hay que alimentar la fe en Dios y la conveniencia de su presencia precisamente desde el éxito humano, desde lo más positivo de la historia”. Ese es el Dios que vale la pena, que merece confianza, que no dispensa a los seres humanos de sus responsabilidades históricas.

No es bueno aprovechar el momento del coronavirus para alimentar la pastoral del miedo y la apologética de lo negativo. Corremos el riesgo de entronizar de nuevo al Dios intervencionista, con el riesgo de que, superada la crisis, lo bajemos de nuevo del pedestal. Tampoco es el momento para que los que se las daban de ateos comiencen a meter a Dios y a los creyentes en el asunto del coronavirus, bien pidiendo las oraciones de los creyentes o incluso responsabilizando del coronavirus a un Dios en quien no creen. También el ateísmo debe mantener una cierta coherencia y evitar la blasfemia, o las jaculatorias al revés.

"No hemos de intentar probar la necesidad de Dios desde el fracaso humano o desde la debilidad. El Dios resultante es un Dios utilitario y funcional, que a la postre acaba siendo un Dios inútil"

Desde la fe cristiana la primera obligación es evitar toda moralización de esta situación. El coronavirus no es ningún castigo de Dios a “esta humanidad a la que Dios tanto ama”. Es preferible achacar la situación a errores de la propia humanidad. Alguien tituló su editorial en un periódico local: “Pero, ¿en qué estábamos pensando?”. No es castigo de Dios, pero sí puede ser consecuencia de nuestras incoherencias. En este sentido es acertado decir que en el pecado va la penitencia. Ojalá este momento se convierta en momento de lucidez para rectificar el rumbo.

Desde la fe cristiana también es preciso evitar la tentación de buscar culpables. Vivimos en una cultura de la disculpa o de la exculpación. La culpa siempre la tiene el otro. Si no la tiene Dios, alguien tiene que ser culpable de lo que está pasando. Buscar culpables es agravar el problema, porque la culpa siempre implica mala voluntad, intenciones torcidas. No. Es preferible tomar otro camino: asumir responsabilidades. La responsabilidad nos acerca a las soluciones. La culpabilidad solo busca castigo.

Desde la fe cristiana es justo y necesario orar y hacerlo con intensidad, ejercitarse en la fe y arrimar el hombro. Pero ni la fe ni la oración son para pedir a Dios que acabe con el virus como por arte de magia. Y entonces muchas personas, creyentes y no creyentes, preguntan: ¿Para qué sirven la fe y la oración?

Piedad negativa. "Detente, enemigo: el Sagrado Corazón de Jesús está conmigo"
Piedad negativa. "Detente, enemigo: el Sagrado Corazón de Jesús está conmigo"

Para encontrar sentido, a la luz de la fe, a cuanto acontece en la historia humana y respetar el enorme misterio que nos rodea en la bonanza y en la adversidad. Para encontrar fortaleza en nuestra fragilidad y enfrentar con confianza situaciones tan dramáticas como la del coronavirus.

Para crecer en humildad, responsabilidad y solidaridad en momentos como estos en los cuales todos necesitamos de todos. Impresionante es el testimonio de solidaridad de numerosas personas que están arriesgando sus vidas para correr a socorrer todo clase de necesidades.

Para hacer conciencia de las grandes potencialidades y cualidades que Dios ha puesto en la humanidad, en creyentes y no creyentes, y hacer conciencia de la necesidad que todos tenemos de todos. Para enfrentar una eventual situación de muerte con la firme esperanza de que Dios no puede permitir que nuestra vida termine en fracaso.

En este sentido el creyente se atreve a confesar en medio de la lucha contra el coronavirus: “El Señor es mi fuerza, mi roca y salvación”. Eso es la oración. Eso es la fe. A la luz de la fe siempre es posible encontrar sabias lecciones en la adversidad y comenzar a vivir la vida con nuevas claves. Estamos muy necesitados de lo uno y de lo otro.

Medicina medieval. Códice miniado
Medicina medieval. Códice miniado

Volver arriba