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"¡Viva la Navidad! ¡Felices Fiestas! ¡Y vivan las gentes que se alegran con ellas!"
“Para vivir la vida hay que mirar adelante; para entenderla, mirar hacia atrás” (A. Banderas).
Nos están lloviendo, cada día, noticias de desconcierto y quejas por el cambio de lenguaje a la hora de felicitar las Navidades. Que si mejor expresarlo con lo de ¡Feliz Navidad!, que está en la base de nuestra cultura europea, que si es más de actualidad, más universal, y no sé cuántas cosas más.
No a lo de ¡Felices Fiestas! Hoy, casi todo, es llevado -y manipulado- al campo político. Pero, la realidad es que el sustrato de estas entrañables Fiestas está en las grandes celebraciones de las Saturnales romanas, que curiosamente coincidían, según el calendario Juliano, con el 25 de diciembre.
Era el solsticio de invierno, cuando los días son más cortos y las noches más largas. Porque el dios-sol está mortecino y hay que reanimarlo para que siga dando luz y vida. La música, las luces, los regalos y toda esa parafernalia de un ambiente festivo podemos decir que la adaptaron los cristianos a las fiestas conmemorativas del nacimiento de Jesús, sol de justicia, y del que, curiosamente, desconocemos la fecha. Y en esas andamos.
Siguiendo los procesos de toda cultura o religión nuevas, se puede comprobar una superposición de los nuevos conceptos que fundamentan una nueva institución triunfadora. Por otro lado, no olvidemos que el pueblo se siente atado a las celebraciones atávicas que enlazan con los ritos mitológicos que tratan de explicar –todos ellos- los sempiternos misterios de la vida del hombre sobre la tierra: de dónde venimos, qué hacemos aquí, a dónde vamos tras la muerte.
Además de ello, la inversión religioso-cultural de un pueblo es siempre deficiente, en cuanto a su relación con sus celebraciones rituales, con la tradición real de las creencias y con los usos oficiales reinantes en ambos momentos. Ello explica las grandes contradicciones entre los elementos celebrativos. Por ejemplo, poco tiene que ver Papa Noël con Jesús.
En el fondo, antes que las creencias y tradiciones, están los enigmas vitales y sus respectivos los ritos –sobre todo los festivos- que llevarían a buen puerto a los tres grandes interrogantes vitales citados más arriba. Dicho de otra manera, estas y otras celebraciones intentarían mejorar la felicidad de las gentes, tanto en este valle de lágrimas -como afirman algunos-, como en su proyección justiciera del futuro incierto.
Celebremos pues, disfrutemos de este remanso humano y social que representan estos días tan populares y tan sabrosos –incluyendo los sabores gastronómicos. Podemos enunciarlos indistintamente con los vocablos ¡“Feliz Navidad” o “Felices Fiestas”! Lo importante es el espíritu festivo, ya sea de un signo o de otro. Porque lo contrario no es sino ganas de enredar, o peor aún, de llevar los propios prejuicios o las aguas políticas a sus respectivos molinos.
¡Viva la Navidad! ¡Felices Fiestas! ¡Y vivan las gentes que se alegran con ellas!
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