Alessandro Gisotti analiza para RD los ochos años de la elección de Bergoglio Francisco: el pastor que sigue caminando en busca de la fraternidad

"En este cambio de época marcado por la pandemia, colma de miedo y sufrimiento, hemos podido reconocer en su persona y en sus gestos -mas aún que en sus palabras- el estilo evangélico con el que Francisco se presentó desde la logia central de la Basílica de San Pedro: un obispo que camina con su pueblo y que lucha sin miedo por él"

"De Lampedusa al África Central, de las favelas de Río de Janeiro a los suburbios de Maputo, Francisco nos muestra lo que significa estar cerca de los que sufren"

"Después de ocho años, y más aún hoy, el Obispo de Roma pide al mundo que se incline sobre las heridas de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo para dispensar el bálsamo de la misericordia del Señor"

“Y ahora, comenzamos este camino: Obispo y pueblo… Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad”. Es sorprendente ocho años después volver a escuchar aquellas palabras pronunciadas Urbi et Orbi por el Papa Francisco en el primer encuentro con su diócesis de Roma y con el mundo, aquella tarde del 13 de marzo de 2013.

En esas pocas palabras está condensado lo que Jorge Mario Bergoglio ha testimoniado en estos primeros ocho años de Pontificado. En este cambio de época marcado por la pandemia, colma de miedo y sufrimiento, hemos podido reconocer en su persona y en sus gestos -mas aún que en sus palabras- el estilo evangélico con el que Francisco se presentó desde la logia central de la Basílica de San Pedro: un obispo que camina con su pueblo y que lucha sin miedo por él.

Un pastor que, como un nuevo Abraham, dirige la mirada hacia las estrellas pero avanza con los pies bien plantados en la tierra, y al hacerlo traza una senda de fraternidad y amor. Sólo caminando juntos podremos empezar a confiar los unos en los otros y tener el valor de cambiar nuestros caminos, de convertirnos, si es necesario.  

Francisco, ante las ruinas de Mosul
Francisco, ante las ruinas de Mosul

"Soy el pastor de la gente que sufre y voy donde la gente sufre", dijo a quienes le preguntaban si era apropiado visitar Irak dados los no pocos riesgos que ese viaje implicaría. Hizo bien en ir. Y los iraquíes no dudaban de que esta vez sí llegaría el tan esperado día. Un viaje que superó los límites de la historia para convertirse en profecía, una visión de un mundo en el que uno puede sentirse hermano porque se reconoce hijo del mismo Padre.

La encíclica Fratelli tutti se ha convertido así, en los tiempos del Covid-19 y gracias al viaje profético a Ur de los Caldeos, en algo más que un documento magisterial. Ha superado los confines de la Iglesia católica y se ha convertido en una brújula para una humanidad extraviada que, habiendo perdido muchos de sus puntos de referencia, busca ahora un sentido, una dirección para su laborioso proceder en esta tierra.

Una sensación que Francisco encuentra precisamente en ser y sentirse hermanos, todos en el mismo barco  zarandeado por la tempestad. "Nadie se salva solo", nos dijo en el momento más incierto y oscuro de la pandemia. Y nos lo vuelve a repetir porque sabe que de una crisis "se sale mejor o peor, nunca igual" y por eso no podemos dejar pasar esta oportunidad de construir un mundo más justo para las nuevas generaciones.

El Papa, en Lampedusa
El Papa, en Lampedusa

 De Lampedusa al África Central, de las favelas de Río de Janeiro a los suburbios de Maputo, Francisco nos muestra lo que significa estar cerca de los que sufren. A qué se refería cuando, como en aquella tarde del 13 de marzo de hace ocho años, subrayó la necesidad de empezar un "camino de fraternidad". Invirtiendo la geometría del poder y de las costumbres, del "siempre se ha hecho así", el Papa "que venía casi del fin del mundo" puso en el centro las"periferias existenciales" y desplazó el centro hacia la periferia.

Con este cambio de perspectiva nos dijo, es más, nos recordó -porque lo leemos en el Evangelio- que en la Iglesia nadie es superior a los demás. Somos "miembros unos de los otros", todos igualmente valiosos a los ojos de Dios, cada uno llamado a dar su contribución, pequeña o grande, para construir una civilización del amor. Papa Francisco nos muestra (¡incluso lo hizo con los periodistas!) el ejemplo del Buen Samaritano para ser hijos de una Iglesia "hospital de campaña", que hace de la proximidad su punto de fuerza.

Una Iglesia que nos llama a salir, pues, y a superar la tentación de quedarnos encerrados en nuestros cenáculos, pequeños o grandes. Después de ocho años, y más aún hoy, el Obispo de Roma pide al mundo que se incline sobre las heridas de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo para dispensar el bálsamo de la misericordia del Señor.

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