Concluye el Congreso Misionero Guatemalteco, COMGUA VI, con una Carta Abierta dirigida al Pueblo de Dios y a toda persona de bien Guatemala necesita una Iglesia que despierte conciencias y reconstruya esperanza
El Congreso Misionero Guatemalteco, COMGUA VI, concluyó con una Carta Abierta dirigida al Pueblo de Dios, a todos los Pueblos de Guatemala y a toda persona de bien
Su empeño se ha expresado en caminar hacia una Iglesia sinodal, profética, misionera y portadora de esperanza. Los pobres, corazón del Evangelio y fuente de esperanza. Una Iglesia intercultural, participativa y encarnada en los pueblos
La espiritualidad que hoy Guatemala necesita no es evasiva ni intimista: es una espiritualidad que pone los pies en el suelo, que toca las heridas, que defiende derechos, que abraza al migrante, que dialoga con los jóvenes, que acompaña a las víctimas y que dice la verdad sin miedo
La espiritualidad que hoy Guatemala necesita no es evasiva ni intimista: es una espiritualidad que pone los pies en el suelo, que toca las heridas, que defiende derechos, que abraza al migrante, que dialoga con los jóvenes, que acompaña a las víctimas y que dice la verdad sin miedo
| Víctor M. Ruano P. Pbro. Diócesis de Jutiapa, Guatemala
Guatemalaatraviesa una de las etapas más complejas y desafiantes de su historia democrática reciente. El desgaste institucional, la corrupción enquistada, la manipulación del sistema de justicia, la violencia que se normaliza y la migración forzada que vacías comunidades completas configuran un país que parece caminar entre sombras. A esto se suma un agotamiento social profundo: la sensación de que nada cambia, de que las estructuras de impunidad siempre ganan y de que el bienestar de los pueblos importa muy poco a quienes tienen el poder real.
Este escenario afecta también a la Iglesia. Durante décadas ha sido un referente espiritual y moral, pero hoy enfrenta el desafío de recuperar una voz profética que, en muchos momentos, ha sido silenciada por la prudencia excesiva, el clericalismo o el temor a incomodar a los poderes que dominan el país. Sin embargo, los pueblos necesitan algo distinto: una Iglesia que acompañe, que denuncie, que inspire, que sea puente y no muro; que se encarne en los dolores reales; que entienda que el Evangelio siempre se juega en la historia, no fuera de ella.
En este contexto, la reciente Carta Abierta del VI Congreso Misionero Guatemalteco, dirigida al país y a las comunidades celebrado en la ciudad de Zacapa del 14 al 16 de noviembre del presente año, ofrece un aire fresco. No es un documento más. Es una llamada a despertar, a dejar atrás la pastoral de mantenimiento y a asumir que la misión cristiana no es decorar el mundo, sino transformarlo desde sus raíces. La Carta pone el dedo en la llaga: un país fracturado no se reconstruye sin conciencia ética, sin ciudadanía activa, sin estructuras que protejan la dignidad, sin comunidades organizadas y sin una fe que se haga vida pública.
El texto plantea un punto crucial: los pobres no son un problema que resolver, sino el lugar teológico desde el cual debe repensarse la misión de la Iglesia. En medio de un Estado que sigue fallando sistemáticamente a los más vulnerables, la Iglesia está llamada a una postura más valiente, más cercana y comprometida. Defender la vida de los pueblos indígenas, de los campesinos despojados, de las mujeres violentadas y de los jóvenes empujados a migrar no es una opción ideológica: es un imperativo evangélico.
Guatemala necesita que la Iglesia recupere su fibra profética. No basta hablar de paz mientras la corrupción devora las instituciones. No basta promover valores mientras las estructuras que sostienen la pobreza siguen intactas. No basta predicar esperanza si esa esperanza no toca las causas estructurales del sufrimiento. El país requiere una Iglesia que cuestione, que incomode, que abra debates, que denuncie abusos y que proponga caminos concretos de transformación.
Pero también necesita una Iglesia más humilde y sinodal. Una Iglesia que escuche—de verdad—la voz de las mujeres, de los jóvenes, de los pueblos originarios, de quienes han sido históricamente marginados incluso dentro de los espacios eclesiales. Una Iglesia que deje entrar el viento nuevo de una pastoral intercultural, que reconozca la grandeza espiritual de los pueblos mayas, xinkas y garífunas, y que permita que sus símbolos, lenguajes y cosmovisiones fecunden la vida cristiana.
El país clama por un cristianismo menos acomodado y más encarnado. Menos ritualista y más comprometido. Menos temeroso y más valiente. La espiritualidad que hoy Guatemala necesita no es evasiva ni intimista: es una espiritualidad que pone los pies en el suelo, que toca las heridas, que defiende derechos, que abraza al migrante, que dialoga con los jóvenes, que acompaña a las víctimas y que dice la verdad sin miedo.
"Guatemala está ante un punto de quiebre. Y la Iglesia, si se atreve, puede ser uno de los actores decisivos de su resurrección social"
El momento histórico exige una Iglesia que no se limite a describir la realidad, sino que contribuya a transformarla. Una Iglesia que sea faro, brújula y memoria. Una Iglesia que convoque a caminar juntos hacia un país más justo y más humano.
Guatemala está ante un punto de quiebre. Y la Iglesia, si se atreve, puede ser uno de los actores decisivos de su resurrección social. Porque cuando la fe se convierte en justicia, cuando la misión se vuelve compromiso, cuando la esperanza se hace acción, entonces el Evangelio deja de ser palabra y se convierte en país haciéndose cultura que humaniza y empuja el desarrollo humano integral de la persona y de los pueblos
Carta abierta de VI Congreso Misionero Guatemalteco
“Miren que hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21,5)
Hacia una Iglesia sinodal, profética y portadora de esperanza
Al Pueblo de Dios que peregrina en Guatemala, a nuestros hermanos y hermanas de todos los pueblos, y a todas las personas de buena voluntad: con alegría y esperanza, los participantes del VI Congreso Misionero Guatemalteco (COMGUA VI), reunidos en Zacapa del 14 al 16 de noviembre de 2025, dirigimos esta Carta Abierta. Nos sostiene la fuerza del Espíritu Santo y la convicción de que la misión —como recuerda el Papa León— es identidad antes que tarea. La Iglesia existe para evangelizar acompañando la vida concreta de los pueblos.
Durante estos días hemos caminado como Peregrinos de Esperanza, escuchando el clamor de nuestras comunidades, recordando a quienes sembraron el Evangelio en esta tierra y renovando nuestra decisión de encarnarnos en la historia de Guatemala, como Jesús en Nazaret. Aun entre heridas y sombras, constatamos que la esperanza no es un privilegio, sino una urgencia vital para nuestro pueblo.
Guatemala vive una hora decisiva. La corrupción, la impunidad, la violencia, la exclusión histórica de los pueblos indígenas, la migración forzada y la devastación ambiental han quebrado el tejido social. Pero también descubrimos signos luminosos: comunidades resilientes, jóvenes que sueñan, mujeres que luchan, pueblos que resisten y semillas de bien que brotan silenciosas. En este tiempo, la Iglesia está llamada a ser luz, sal y levadura, caminando con una espiritualidad sinodal que transforme la realidad desde dentro, con memoria agradecida y con una presencia humilde, cercana y profética.
-Una Iglesia que sueña y camina con su pueblo como peregrina de esperanza
Soñamos con una Iglesia sinodal, discípula de la escucha, que no cierre los ojos ante el sufrimiento ni se encierre en miedos o estructuras autosuficientes. Queremos una Iglesia que discierna con serenidad, dialogue con respeto y acompañe con ternura, más que imponer o controlar.
La sinodalidad es ante todo una espiritualidad: caminar juntos, dejarnos tocar por las heridas del pueblo y descubrir que solo unidos encontraremos caminos de vida. Proponemos fortalecer espacios de encuentro, escucha y discernimiento donde todos —pueblos originarios, mujeres, jóvenes, laicos, consagrados y ministros ordenados— participen con voz y responsabilidad real.
Creemos que esta manera de caminar puede ser una escuela social para un país fragmentado: mirar como Cristo mira, juzgar desde el Evangelio y actuar movidos por el amor que libera.
-Una Iglesia misionera que se atreve a salir y encarnarse
Evangelizar hoy requiere valentía, cercanía y sensibilidad. La misión es caminar entre el pueblo con los pies polvorientos y el corazón encendido; pero también exige una palabra profética firme, nacida del sufrimiento de los pobres y del rechazo a todo aquello que los oprime: la injusticia, la corrupción, la indiferencia y los sistemas que deshumanizan.
El profetismo no es ideología: es el Evangelio hecho carne donde la vida duele. Es amor que denuncia la injusticia, pero también consuela y cura. Por eso proclamamos que la misión es encarnación: vivir con, desde y para el pueblo; es profecía que defiende la dignidad y que mantiene viva la memoria de quienes entregaron su vida por la justicia, como San Romero de América, los mártires de Quiché y tantos testigos cuya voz sigue despertando la conciencia de nuestro continente.
Recordamos que la misión es misericordia activa. Mateo 25 nos confronta sin evasivas: seremos juzgados por el amor hecho obras. La misión es también reconstrucción: crear comunidades vivas, compartir el pan, cuidar la Casa Común, sanar heridas, anunciar el Reino. Como el Hermano Pedro, queremos que nuestra presencia sea campana que despierte la conciencia del pueblo.
-Los pobres: corazón del Evangelio y fuente de esperanza
Hoy con toda la Iglesia celebramos la Jornada Mundial de los Pobres que son el rostro vivo de Cristo y el lugar donde el Evangelio se hace resistencia y dignidad. Ellos nos confirman que “de los pobres es el Reino”, y nos recuerdan que la fe se verifica en el modo en que defendemos su vida.
Queremos una Iglesia que se deje evangelizar por los pobres, que abrace a las víctimas y defienda la tierra. Una Iglesia que fortalezca la Pastoral Social como expresión del amor que se organiza y que asuma con valentía la denuncia de aquello que destruye la vida. Nos preocupa la casi nula presencia de cristianos conscientes en los espacios de decisión pública; por eso afirmamos que la fe no puede vivir de espaldas a la justicia.
El profetismo es una expresión del amor cristiano que se niega a normalizar la injusticia. Soñamos con una Guatemala donde pan, tierra, techo, trabajo y justicia sean derechos efectivos, y donde la fraternidad sea también una opción política.
-Una Iglesia intercultural, participativa y encarnada en los pueblos
Reconocemos la riqueza de los pueblos mayas, xinkas, garífunas y mestizos. Sus lenguas, símbolos, espiritualidades y cosmovisiones son semillas del Reino y fuente de vida para la misión de la Iglesia. Por ello queremos una comunidad eclesial donde todos puedan servir y aportar, donde mujeres y jóvenes sean protagonistas reales, y donde la pastoral se encarne en las culturas, acogiendo sus símbolos, arte, ritos y celebraciones que sanan y unen.
Una Iglesia intercultural escucha el grito de la tierra y de los territorios heridos, y promueve la defensa de la vida en todas sus expresiones.
-Formación integral y conversión pastoral desde la escucha y la memoria
No hay misión sin formación. Necesitamos discípulos misioneros que integren fe, justicia y compromiso con la historia de su pueblo. El Papa León nos invita a una formación integral: humana, comunitaria, espiritual, intelectual y pastoral; una formación que conduzca al encuentro con Cristo, renueve la mirada y fortalezca la comunión.
La conversión pastoral implica pasar de una pastoral de mantenimiento a una pastoral en salida; de repetir actividades a discernir procesos; de estructuras rígidas a comunidades vivas; de estilos autorreferenciales a servicios corresponsables que fortalezcan la vida de las comunidades.
También pasar de una pastoral deductiva a una inductiva, de una pastoral de centro a una de periferia, de una pastoral de solo templos y alrededores a una de calle, de una pastoral del “siempre se ha hecho así” a una abierta a los problemas y preguntas del momento, de una pastoral “del sálvese quien pueda” a una del “salvémonos juntos”, de una pastoral del espectáculo a una de corazón nuevo, de una pastoral de las respuestas hechas a una de las preguntas abiertas.
-Una esperanza que se hace proyecto de vida para Guatemala
Proclamamos la esperanza que no defrauda: una esperanza que mira la realidad de frente y la transforma desde dentro. La esperanza se hace profecía cuando se traduce en participación, compromiso y acciones concretas en el mundo del trabajo, la vida pública, los movimientos populares, las redes sociales, y en las comunidades indígenas y campesinas donde tantas veces nuestra presencia es insuficiente.
La misión tiene múltiples rostros: oración que sostiene, denuncia que purifica, acción social que construye el bien común, misericordia que dignifica y fraternidad que siembra futuro. Jesús, el primer peregrino de esperanza, caminó con los pobres, curó heridas y anunció el Reino desde abajo, nunca desde el poder.
El Jubileo 2025 ha sido una oportunidad para renovar nuestra misión. Guatemala atraviesa una encrucijada histórica y la Iglesia está llamada a ser faro de justicia, fraternidad y reconciliación. El Espíritu nos impulsa a ir a las periferias: cárceles, aldeas, fronteras, comunidades migrantes, barrios olvidados y periferias digitales. La esperanza se construye con gestos concretos de solidaridad y compromiso.
-Llamado final: caminar y construir juntos
A todos los creyentes y a toda la sociedad guatemalteca les decimos: No permitan que les roben la esperanza; no se acostumbren a la injusticia ni dejen que el miedo paralice la misión.
Que la fe nos haga audaces, que la memoria nos mantenga fieles y que la encarnación nos haga hermanos. Comprometerse da miedo, pero Cristo también sudó sangre y fue fortalecido por el Padre. La misión —con su dimensión profética— exige valentía espiritual y coherencia moral. La fe no puede encerrarse en los templos: debe hacerse vida en la esfera social, económica y política, porque seremos juzgados por el amor hecho justicia.
Como Cristo fue enviado por el Padre, también nosotros somos enviados hoy a anunciar, servir, sanar, escuchar y levantar a este país herido.
Invitamos a todos a caminar como misioneros de esperanza hacia una Guatemala más fraterna, justa, solidaria y en paz. Queremos ser parte activa de esta reconstrucción espiritual, social y moral, guiados por el Espíritu.
Que María, Madre de la Esperanza y Reina de las Misiones, camine con nuestro pueblo y sostenga este nuevo amanecer.
Con fe, compromiso y esperanza, los participantes del VI Congreso Misionero Guatemalteco (COMGUA VI).
Guatemala, 16 de noviembre de 2025