Añadido a las demás horas del día, de este plus también le correspondé su usufruto al Santo Padre La “Hora 25” del papa Francisco

Papa Francisco
Papa Francisco

¿No habrá llegado ya la hora de que la elección del obispo de Roma deje de ser efectuada de modo y manera distintas a la actual?

¿Cómo es posible que el cambio tan radical de los tiempos no haya afectado nada, o casi nada, a cuanto se relaciona con el cónclave y sus alrededores, incluyendo además al Espíritu Santo, en sus resultados?

¿Es de recibo cultual y cultural que los seglares no tengan “arte ni parte” en los cónclaves, refiriéndonos la historia que la elección de no pocos pontífices fue impuesta?

Además de las 24 horas que configuran día a día el paso y la medida del tiempo, este necesariamente, y por exigencias de tal condición, ha de contar, y cuenta, con la “extra” llamada “Hora 25”. Tal hecho reclama inexorablemente reflexiones tan constantes como diversas y substantivas, al claror de la luz del santo Evangelio y de la Teología de los “Novísimos y Postrimerías”.

De la “Hora 25”, plus de todas las demás horas del día y de la noche, también le corresponderá su usufruto al papa Francisco, enfermo, aunque felizmente restablecido y, por lo que se ve y se sabe que tiene programado, y sin cancelar, nuevos proyectos viajeros, además de la atención a los problemas graves  de la Iglesia y de buena parte del mundo. Y que conste que no siempre la denominación de “Hora 25” tiene por qué coincidir con las horas que antecedan a la muerte, sino también a la jubilación o renuncia, digna y honrosa aspiración pontificia, aunque esta muy raramente se haya  llevado a la práctica a lo largo de la historia eclesiástica, pero que resultará normal de aquí en adelante. 

Y, transcurrida la “Hora 25” del papa Francisco, ¿qué?. Pues que será reemplazado por otro tal y como así lo refiere la historia eclesiástica, y con o sin contraseña imperial, del número cardinal en latín, como mandan los cánones oficiales vaticanistas como obispo de Roma, es decir,  prosiguiendo, o intentando ser, “Siervo de los siervos de Dios “. Cónclave y “borrón y cuenta nueva”, es —será— la fórmula, deteniéndose, o  acelerándose, según, la reforma  iniciada por el papa Bergoglio, con acierto, aunque para algunos con  tímida “prudencia”, tal y como parecen demandar las necesidades descubierta, y por descubrir.

¿Y no habrá llegado ya la hora de que la elección del obispo de Roma deje de ser efectuada de modo y manera distintas a la actual? ¿Cómo es posible que el cambio tan radical de los tiempos no haya afectado nada, o casi nada, a cuanto se relaciona con el cónclave y sus alrededores, incluyendo además al Espíritu Santo, en sus resultados? ¿Es que acaso no hubo, ni hay política eclesiástica, y también de la otra, en la generalidad de las elecciones pontificias? ¿Es correcto llamar “electores” a quienes antes fueran nombrados a dedo por el Papa, pensando además en su sucesión el día de mañana, o lo que es lo mismo, en sus respectivas “horas 25”?

Conclave en la Sixtina
Conclave en la Sixtina

¿Quién puede explicarse a estas alturas de la historia y de la civilización, teológica y pastoralmente, que cualquier empeño o atisbo de democracia habrá de exiliarse, anatematizarse y proscribirse dentro de la Iglesia, cuyos jerarcas, por otra parte, se muestran hipócritamente partidarios del sistema democrático como el mejor de entre todos, para regir pueblos y naciones, organismos e instituciones? ¿En qué quedamos? 

Lo de la “fumata blanca”, negra o gris y otros ritos mistéricos, es preferible comentarlo en otra ocasión, conjuntando nuestro interés en lo raro-raro  —¡rarísimo¡— que a propios y extraños les resulte comprobar, por ejemplo, que, desbordando en tan exorbitadas proporciones el número de laicos y laicas al de los clérigos —y más, cardenales—, ellos no intervengan de alguna manera en las elecciones pontificias, como partícipes. ¿Es de recibo cultual y cultural que los seglares no tengan “arte ni parte” en los cónclaves, refiriéndonos la historia con la seguridad que el caso requiere, que la elección de no pocos de ellos fue impuesta, con nombres, apellidos e intereses, por reyes, emperadores o señores feudales?

¿Con qué carisma, responsabilidad y ejemplos de vida, podrá recomendarse la Iglesia a sí misma, que si no recorre con prisas caminos “sinodales”, nos quedamos sin Iglesia?

Solo o fundamentalmente con ritos, por muy bien que litúrgica y canónicamente los apliquen los expertos en estas tareas más o menos ceremoniales, en su “inmensa” mayoría están de más y resultan ser “desejemplarizantes”, y más aún si se las siguen presentando con las absurdas explicaciones catequizadoras de enseñanzas “evangélicas”. De por sí, se hallan incapacitadas para rebasar los límites del misterio y además, y sobre todo, de ancestrales reliquias procedentes de tiempos y cultos paganos, en los que el poder y la “dignidad” de unos cuantos, habrían de ser, en los templos y fuera de ellos, los auténticos destinatarios “religiosos” de la “devoción” por parte del pueblo.

A los santos Evangelios los suplieron el Código de Derecho Canónico, los tratados litúrgicos y la institución oficial, y la resultante “religiosa” no puede ser más desalentadora. Las estadísticas son “palabras de Dios”. Es, entre otras cosas, fruto y consecuencia del ”carrerismo”, tan denostado por el papa Francisco.

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