"En el Concilio Vaticano II ya estaba prevista la revisión del calendario litúrgico " Se acabó el tiempo: la Iglesia católica debe dar cumplimiento al Primer Concilio de Nicæa

Tener cientos o miles de Iglesias es un grave pecado de división y debilita a la Iglesia toda. Se acabó el tiempo de las buenas intenciones del Ecumenismo, para actuar en favor de la Unidad. Este año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, es un tiempo propicio para actuar y acrecentar la Esperanza de que ¡Ecclesia revivirá!
| Diego G. Passadore
Tener cientos o miles de Iglesias es un grave pecado de división y debilita a la Iglesia toda. Se acabó el tiempo de las buenas intenciones del Ecumenismo, para actuar en favor de la Unidad. Este año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, es un tiempo propicio para actuar y acrecentar la Esperanza de que ¡Ecclesia revivirá!
El Primer Concilio de Nicæa -el primer concilio ecuménico- tuvo lugar entre el 20 de mayo y el 19 de junio de 325.
Uno de los propósitos del Concilio fue resolver los desacuerdos surgidos dentro de la Iglesia de Alejandría sobre la naturaleza del Hijo en su relación con el Padre, resultando el Credo de Nicæa, posteriormente complementado por el Concilio de Constantinopla de 381, llegándose al Credo Niceno-Constantinopolitano único y común a todas las Iglesias.
Otro de los propósitos fue resolver las controversias de la época sobre el cálculo (computus) para la celebración de la Pascua, que generaba múltiples celebraciones de la Pascua en fechas distintas. El resultado fue la decisión unánime de que la Fiesta de la Pascua debería ser celebrada en un único día. Este es un pasaje sobre la celebración de la Pascua, de la Carta del Emperador a todos los que no estuvieron presentes en el Concilio (Encontrada en Eusebio, Vita Const., Lib. iii., 18-20): “Además, consideren bien que en un asunto tan importante y de tan gran solemnidad, no debe haber división alguna. Nuestro Salvador nos dejó sólo un día festivo de nuestra redención, es decir, de su santa pasión, y quiso [establecer] solo una Iglesia Católica. Piensen, entonces, cuán indecoroso es que en el mismo día algunos ayunen mientras otros están sentados en un banquete; y que después de la Pascua, algunos se regocijen en las fiestas, mientras que otros aún observan un ayuno estricto. Por esta razón, la Divina Providencia quiere que esta costumbre se rectifique y regule de manera uniforme… Por el juicio unánime de todos, se ha decidido que la santísima festividad de la Pascua se celebre en todas partes en un mismo día, y no es conveniente que en algo tan sagrado hubiera división. Siendo así, acepten con alegría el favor divino y este mandato verdaderamente divino; pues todo lo que ocurre en las asambleas de los obispos debe considerarse como procedente de la voluntad de Dios. Comuniquen a sus hermanos lo decretado, guarden este día santísimo según la costumbre prescrita; así podremos celebrar esta santa Pascua al mismo tiempo, si se me concede, como deseo, unirme a ustedes; podremos regocijarnos juntos, viendo que el poder divino se ha valido de nuestra capacidad para destruir los malvados designios del diablo, y así hacer florecer entre nosotros la fe, la paz y la unidad. Que Dios los proteja benignamente, mis amados hermanos.”

Está claro que no estamos cumpliendo con el mandato del Primer Concilio de Nicæa de que la Pascua debe ser celebrada en un único día. Se está hablando de llegar a un acuerdo para lograr tener un único día en todas las Iglesias, pero ¡se acabó el tiempo para los estudios ecuménicos y los acuerdos!
Asimismo, si las Iglesias Ortodoxas tuvieran que cambiar el computus actual, se requeriría un Concilio entre todas ellas para llegar a un acuerdo. Por lo tanto, la Iglesia Católica debe tomar la iniciativa y cambiar su computus actual para que coincida con el de la Iglesia Ortodoxa (y la Bizantina Católica) y así cumplir con el mandato del Primer Concilio de Nicæa de tener una fecha única de Pascua, importantísimo e imprescindible paso para la Unidad de la Iglesia. Esto no es una humillación, sino un acto de humildad y caridad hacia nuestros hermanos de la Iglesia Ortodoxa.

En el Concilio Vaticano II ya estaba prevista la revisión del calendario litúrgico -en particular, la Pascua- en el Apéndice la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia: “con tal que den su asentimiento todos los que estén interesados, especialmente los hermanos separados de la comunión con la Sede Apostólica.”
Recordemos que el Obispo de Roma, Francisco, ya dijo proféticamente el 14 de enero de 2014 que el milagro de la Unidad ya había comenzado: “Y adelante, somos hermanos. Démonos espiritualmente este abrazo y dejemos que el Señor termine la obra que ha comenzado. Porque esto es un milagro: el milagro de la Unidad ya ha comenzado. Dice un famoso escritor italiano, Manzoni, en una de sus obras, a través de un hombre sencillo, esta frase: ‘Nunca he visto que el Señor haya comenzado un milagro sin terminarlo por completo’. Él terminará por completo este milagro de la Unidad.”
Este milagro se puede percibir en estos dos acontecimientos:
Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla, primus inter pares de la Iglesia Ortodoxa, asistió a la misa de inauguración del pontificado de Francisco, el 19 de marzo de 2013, fiesta de San José, terminando con un alejamiento de casi mil años, por el Cisma del año 1054.

En una visita de Francisco a Bartolomé I en Estambul, el 29 de noviembre de 2014, en las vísperas de la fiesta de San Andrés Apóstol, al terminar su discurso, Francisco se acercó para saludar a Bartolomé I, se abrazaron y le pidió la bendición. El Obispo de Roma se inclinó ante él para recibirla. El Patriarca le bendijo y le dió un santo beso (Rm 16,16, 1 Co 16,10, 2 Co 13,13, 1 Ts 5,26) en la cabeza. Un testimonio del compromiso de caminar juntos como hermanos, siendo fieles a Dios.
Esta unidad perenne de la Pascua, que es mi sueño que ocurra desde este año, también va a ser una invitación a que todas las Iglesias hagan propio el milagro inmemorial de la Luz Sagrada o Fuego Sagrado, el que ocurre cada año en la iglesia de Santo Sepulcro de Jerusalén en la vigilia de Pascua, cuando el Patriarca Ortodoxo de Jerusalén entra solo y a oscuras al Santo Sepulcro, con velas que son encendidas milagrosamente por el fuego sagrado, y cuya luz se comparte posteriormente entre los presentes. Una invitación a encender, renovar y propagar el fuego del amor en nuestros corazones a Dios y a nuestros hermanos.
El anhelo del Obispo de Roma Francisco debe ser concretado por su sucesor, León XIV, lo que también será un tributo a la genuina vocación ecuménica de Francisco, un santo beso de la Iglesia Católica a su hermana Iglesia Ortodoxa, y un paso más hacia el milagro de la Unidad. Ha llegado la hora de cumplir -1700 años después- el mandado del Primer Concilio de Nicæa, siendo dóciles al Espíritu Santo.

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