"El signo, que haya tenido que jubilarse como 'referente ético-moral' o 'principio de confianza'" La Iglesia está mal (Y no a consecuencia del Vaticano II, tal y como malician algunos jerarcas)

Maciel y Juan Pablo II
Maciel y Juan Pablo II

"La Iglesia a la que devotamente invocamos y nos honra pertenecer, con el título y ornamentación sagradas de 'Nuestra, de Santa y de Madre', está mal. Rematadamente mal. Basta con echarle una ojeada a la prensa"

"Mienten con desfachatez e insolencia quienes, aun cardenaliciamente revestidos de púrpuras, predican y dogmatizan que el concilio Vaticano II"

"La Iglesia está como está, también y sobre todo, por haber sido obligada a tener que recorrer largos y misteriosos senderos de desiertos curiales, en los que el papa Juan Pablo II, obispo de Roma, 'tuteló el encubrimiento del sacerdote mexicano Marcial Maciel'"

"Del mismo se probó que había cometido abusos sexuales contra menores, de manera indecente y continuada durante décadas, llegando a haber sido propuesto por el mismo papa, hoy canonizado, como 'educador y modelo' en la fe cristiana"

La Iglesia a la que devotamente invocamos y nos honra pertenecer, con el título y ornamentación sagradas de “Nuestra, de Santa y de Madre”, está mal. Rematadamente mal. Basta con echarle una ojeada a la prensa de cada día en su pluralidad de versiones, comprobándolo además y muy cumplidamente, con la propia experiencia, y la ajena, y no solo por motivos “religiosos”, sino de otra condición y especie.

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¿Y este diagnóstico acompañó de por vida a la Iglesia, y en proporciones parejas a su jerarquía y a los fieles cristianos, con connotaciones dogmáticas tales como “una, santa, católica, apostólica y romana” sin faltar a la cita lo de que “las puertas del infierno no prevalecerán con ella”? Así fue y sigue siendo, con la gloriosa esperanza de eternizarse, gracias sobre todo a la intensidad del AMÉN rezado y vivido, pues de no ser así, los anatemas y las condenaciones eternas estarán prestamente servidas.

Cardenales adolescentes

Decido adentrarme en las páginas de un bien documentado libro reciente sobre la historia de los papas, y en el capítulo dedicado al inicio de la llamada “Reforma”, se cuenta que, a la muerte de Julio II, de la noble familia Della Rovere, fue elegido sucesor, con 37 años de edad, el florentino Giovanni di Médici (1513-1521), hijo segundo del gran banquero y estadista Lorenzo di Médici, apodado “El Magnífico”.

Cuenta y documenta la historia que el pequeño Médici fue ordenado sacerdote a los 7 años, y a los trece ya fue cardenal, con posibilidad y derecho de participar en los cónclaves. Durante su pontificado fue amigo y protector de artistas y de pensadores -Miguel Ángel y Erasmo, entre tantos otros-, y de los decretos pontificios que llevan su firma, mención relevante demanda el relacionado con la justificación de la venta y el negocio de las indulgencias para subvencionar las obras de la grandiosa basílica de San Pedro.

En idénticas proporciones destaca la “Bula contra los errores de Martín Lutero y sus secuaces” (Exurge, Dómine”, en la nomenclatura oficial). De la misma puntualiza la historia haber sido firmada por León X , participando en una cacería. A tales placeres campestres y a otros, era asiduo y ferviente devoto, con sus familiares, amigos, amigas y adláteres, sin constancia expresa de que los criterios dimanantes del santo Evangelio hicieran acto de presencia ni en la redacción de la Bula ni en la posible aplicación de sus consecuencias, con inclusión de las que habrían de corresponderle a Martín Lutero, a quien el Médici solía referirse siempre como “El falso maestro“.

Reforma y reformas

Los protagonistas activosde la “Reforma” de esta referencia,no fueron papas y obispos. Unos y otros fueron sujetos-objetos pasivos. Y es que el Espíritu Santo no es patrimonio de la jerarquía por muy eclesiástica que sea. Para hacerse presente no precisa órdenes sagradas ni consagraciones. Está y actúa por encima de todo y de todos. Los cánones no les son vinculantes. Tampoco los ritos y menos, las nubes de incienso.

Por citar un ejemplo, se sirvió entonces, y ahora, lo mismo de Lutero, que de quienes fueron anatematizados y condenados por la “Santa Inquisición”, sin ahorrarse los horrores de la hoguera, aunque en determinados y raros casos, no siempre con el reconocimiento penitencial de los “defensores oficiales de la fe”, tuvieran que asumir – o no obstaculizar- en su día, el ascenso al honor de los altares.

De una u otra manera, santos-santos de verdad llegaron a serlo, después de que la Inquisición y sus promotores les hicieran sufrir padecimientos corporales y espirituales, cuya sola referencia y lectura resulta ser hoy afrentosa e inimaginable.

El 'continuismo' y sus sumos sacerdotes

Mienten con desfachatez e insolencia quienes, aun cardenaliciamente revestidos de púrpuras, predican y dogmatizan que el concilio Vaticano II, reformador de por sí -promotores y seguidores- sea el culpable máximo de que la Iglesia esté abocada a tener que echarle el cerrojo a multitud de doctrinas y actividades, por exigencias del santo Evangelio, y no por el recurso mendaz de que “así se hizo toda la vida” y “así lo mandan los cánones”.

Unas veces con pleno convencimiento y siendo conscientes de ello, y otras por absurdo y contraproducente servicio al “honor” y a la “fama” eclesiástica y de los eclesiásticos, obispos y más, intentaron encubrir y celar hipócritamente comportamientos clericales merecedores de admoniciones, denuncias y castigos no solo canónicos, sino civiles, penales y de cualquier otra sección de los Códigos y sistemas legislativos con los que se rigen los pueblos y sus colectivos.

Juan Pablo II bendiciendo a Maciel

Uno de los signos que con máxima veracidad proclama y salmodia la triste realidad que define hoy a la Iglesia, es el de que haya tenido que jubilarse, dejando de ser “referente ético moral”, o “principio de confianza”, para el resto de la sociedad, al ser superada en fiabilidad por instituciones civiles, políticas y sociales, avaladas además democráticamente, favorecedoras del bien de la colectividad -comunión- tanto o más que las católicas y “religiosas de toda la vida”.

La Iglesia está como está, pero no precisamente a consecuencia del Concilio Vaticano II, en el que, por citar un caso concreto, los obispos españoles se hicieron presentes en él, pertrechados con mitras, báculos y anillos, “en el nombre de Dios”, con un ejemplar del “Syllabus” –“listado de errores”- promulgado por Pío IX. Es de utilidad referir que se trata del papa que promulgó como dogma de fe la infalibilidad pontificia”- el 8 de diciembre de 1864., además despojado de los territorios que hasta entonces habían constituido los llamados “Estados Pontificios”.

La Iglesia está como está, también y sobre todo, por haber sido obligada a tener que recorrer largos y misteriosos senderos de desiertos curiales, en los que el papa Juan Pablo II, obispo de Roma, “tuteló el encubrimiento del sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo -uno de los nuevos movimientos católicos de la segunda mitad del siglo XX, de mayor difusión-. Del mismo se probó, siendo de dominio público que había cometido abusos sexuales contra menores, de manera indecente y continuada durante décadas, llegando a haber sido propuesto por el mismo papa, hoy canonizado, como “educador y modelo” en la fe cristiana.

Otros corifeos habrían de ser de manera similar merecedores de plácemes y “¡hosannas!” pontificios.

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