"La delgada línea del profetismo moral en tiempos de libertad" La Iglesia ante la polarización política

Polarización
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"¿Qué puede hacer la Iglesia en una sociedad como la española, en una situación tan polarizada, apenas cosida por la voluntad de gobernar el Estado?"

"Desde luego la pregunta es algo excesiva y no va sola. Hay otra no menos importante, ¿cómo debe hacerlo?"

"Estas preguntas reciben dos respuestas; por un lado, que la Iglesia española se ha vuelto irrelevante para nuestra sociedad y, por otro, que sabe y puede cómo hacerlo pero que vive atenazada por una crisis moral que la aleja de la polis"

"Hay mucha razón en estos dos argumentos, pero hoy quiero presentar un tercero"

¿Qué puede hacer la Iglesia en una sociedad como la española, en una situación tan polarizada, apenas cosida por la voluntad de gobernar el Estado? Desde luego la pregunta es algo excesiva y no va sola. Hay otra no menos importante, ¿cómo debe hacerlo?

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No doy por sentado que si debe y puede, sabe cómo. De hecho estas preguntas reciben dos respuestas; por un lado, quienes concluyen que la Iglesia española se ha vuelto irrelevante para nuestra sociedad y que este es el motivo de su relativo silencio; y, por otro, que sabe y puede cómo hacerlo pero que vive atenazada por una crisis moral que la aleja de la polis.

Hay mucha razón en estos dos argumentos, pero hoy quiero presentar un tercero; menos atractivo como denuncia social, me cuesta contarlo, es complejo, pero también de peso. Me refiero a que la Iglesia para contener, para ayudar a contener, esa polarización política e ideológica no tiene a su alcance tanta precisión de juicio como se le pide. De hecho, pienso que podría y debería habilitarse un discurso moral más compartido y más exigente, pero en cuanto a concreciones sobre personas, partidos e instituciones del Estado no es mucho lo que puede avanzar esa valoración eclesial. Así lo creo. La moral social en una sociedad democrática y adulta tiene que cuidar mucho no saltarse la autonomía de las realidades del mundo.

Vayamos al caso. Supongamos que la iglesia católica española, sinodalmente primero, o sea, con la máxima participación comunitaria en la conformación de su valoración moral, y con sus Obispos acogiendo, finalmente, ese sentido moral de los fieles, supongamos que quiere concretar un juicio sobre el Gobierno español y sus cambios de opinión y concluir que son manipulaciones burdas de un líder al que le valen todos los medios para sus fines. Supongamos que concluye lo mismo de la oposición y dice que socapa de unidad nacional y respeto de las instituciones hay pura explotación capitalista, y punto. Supongamos este nivel de concreción. ¿La Iglesia española va a decir esto? Yo creo que no. Le dirán que entre a la política profesional. Se tendrá que centrar, por tanto, en claras llamadas a que se respeten los valores nucleares de la convivencia en el bien común, y advertir cómo y dónde los están maltratando hoy las élites gobernantes y sociales.

Esa protesta moral en términos de valores, y la propuesta global que los respete, es muy valiosa, pero la concreción moral precisa en la batalla política te lleva sin remedido a una posición partidista; si se trata de fuertes contra débiles, poderosos contra desposeídos, víctimas contra verdugos, no hay duda en la elección concreta de una Iglesia; pero en el caso de procesos viciados por intereses muy ambiguos en ambos lados, creo que las iglesias deben afirmarse en valores, actitudes, acciones ejemplares y denuncia de prácticas egoístas, sesgadas y hasta mentirosas en todas las direcciones. Lógicamente, en proporción a su responsabilidad y particularidad, pero en todas. 

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La doctrina social de la iglesia, y las últimas encíclicas sociales, son un reservorio moral de primera categoría en la desquiciada vida social y cultural que el XXI está componiendo, en tanto que se asientan sus bases, pienso, para alcanzar otro momento más equilibrado de la historia que viene. Lo veo así. Confío. Pero la Iglesia católica, desde la que hablo, no la veo concretando punto por punto los males políticos de la vida social española y sus sujetos, sino creando lo dicho, un imaginario de valores, actitudes, denuncias y actuaciones que compongan y sostengan una red de denuncia, honestidad y esperanza. Para ello, los cristianos asumimos que no estamos para dar lecciones a nadie, que somos los primeros en escuchar el discurso moral que nos cuestiona como creyentes, como institución de la fe, como ciudadanos democráticos y como miembros de unos pueblos iguales en derechos y deberes. Reconociendo que quien más tiene y puede, más ha de responsabilizarse del bien común, que cada uno está llamado a ser sujeto adulto en su causa, que todos los pueblos bajo el mismo Estado son iguales en derechos y deberes, que esto mismo ha de activarse para todos los pueblos de la Tierra… aplastados tantas veces en la pobreza y la guerra.

"De lo que se trata es de sumar valores, actitudes y prácticas ejemplares, y librarlos en todos de una burda manipulación partidista"

Luego la Iglesia tiene un yacimiento de valores, actitudes éticas y prácticas (debería) que puede y debe contar mil veces, siendo la primera en asumirlos, pero la concreción de poner ahora mismo en su sitio, con nombre y siglas, a los polarizadores de la sociedad española mejor pedir que lo haga la ciudadanía en su mayoría de edad y en su libertad. De lo que se trata es de sumar “valores, actitudes y prácticas ejemplares”, y librarlos en todos de una burda manipulación partidista. No están los tiempos para minorías que lo saben todo para los demás, sino para minorías ejemplares que invitan y exigen, pero no sustituyen o se apropian de algo. Hay que cuidar bien la delgada línea del profetismo moral en tiempos de libertad.

"No están los tiempos para minorías que lo saben todo para los demás, sino para minorías ejemplares que invitan y exigen, pero no sustituyen o se apropian de algo"

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