"Estuvo y participó en la manifestación" Jesucristo y el Orgullo Gay

(Antonio Aradillas).- ¿Debió haberse hecho presente la Iglesia "oficial" en la manifestación multitudinaria conocida como del "orgullo", recientemente celebrada en Madrid? ¿Debió haber expresado de alguna manera, pero siempre con carácter "oficial", su pensamiento y doctrina acerca de ella y de las previstas para años venideros?

Es posible que las siguientes reflexiones personales contribuyan al mejor, más aproximado y correcto planteamiento de uno de los temas generadores de importantes y frecuentes noticias sociales, políticas y, por demás, religiosas.

Creo rotunda y explícitamente que sí, que la Iglesia, en algunos de sus representantes "oficiales", debiera haber participado en la referida manifestación. No obstante, no pocos quedaron satisfechos, y hasta les extrañó, que no la hubieran condenado desde los púlpitos y los Boletines Oficiales respectivos, y no intentaran de alguna manera neutralizarla con procesiones "reparadoras" y flageladoras, tal y como aconteciera en tiempos pasados.

¿Quién o quienes hubieran asumido la responsabilidad de representar a la Iglesia "oficial" en tal concentración de personas, organismos e instituciones?
¿Cuál hubiera sido la reacción de los asistentes y participantes al comprobar la presencia eclesiástica? ¿Acaso esta se justificaría más o menos, que otras, en acontecimientos políticos, financieros, comerciales, sociales..., en los que los capisayos y signos "sagrados" no faltan, con predilección para ocupar los primeros y más "honrosos" puestos y lugares? ¿Se hubiera sentido cómodo portando tal representación, por ejemplo, el portavoz, y a la vez, secretario, de la Conferencia Episcopal Española?

A estos y otros interrogantes, formulados sin malicia alguna, y con ingenuidad, podrían y deberían añadírseles muchos más. De entre ellos, destaco este: ¿Cómo habrá reaccionado la jerarquía al comprobar que el partido "católico" por excelencia, al que se consagran y orientan la mayoría de los votos de procedencia religiosa, "de orden" y de derechas, tampoco escatimara su asentimiento, uniéndose a las reivindicaciones del resto de los colegas del llamado "arco parlamentario", sin tener que relacionar lo del "arco", con los consabidos colores y colorines propios de las circunstancias festivas y festivaleras?



Por supuesto que sobraron gestos, "orgullo y orgullos", gritos, signos, reivindicaciones, actitudes y tantas otras impensables "aspiraciones". Pero es obligado reconocer que, en general, y pese a tantos y tan fundados temores, la fiesta y la manifestación, resultaron "ejemplares", tal y como ocurre con actos similares de cualquier otra condición.

Es así mismo obligado reconocer que la mayoría de reivindicaciones que justificaron, y justificarán esta y otras concentraciones, sobrepasan con creces dramáticas, su organización y entrega de todos a favor de la idea. El respeto al pluralismo de las personas, las leyes todavía vigentes en determinados países, tradiciones y costumbres familiares, sociales, laborales y discriminaciones de todo tipo demandan a voz en grito nuevas formas de comportamientos personal y colectivo para los grupos que configuran el llamado "orgullo", objeto de esta leve reflexión.

De modo especial y espectacular lo justifica el trato -maltrato- que "en el nombre de Dios" tales grupos han recibido, y reciben de parte de la Iglesia. Su instalación en la idea de "pecado mortal", con sus sistemáticos y condenatorios anatemas en esta vida y en la otra, es norma de vida "religiosa" católica, además con consciente, inconsciente e hipócrita olvido de tantos casos ocultos como se han registrado, y se contabilizan, revestidos de hábitos talares.

¿Hubiera estado presente Jesús en la fiesta-manifestación referida? Jesús estuvo y participó en la misma. Precisamente por la mayoría y más importantes de sus reivindicaciones, Él dictó y vivió su Evangelio, y entregó generosamente su vida.

¿Qué hubiera hecho el Papa Francisco?. De sus intenciones tenemos clara, misericordiosa y reiterada referencia. Pero, por ahora y todavía, el protocolo es el protocolo, aunque va llegando ya la hora redentora y feliz de que su finalidad no sea otra que su superación, debelación o denuncia.

Una vez más, la Iglesia "oficial" desaprovechó la ocasión pastoral en España de estar, de ser y de pertenecer de verdad al pueblo-pueblo de Dios, justificando cómodamente su ausencia con pseudo-argumentos teológicos, canónicos y bíblicos, propios de culturas -inculturas- pretéritas, dudosamente "religiosas".

Volver arriba